Las cartas de la poeta / y II
“Yo me cuento mi vida cuando todo se va”, escribe Carmen Castellote en Kilómetros de tiempo.
Poesía completa (Ediciones Torremozas 2021). La poesía es lenguaje originario, una develación del ser que condensa las palabras para darle a la tarea del entendimiento el libre juego de la imaginación. La poesía, afirman los cánones, representa la verdad misma, aquella custodia de las metamorfosis donde queda depositado lo universal, no lo contingente ni lo efímero sino lo permanente, lo humano esencial.
Al contarse Carmen la vida que se va —esa ontología sentimental de su azarosa biografía—, la vuelve objetiva, alcanza al lector y se multiplica en él. Fascinante paradoja: la poesía es una eternidad que se fuga de la emoción para hacer del arte algo impersonal. Llega hasta nosotros y vuelve a ser. Entonces su vida siempre va siendo al transfigurar la experiencia biográfica en poesía, en lenguaje cargado de sentido a su máxima intensidad. Más aún: su vida yace en nuestra vida. Contarla es dejarla ir para que se vuelva de los demás. Dejarla ir es tenerla otra vez. Amor fati.
En sus Cartas a mí misma (Ediciones Torremozas 2022), esta alta y poderosa poeta no retórica ni abstracta —austera, directa, libre del baboso sentimentalismo, como querría Pound— dice: “Escribo para enhebrar las cosas que viví y hacer con ellas memoria. No tengo testigos en el arte de engarzar ni en la tarea de observar lo que me atisba”. Y también: “Yo viví un país tragando la guerra por sus ojos, niños atados a la estufa con la ira del frío y ancianos que esperaban la noticia de su muerte frente a sus casas, ya muertas en el aire. […] Vi morir a niños, y eran ellos tan niños, que confundían la vida con la muerte”. Con soberana transparencia poética, una conmovedora maestría de la exactitud, la obra de una gran poeta está entre nosotros. Leerla es encontrar el sentido de su/nuestro vivir.
Con soberana transparencia poética, la obra de una gran poeta está entre nosotros