El difícil mutis de López Obrador
Es la primera vez en el sexenio que el espacio mediático no es monopolizado casi exclusivamente por el Presidente debido a la preponderancia de las campañas; esto quita protagonismo a su mañanera, un espacio vital para la conducción política
La oposición jura que Andrés Manuel López Obrador no dejará el poder cuando se retire a su rancho al final del sexenio, pero los más directamente involucrados y cercanos a lo que está sucediendo con las candidaturas entienden y actúan en sentido inverso. El círculo de Claudia Sheinbaum, aliado a la actual dirigencia de Morena, está tomando las decisiones fundamentales para el acomodo de los cuadros políticos de cara al nuevo sexenio. Se trata prácticamente de 20 mil puestos de elección popular, más otros miles que deberán ser designados a partir del 1 de octubre en el nuevo gobierno. Desde luego, hay cuotas que el nuevo equipo está obligado a respetar tanto en lo que concierne a las candidaturas, como a la definición de la nueva administración: posiciones que deben otorgarse a los aliados; mínimos destinados a las tribus y corrientes para evitar rebeliones internas; reconocimientos y blindajes que deba hacer el gobierno de López Obrador en favor de aquellos que lo apoyaron. Pero el inventario de puestos es enorme y, sin lugar a dudas, el grueso de las decisiones las está tomando el grupo de la muy probable nueva presidenta.
No es de extrañar, entonces, que estemos en medio del fenómeno de la cargada, ritual sexenal que se desencadena en torno al favorito para ganar las elecciones presidenciales. Es cierto, hay un matiz, en esta ocasión, por el enorme peso que tiene el liderazgo de López Obrador, pero la inercia de la transición ha comenzado a imponerse. Más allá de los dimes y diretes sobre un posible maximato, en la práctica lo que se advierte es el apuro de los actores políticos por cortejar al equipo que habrá de gobernar los siguientes seis años.
En términos mediáticos está sucediendo otro tanto. Basta ver las portadas de los diarios y el contenido de los noticieros y debates para percibir la preponderancia de campañas y candidatas. Es natural, pero no podemos ignorar que es la primera vez en el sexenio que el espacio mediático no es monopolizado casi exclusivamente por López Obrador.
A mi juicio, esto provoca al menos dos efectos inmediatos. Por un lado, inevitablemente le quita protagonismo a la mañanera, algo que no deja de ser delicado para la estrategia de comunicación, de gobernabilidad incluso, del Presidente. Se trata de un espacio que desempeña un papel fundamenun tal en la conducción política y en el mantenimiento de la relación entre su liderazgo y el apoyo popular.
Por otro lado tampoco habría que ignorar el costo personal para adaptarse a la migración, aún parcial, de atenciones mediáticas y políticas a otro centro de gravedad.
Me preocupa la manera en que el Presidente responda a estos dos efectos, porque la tendencia ya no va a cambiar. El nerviosismo sobre el resultado electoral hace inevitable que la cobertura mediática se centre en los dos bandos que disputan los comicios, gubernaturas incluidas. Pero después de junio y hasta octubre, las especulaciones sobre los posibles cambios, las interpretaciones sobre lo que hará y no hará el nuevo gobierno, etc., constituirán la obsesión de la clase política y tema de interés fundamental de la opinión pública. Eso inevitablemente quita reflectores y micrófonos al Presidente y al enorme peso que merecían sus acciones y declaraciones.
¿Qué hará el mandatario para mantener la centralidad de las mañaneras? En realidad, su importancia nunca residió en los ratings de audición, sino en los efectos multiplicadores que tenía gracias a la cobertura mediática, incluyendo a las redes sociales. Durante cinco años el Presidente generó la principal nota del día, por una razón u otra. Eso va a ser más difícil de conseguir en los próximos meses. Algo que, supongo, intentará subsanar de alguna manera, porque se trata de
espacio clave en su estrategia política.
Hace unos días habló del riesgo de que sus adversarios den un golpe de Estado “técnico” para impedir la sucesión presidencial. Sin duda dio nota momentánea, pero rápidamente perdió fuelle. El gobierno cuenta con el apoyo popular, del Congreso, del Ejército, de los actores económicos (que no verían con buenos ojos la inestabilidad resultante de una rebelión jurídica por parte de la oposición) y ha conseguido un relativo equilibrio en las instancias electorales. El muy probable triunfo de Claudia Sheinbaum con un margen considerable provoca que sea absurda la invocación de este temor. Salvo por razones mediáticas, obviamente. Me preocupa que en su afán de atraer la atención a la mañanera el Presidente crea necesario lanzar buscapiés de esa naturaleza, porque inevitablemente enturbian el ambiente político de manera artificial y afectan una transición de poderes que no debería padecer oleajes innecesarios. Si lleva todas las ventajas para ganar, el menos interesado en provocar incertidumbres sobre el proceso y su probable resultado tendría que ser el partido en el poder.
El otro tema de preocupación es mucho más subjetivo. La sorprendente vitalidad de López Obrador, capaz de estar casi tres horas diarias sin tomar un trago de agua o sin sentarse, a sus setenta años, solo puede explicarse por genes envidiables y su sentido de responsabilidad. Pero en términos fisiológicos en esas comparecencias está operando una buena dosis de endorfinas, por decirlo de alguna manera. El Presidente habrá de requerir un enorme esfuerzo de voluntad para vencer la resaca que provocará la paulatina pérdida de protagonismo que entraña el fin del sexenio. Constituirá una verdadera prueba de carácter prescindir de la dosis de atención de la que gozó durante lustros y muy particularmente los últimos años, para hacer el mutis tan absoluto que ha prometido una vez que salga de la escena. Los próximos seis meses constituyen un laboratorio, un anticipo, de lo que será su futuro.
En esta recta final el Presidente seguirá teniendo un protagonismo fundamental, desde luego. Pero el grueso de su intervención tendría que estar encaminada a la conclusión lo más eficaz posible de sus proyectos y a garantizar condiciones de estabilidad para una transición pacífica en la que lleva todo por ganar, insisto. La campaña es una fiesta de otros y con otros convidados. Las intervenciones que realice desde el estrado presidencial en contra de la candidata rival a estas alturas perjudican más que benefician a su propia causa, porque dan pie al argumento de una elección de Estado. Y sin ninguna necesidad. Salvo el protagonismo, claro. Y no se trata de un asunto de ego, necesariamente, o no exclusivamente: gracias a esta sobreexposición el Presidente consiguió una legitimidad y un apoyo político sin precedente, clave para posibilitar el cambio de timón que ha intentado. Hoy las circunstancias obligan a desmontar poco a poco, o de lo contrario será contraproducente, el formidable recurso con que contó esta fuerza política.