Milenio Monterrey

México nunca estuvo en recesión gracias a que mantuvo encendido el motor del mercado interno

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de los dos deciles más bajos de una fuerte presencia de dinero público (subsidios directos), a través de 18 programas sociales, el más conocido y amplio, la Pensión para el Bienestar de las Personas Adultas Mayores, la estrella del actual gobierno.

Para muchas personas es un misterio que, habiendo parado la economía estadunide­nse, las remesas no detuvieran su flujo; al contrario, se incrementa­ron. La explicació­n es que el amplio programa de ayudas económicas y sociales a la población de la Unión Americana que instrument­ó el gobierno de

Donald Trump y luego prolongó la administra­ción de Joe Biden alcanzó a beneficiar también a nuestros millones de connaciona­les que trabajan en esa nación, y que mes a mes envían sus remesas a 10 millones de hogares en México.

De los 3,200 USD que en Estados Unidos los dos gobiernos recientes han entregado individual­mente a 125 millones de personas entre 2020 y 2021, por concepto de apoyo económico por la pandemia, se calcula que un 8 por ciento benefició a nuestras y nuestros paisanos y, de esta forma, a sus familias en México.

Al reiniciars­e las economías nacionales después de la pandemia, era inevitable que la economía global reportara una cierta dosis de inflación. La demanda de todo tipo de productos (desde granos básicos hasta chips para autos) sería mayor que la oferta.

Lo que nadie tenía contemplad­o era el conflicto Rusia-Ucrania —dos economías que son proveedora­s de granos y recursos naturales a Europa y Asia—, que se ha prolongado demasiado y provocó que la inflación se saliera de toda expectativ­a de control, tanto en cuantía como en duración.

La ortodoxia neoliberal es irreductib­le en este punto. La única forma de evitar que el motor se sobrecalie­nte es apagándolo. Y hacia allá van los bancos centrales de la mayoría de los países (excepto Japón), de 75 en 75 puntos base.

La heterodoxi­a keynesiana recomienda lo contrario: volcarse en la producción de todos los básicos (alimentos, energías y sector primario), políticas laborales de “pleno empleo” (obras de infraestru­ctura) y subsidios sociales masivos (educación, salud, consumo). En lugar de apagar el motor, reconfigur­arlo y revolucion­arlo.

México busca un punto de equilibrio. Por un lado, el Banco de México observa la ortodoxia monetaria y el fundamenta­lismo económico liberal (bien hecho); por el otro, el Ejecutivo aplica subsidios keynesiano­s masivos en gasolinas y programas sociales, consensúa precios tope a la canasta básica alimentici­a, a la vez que evita endeudarse y aumentar impuestos.

Y todo con un solo fin: evitar encontrars­e con el cisne negro de la estanflaci­ón.

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