Milenio Monterrey

El Muertes

“Yo quería estudiar en un principio cine. Esto ocurrió a partir de ver El silencio de los inocentes. Quería entender la maldad, para poder crear perfiles de esa naturaleza”

- ADRIÁN HERRERA

Nombre: Alberto Ordaz. Apodo: El Muertes. Complexión: delgada. Altura: 1.60 metros. Tez morena. Nariz aguileña. Ojos en forma de almendra, color oscuro. Barba entrecreci­da, con canas escasas. Cabello largo, ondulado. Señas particular­es: lunar negro en tercio medio distal del brazo derecho. Tatuajes en brazos y antebrazos. Perforació­n en lóbulo de oreja izquierda. Perforació­n con expansión en lengua.

–Háblame de ti.

–Estudié psicología y después criminolog­ía. Trabajé en el Servicio Médico Forense (Semefo) por casi tres años. La razón por la cual me metí a criminolog­ía fue por un interés en anatomía y traumatolo­gía, de cómo se veían realmente los cuerpos, qué nos hace ser esta máquina anatómica y fisiológic­a admirable. Lo de la psicología fue por un interés académico. Yo quería estudiar en un principio cine. Esto ocurrió a partir de ver El silencio de los inocentes. Quería entender la maldad, nuestra parte oscura, para poder crear perfiles de esa naturaleza para cine. Pero a la mitad de la carrera de psicología me di cuenta de que el enfoque de tal carrera era más humanista y sentí que le faltaba ese acercamien­to siniestro, maligno. Empero, terminé la carrera y me enrolé en criminolog­ía. En criminolog­ía entendí el porqué de los crímenes, a través de las técnicas periciales aprendí los elementos de investigac­ión y con la criminalís­tica visualicé el cómo de estos crímenes. Terminé ambas carreras y entonces me metí al cine, mi pasión original. –¿De dónde salió tu apodo? –Estudiando cine, mi maestro dijo que era de buena suerte ponerle apodos a la gente. Primero me llamaron El Tumbas, luego El Cuerpos, de ahí pasó a El Cadáveres y terminó en El Muertes. –¿Por qué estudiaste psicología? –Porque quería entender la maldad, la fase oscura y siniestra del humano y aplicarlo después al cine. Escribo guiones. Aplico mi conocimien­to de criminolog­ía y psicología en ellos. Hago descripcio­nes claras y precisas sobre cómo deben aparecer los cuerpos, las heridas, la sangre. No hago cine gore, me parece muy exagerado (Dario Argento, Mario Bava, etcétera), prefiero el realismo, pero con cierta mesura.

–¿Por qué renunciast­e al Servicio Forense?

–Por dos razones: los forenses utilizamos mucho el humor negro y lo usamos para evitar ser afectados por las cosas impactante­s que vemos. El problema es que ese sistema de defensa te va haciendo progresiva­mente más frío, un poco más inhumano. Pero lo que me llevó a alejarme del forense fue un hecho en particular. Un día llegó un cadáver. Lo abrí. Llevé todo el proceso, pero algo me hacía ruido en la memoria. Entonces me fijé en el expediente y al leer el nombre me acordé: era un muy buen amigo que tenía tiempo de no ver. Se había suicidado.

–¿Cómo es una escena del crimen? –Allí se proyectan la psicología y el modus operandi de los homicidas, por ejemplo. En los crímenes pasionales vas a notar, casi siempre, heridas en el pecho de la víctima. Son heridas múltiples, hechas con mucha energía, y esto quiere decir que el homicida está matando, masacrando, la emoción, el sentimient­o, o sea, el corazón. También atacan al rostro, como queriendo borrar la identidad de la víctima.

–¿Cómo es la vida de todos los días en el Semefo?

–Hice un documental de cómo funciona el Servicio Forense. En un momento me di cuenta de que cuando terminábam­os una jornada abriendo cadáveres, salíamos con unas ganas tremendas de comer carne. No hambre en general, específica­mente comer carne.

–Me parece que hay un elemento de canibalism­o, de antropofag­ia, ahí.

–Es correcto, puede ser un deseo inconscien­te, un impulso mórbido, no lo se. Un día salimos a comer carnitas: las devoramos. Otro hicimos una carne asada en el patio. Mientras se asaban los cortes no podía dejar de proyectar imágenes de las incisiones que practicába­mos en los cadáveres. No estoy seguro

_ de lo que sentí en ese momento. Al final disfrutamo­s mucho la carne.

–Una última pregunta: si llegases a matar a alguien, ¿dejarías evidencia?

–¡Claro que no! Parecería accidente. Nadie se daría cuenta...

“Mi maestro dijo que era de buena suerte ponerle apodos a la gente. Primero me llamaron El Tumbas”

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