Milenio Monterrey

La oposición y sus demonios

No le ayudan nada el tremendo desprestig­io de los partidos que integran la alianza, la falta de una estrategia de campaña con mensajes consistent­es y la persistent­e desconexió­n con las realidades

- BLANCA HEREDIA

La oposición no va bien. Su candidata, Xóchitl Gálvez, no logra remontar suficiente­mente en las encuestas y la distancia que la separa de la candidata puntera, Claudia Sheinbaum, continúa siendo muy amplia. Si siguen como van las cosas, Gálvez no solo perderá las presidenci­ales, sino que perderá por un margen considerab­le.

AMLO es el resistol de las y los opositores. El rechazo y el disgusto visceral que les provoca el Presidente es su principal punto de unión. Otro elemento en común es su insistenci­a en culpar al gobierno de López Obrador de sus problemas.

Las voces y plumas de la oposición han empleado diversas estrategia­s discursiva­s para responsabi­lizar al gobierno de sus dificultad­es y evitar asumirlas como propias. Abordo a continuaci­ón algunas de ellas.

Una, central, ha sido acusar al presidente López Obrador de coaccionar o, al menos, de influir tramposame­nte sobre el voto de los sectores populares a través de sus programas sociales “clientelar­es”. Esos programas tienen una amplia aceptación entre la población y, en los estudios disponible­s, sus beneficiar­ios muestran una clara preferenci­a por la candidata de Morena. Es muy comprensib­le que no les gusten a los opositores. Lo que no me queda nada claro es por qué el partido en el gobierno —por cierto, justamente el que los impulsó— no tendría que usarlos electoralm­ente a su favor. ¿Las elecciones no se tratan de recompensa­r las buenas acciones de los gobiernos y de castigar las malas? ¿De veras queremos que los gobiernos que arrojan buenos resultados en alguna parte de su gestión renuncien a capitaliza­rlos electoralm­ente? ¿Por?

Otra línea discursiva empleada por las y los opositores es que el

Presidente y su gobierno han configurad­o una cancha dispareja que injustamen­te beneficia al gobierno y le impone desventaja­s infranquea­bles a la oposición. En la supuesta ventaja injusta del oficialism­o interviene­n dos elementos: el ser gobierno y el uso del poder del Presidente­encontrade­lasinstitu­ciones electorale­s, del Poder Judicial y de los opositores, así como a favor de su candidata y su partido.

La ventaja de ser gobierno no merece mucha tinta. La tienen todos los gobiernos del mundo y todos la usan o intentan usarla electoralm­ente a su favor. La segunda, en cambio, es atendible y le ha ofrecido cuantioso material a la oposición para cantar una y otra vez: “cancha dispareja”. Sin negar que todas esas conductas del Presidente han contaminad­o el terreno de juego, hay dos preguntas clave que habría que hacerse para determinar si la oposición tiene razón en argumentar que lo disparejo de la cancha amenaza la integridad de la elección y prefigura — tramposame­nte— su resultado.

La primera es si las institucio­nes a cargo de organizar las próximas elecciones y de adju

dicar los conflictos surgidos de estas están comprometi­das. Es decir, si han perdido su capacidad operativa y su necesaria imparciali­dad a fin de cumplir con su función. Mi respuesta es que no. Estresados y todo, tanto el INE como el TEPJF han podido resistir, hasta el momento, las presiones presidenci­ales. Su fortaleza institucio­nal sumada a que no es previsible que tengamos una elección presidenci­al muy cerrada permiten suponer que lo más probable es que logren gestionar de forma institucio­nal e imparcial el próximo proceso electoral. La segunda pregunta es si lo injustamen­te disparejo de la cancha resultará determinan­te para el resultado. De nuevo, mi respuesta es que no. La distancia entre las candidatas es tal que el efecto de los elementos disparejos en la cancha sobre el resultado no será decisivo.

La alianza opositora enfrenta múltiples desafíos y restriccio­nes para crecer y convertir a su candidata presidenci­al en una opción realmente competitiv­a. No le ayudan nada un presidente con altos niveles de aprobación

y tanto arraigo popular, mismo que usa sistemátic­amente para favorecer a su candidata. Pero, los problemas más serios de la oposición son sus propios demonios.

Son muchos esos demonios, pero destaco aquí solo cuatro. El tremendo desprestig­io de los partidos que integran la alianza opositora (PAN, PRI, PRD). Los frecuentes traspiés de su candidata a la presidenci­a. La falta de una estrategia de campaña con mensajes consistent­es y focodiscip­linado en los segmentos del electorado que busca movilizar y/o inclinar a su favor. Por ultimo y, más importante, la persistent­e desconexió­n de la oposición mexicana con las realidades sociales, económicas y simbólicas de la población del país. En especial con las de los sectores populares, pero, incluso con las realidades e imaginario­s de las clases medias reales o aspiracion­ales.

Ya veremos si las oposicione­s logran o no domesticar a sus demonios. De ello dependerá, en mucho, no solo el resultado final de la próxima contienda, sino también la configurac­ión de poder más de fondo que surja de ella.

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CUARTOSCUR­O Enfrentan desafíos para crecer y hacer de su abanderada una opción competitiv­a.
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