La libertad muere entre aplausos
El senador Palpatine anuncia que, “en orden de asegurar la continuidad de la seguridad y la estabilidad”, la República se reorganizará como el primer Imperio galáctico. El Senado lo vitorea. La senadora Padme Amidala dice: “Entonces así es como muere la libertad, con un aplauso estruendoso”.
La escena del Episodio III de Star Wars es trillada, pero resume el camino en el que estamos. El domingo 25 la coalición liderada por el partido neofascista Hermanos de Italia ganó las elecciones y Giorgia Meloni seguramente será primera ministra de ese país.
En un artículo en Post Opinión, Federico Finchelstein y Andrea Mammone, estudiosos de los movimientos fascistas, explican que este partido —que ganó las elecciones 100 años después de la Marcha de Roma de Benito Mussolini— promueve principal y abiertamente la xenofobia, el nacionalismo, el euroescepticismo, el rechazo al islam y la crítica a los derechos LGBTQ. Tras su triunfo, Meloni fue felicitada por la extrema derecha mundial: el trumpismo estadounidense y VOX en España, los presidentes de Brasil y Hungría (Jair Bolsonaro y Viktor Orbán), e incluso el ex candidato presidencial chileno José Antonio Kast y el diputado argentino Javier Milei.
Hace un par de décadas este tipo de partidos y sus plataformas políticas estaban prohibidos en algunos países o tenían un número marginal de votantes. Hoy se disputan la presidencia en las segundas vueltas electorales de Francia o Chile, o forman coaliciones de gobierno en Austria o Polonia. Ya son o han sido gobierno en Suiza, Estados Unidos, Brasil o Rusia.
Este avance de la derecha extrema es una mala señal para los derechos humanos y las libertades de grupos oprimidos históricamente: migrantes, mujeres, negros, indígenas, pobres o LGBTQ, entre otros. Pero no se necesita que los gobernantes se asuman en ese extremo para tener dichas políticas: gobiernos que se autodenominan de “izquierda” como México, Cuba, Venezuela, Nicaragua o España siguen violando sus derechos. O quienes no se ubican en ninguno de esos espectros, como el salvadoreño Nayib Bukele, igual mantienen regímenes de excepción indefinidos.
Al final, después de décadas que parecían de avance, parece que hemos normalizado ya que los migrantes sean golpeados y tratados inhumanamente como en España; que los militares y sus violaciones a los derechos humanos tomen mayor poder como en México; que las mujeres no puedan abortar como en El Salvador o Estados Unidos; que no existan elecciones como en Cuba o Nicaragua; que la comunidad trans sea asesinada impunemente como en Brasil; y que la población “extranjera” o no blanca sea discriminada institucionalmente en Hungría. Más allá de espectros políticos, la mayoría de estos gobiernos han sido electos por sus ciudadanos. Lo normal, parecería, es que los antiderechos hoy estén al mando o muy cerca de estarlo.
Puede ser entendible que haya quienes voten por políticos que dicen estar en contra de “las élites” (lo que esto signifique en cada país) y que proponen mano dura, estabilidad y un mejor futuro para los “verdaderos” habitantes de sus naciones. Después de todo, estamos saliendo de una pandemia y una crisis de salud pública que nos está dejando en una crisis económica, social, cultural y mental. Las peores salidas a veces pueden parecer las únicas salidas. Lo que no debería pasar es que nuestros derechos y libertades estén muriendo en medio de aplausos.