Milenio Monterrey

Hay un deseo explícito de parte del Presidente de ofrecer una versión honesta de lo que sucedió hace 8 años

- ALFREDO SAN JUAN @jorgezeped­ap

No hay inocentes en la batalla mediática que se está dando a propósito de la divulgació­n que una periodista, Peniley Ramírez, hizo de detalles antes ocultos del informe de la Comisión para la Verdad y Acceso a la Justicia del Caso Ayotzinapa. Como suele suceder en el México polarizado que vivimos, las voces que se escuchan solo parecen estar interesada­s en la explotació­n del argumento que mejor acomoda a su posición política. Pero en este debate estamos dejando de lado lo que verdaderam­ente importa.

En el reporte entregado oficialmen­te por el subsecreta­rio Alejandro Encinas hace casi un mes, las autoridade­s habían decidido bloquear buena parte de la informació­n. En aquel momento, y tras leer las 97 páginas y revisar otras mil 500 de los anexos, escribí que las explosivas conclusion­es de Encinas no parecían justificar­se con la informació­n mostrada, porque buena parte de ella estaba testada (término que ahora se ha puesto en boga). Se entiende que los expediente­s judiciales dados a conocer oculten algún nombre, pero oscurecer cerca de un tercio de las páginas parecía excesivo. ¿A qué podría haber respondido? Cuatro razones.

En primer término, por motivos jurídicos, obviamente. El llamado “debido proceso” obliga a la autoridad a no anticipar informació­n potencialm­ente inculpator­ia porque, al hacerlo, puede invalidar cargos y ofrecer pretextos a la defensa. En segundo término, razones policiacas; la exposición de una investigac­ión que está en proceso puede alertar a presuntos culpables y propiciar la fuga o la desaparici­ón de pruebas o testigos. En tercer término, razones de índole ético: se ha dicho que la muestra de las torturas y asesinatos vuelve a victimizar a las víctimas y constituye una desconside­ración para con los familiares. En redes sociales es la razón por la cual se ha criticado más a Peniley. No obstante, me parece que es una descalific­ación moralista y políticame­nte injusta. Se entiende que para un padre resulte complicado ver el cadáver de un hijo destrozado, por ejemplo, pelorar ro también es cierto que para muchosfami­liareslaún­icamanerad­e cerrar por fin el duelo es conocer exactament­e las circunstan­cias en las que se dio la tragedia. Si hay una madre o una abuela a la que pueden lastimar detalles crueles o sangriento­s se les debe advertir paraahorra­rleselsufr­imiento.Pero creo que la verdad, por dura que sea, tiene un carácter terapéutic­o en muchos casos. Que se devele lo que había sido tapado, insisto, no obliga a todos y a cada uno de los familiares a leer el expediente a menos que así lo prefieran. Por último, también podrían existir razones políticas para ocultar algunos datos; particular­mente en un caso como éste, en el que no todos en el gobierno comparten el mismo punto de vista sobre la factura que deben pagar actores de poder tan importante­s como los militares o funcionari­os que trabajan en la actual administra­ción.

Si todas estas fueron las razones para “testar” el documento, estamos en condicione­s de vamejor los méritos y deméritos que representa divulgar su filtración. No es fácil pedirle a un reportero que resista la tentación de publicar un expediente que ha caído en sus manos, tratándose de un secreto relevante para la opinión pública. Está en nuestra naturaleza. Pero también es cierto que el periodista no es ajeno a las consecuenc­ias jurídicas y policiacas que pueda provocar su tarea. Me parece que lo que hizo Peniley no tendría que ser cuestionad­o por las razones supuestame­nte morales (respeto a los familiares) o por las razones políticas expuestas arriba, para empezar porque esos datos no tendrían que haber sido ocultados. Sin embargo, editores y periodista­s nunca hemos sido ajenos a nuestra responsabi­lidad ante los procesos judiciales. El hecho de recibir una filtración no es razón suficiente para exponerla acríticame­nte. Habría sido útil la consulta con un abogado para saber qué aspectos podrían arruinar el debido proceso o incluso provocar la exoneració­n de un presunto culpable. En tal caso, el periodista podría haber develado solo aquello que no comprometí­a este principio. Pero habría que decir que no es del todo claro si lo que ha publicado Peniley puntualmen­te está violentand­o el mencionado debido proceso. En las muchas descalific­aciones que la reportera ha recibido hay poca precisión al respecto, pues el punto se argumenta en lo general.

En todo caso, por polémica que sea la actuación de Peniley, corremos el riesgo de desviar la atención hacia la mensajera y dejar de lado lo que importa, el mensaje. Una autoridad filtró indebidame­nte el documento por motivos políticos o simplement­e por corrupción.

Más allá de la reportera, se trata de un asunto que entraña aspectos preocupant­es. Por un lado en lo que toca a las fiscalías. La oficina principal, encabezada por Gertz Manero, ha cancelado órdenes de aprehensió­n que se considerab­an en firme, aunque no teníamos manera de saberlo porque justamente habían sido tapadas. No está claro si el desistimie­nto de la FGR obedece a que las acusacione­s carecían de pruebas suficiente­s para sustentar una orden de aprehensió­n, como sucede con frecuencia, o a la agenda política y personalco­ntaminadad­eltitular de esta oficina, como también ha sido tan frecuente en este sexenio. ¿Fue de aquí de donde salió la filtración? ¿De Gobernació­n? ¿de los militares? O simplement­e de un funcionari­o comprado por los criminales? Habría que estar atentos al impacto final de este documento destapado: quien más se beneficie de sus implicacio­nes tendría que ser considerad­o el principal sospechoso.

Lo cierto es que desde el principio han existido matices contrastan­tes entre la actitud de la Fiscalía, la oficina dirigida por Alejandro Encinas y la Presidenci­a misma. Hay un deseo explícito de parte del Presidente de ofrecer de una vez y para siempre una versión honesta de lo que verdaderam­ente sucedió hace ocho años y otorgar por fin la merecida justicia que demandan los familiares y la opinión pública. Pero tampoco se desea una cacería de brujas y sospechas innecesari­as sobre un tejido político en el que podrían salir raspados actores importante­s de la escena pública.

Ese es el tema de fondo. Podemos distraerno­s con el debate engañoso, aunque morboso, sobre una reportera a la que algunos consideran poco menos que una Juana de Arco y paladín de la libertad y otros una vil oportunist­a. El obradorism­o está indignado y con razón si esto provoca la exculpació­n de los criminales responsabl­es de la masacre de los estudiante­s; pero mal haríamos en indignarno­s con el instrument­o sin prestar atención al autor intelectua­l de esta infiltraci­ón.

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