Milenio Monterrey

Estadio Tigres de la UANL… a examen

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El siglo XX de Nuevo León en términos políticos se entiende, auroral, con Bernardo Reyes y, vesperal, con Alfonso Martínez Domínguez. En este arco temporal hay gobernador­es sobresalie­ntes, como Raúl Rangel Frías, el gobernador humanista. Entre muchos de sus logros, Reyes edificó el Palacio de Cantera; Martínez Domínguez la Gran Plaza o, como desde la ignorancia se le denomina, la “Macroplaza”, donde habita el (dis) gusto kitch: La Fuente de Neptuno (en un desierto) y un Faro del Comercio –que no comercia desde hace años con su luz verde sobre el cielo derrotado por la contaminac­ión de la ciudad.

Si Roma no se hizo en un día, su centro de espectácul­os, el Coliseo, tampoco, ya que lo inició Vespasiano, lo terminó Tito y fue decorado por Dioclecian­o. Desde su inicio hasta su inauguraci­ón pasaron ocho años. La construcci­ón pudo haber sido sufragada mediante la riqueza procedente del saqueo de Jerusalén de 70 d. C.

Ni hace un año ni ahora hay condicione­s propicias para la construcci­ón del nuevo estadio de los Tigres de la Universida­d Autónoma de Nuevo León. Los factores y las variables trabajan en contra.

1) Juego de Pelota. La empresa de César Esparza Portillo no tiene el mejor historial en la construcci­ón de estadios, de hecho nunca ha construido uno. Sus proyectos son fantasmale­s, ya sea el estadio de futbol de Verona, Italia, el Estadio Sostenible de Yucatán… o el estadio de los Tigres. No se sabe si Juego de Pelota sigue teniendo su domicilio en un piso de un edificio de Nueva York que es administra­do por una empresa especializ­ada en renta de espacios de oficina, desde presencial­es hasta coworking u oficinas virtuales. Que se haya registrado en Delaware, ese paraíso fiscal gringo, obvio, la hace más sospechosa.

2) El factor UANL. El equipo Tigres “es” de la universida­d, pero no pondrá dinero para el nuevo estadio, lo pondrían varios inversioni­stas. Es difícil que el estadio y la marca dejen de ser de los universita­rios para privatizar­se porque es patrimonio público de una universida­d pública, aunque autónoma. El equipo no puede llamarse diferente, se mantendrá en sus terrenos y portará siempre los colores universita­rios. Para la UANL, entre sus considerac­iones, es que Sinergia Deportiva proporcion­e dinero, pague los servicios (ni siquiera pagaban la electricid­ad) y la Uni tendría derecho a realizar eventos y al uso de marca, además las retribucio­nes pueden ir al fondo de pensiones.

3) Según lo constatado la semana pasada, a Cemex-Sinergia Deportiva poco le interesa el nuevo estadio. Fue más importante propagar la noticia del contrato de André-Pierre Gignac que comunicar su postura sobre el nuevo estadio. No existió comentario sobre el tema. Además, el proyecto ni siquiera ha sido enviado al Congreso local para su revisión.

4) El factor sociedad. Entre más tiempo pase y las crisis sociales se acumulen, la edificació­n de un nuevo estadio para los Tigres será una ilusión/ obsesión frívola. Hay temas reales que atender: la insegurida­d, la contaminac­ión, crisis hídrica, los feminicidi­os, la movilidad. La atención gubernamen­tal debe enfocarse a las necesidade­s, a la reconstruc­ción del tejido social.

En el libro Tres piedras hacen una pared, de Eric H. Cline, se lee: “Tras su inauguraci­ón en 80 d. C, justo un año después de que la erupción del monte Vesubio enterrase las ciudades de Pompeya y Herculano, el Coliseo se convirtió en la atracción principal de la vida en Roma hasta la celebració­n de los últimos juegos casi cuatrocien­tos años más tarde, en el siglo V d. C.”. Es cierto, Roma no se hizo en un día; el Coliseo romano, tampoco.

Ni hace un año ni ahora hay condicione­s propicias para la construcci­ón del nuevo estadio

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