El vaso rojo
EFue mudo testigo de alegrías, sinsabores, angustias, temores...
n la casa de mi abuela Julia había un vaso rojo de peltre por el que más de alguna vez me peleé. El pleito valía la pena, porque en ninguno de los vasos o tazas que había disponibles, el agua, el refresco, la limonada o la horchata sabían igual. No era el material, el tamaño, ni el diseño del vaso lo que le daba su capacidad para convertir cualquier líquido en el más sabroso y fresco del mundo. Lo rayado, decolorado, abollado, traqueteado –diría mi abuelo Pachú– le daban una personalidad muy especial. El vaso rojo de peltre fue mudo testigo de alegrías, sinsabores, angustias, temores y esperanza; todo lo que ahí se bebía tenía sabor a historia familiar.
Traigo a cuento este recuerdo porque esta semana, mientras un amigo y yo hacíamos una larga fila para que nos sirvieran un café, le recomendé Los sacramentos de la vida, un librito escrito por Leonardo Boff cuando aún era sacerdote. A pesar del montón de años que han transcurrido desde que lo leí, sigo con el mismo buen sabor de boca y la contentura que en su momento me dejó en el corazón. Me explico.
Regularmente la palabra sacramento la asociamos a rito. Nos suena a bautismo, confirmación, primera comunión o boda. Pero Boff dio un pasito más allá de las lecciones del catecismo, descubriendo, haciéndonos ver que algunos objetos cotidianos guardan una dimensión sacramental; es decir, nos conectan con nuestra capacidad de amar de manera incondicional, creer,
comprometernos, empatizar, solidarizarnos, servir y actuar movidos con la misma fuerza y convicción espiritual con que lo hacen cualquier sacramento.
El vaso rojo de la casa de mi abuela Julia custodió la historia familiar. Su abollada silueta contenía el registro de quiénes éramos los Enríquez, al igual que lo contuvieron el mezquite, el sillón floreado de la sala, el gallinero y las poltronas del porche. En cada uno de estos objetos había un pedacito de nuestra alma, de nuestra fe en el amor, la unión y el compromiso familiar. En lo personal tengo tres objetos que tienen dicho carácter: un libro de poemas con el nombre escrito de mi madre, el último IFE que tramitó mi padre y el cacharrito con el que marcaba las bolas y los strikes cuando trabajó como ampáyer.
Algún día relataré porque estas tres “cosas”, como dijera Boff, contienen un poder sacramental.