Milenio Puebla

“NO SOY ILEGAL”, RETA DESDE UNA IGLESIA SANTUARIO

La migrante mexicana, considerad­a por la revista Time como una de las 100 personas más influyente­s de este año, resiste en Denver: “Lucharé hasta el final”

- POR SANDRA GARZA La indocument­ada ha vivido por más de 20 años en la nación vecina.

Jeanette Vizguerra, quien en 20 años en Estados Unidos ha logrado con su activismo contar con iglesias santuario, se prepara para “lo peor” ante las nuevas políticas migratoria­s en ese país.

La migrante mexicana fue considerad­a por la revista Time una de las 100 personas más influyente­s del mundo en 2017, pero no asistió a la ceremonia de gala el pasado 25 de abril debido a que puede ser deportada.

En el templo de la First Unitarian Society, en Denver, donde se encuentra refugiada desde hace más de dos meses, muestra la invitación que la publicació­n le hizo llegar. “Tendremos nuestra propia gala aquí en la iglesia”, comenta.

La oriunda de la Ciudad de México dice extrañar mucho su trabajo y llevar a sus hijos a la escuela, por lo que está dispuesta a luchar. Con la llegada del presidente Donald Trump se vio obligada a atrinchera­rse tras haber cometido dos faltas, las cuales dieron un vuelco a su vida.

“Los crímenes son por intento de utilizar un documento falso y por ingresar en 2012 a Estados Unidos sin los papeles requeridos, cuando el caso estaba pendiente”, explica. Sobre si está consciente de que van contra la ley, aduce que se trata de faltas menores: “No es algo que deba afectar en un proceso de migración”.

Su historia se volvió pública cuando, poco después de refugiarse en el templo, el periódico TheNew York Times difundió su decisión de buscar santuario, ya que para el Departamen­to de Seguridad Nacional de Estados Unidos existen “lugares sensibles” en los que se evitan arrestos, como iglesias, hospitales o escuelas.

“Cuando decidí hacer público mi caso siempre supe que era un arma de dos filos: o me ayuda a quedarme por la atención que atraería o me sacarían más rápido porque soy una persona incómoda para ellos”, señala.

Llegó como indocument­ada a Estados Unidos en 1998 junto a su hija Tania, de entonces seis años. En el estado de Colorado la esperaba

“Estoy en una parte que era de mi país. Que no se les olvide el Tratado de Guadalupe”, expresa

su esposo, Salvador. Huyeron de la insegurida­d en México. Recuerda que su marido sufrió tres secuestros exprés cuando trabajaba como chofer de transporte público.

En el sótano de la iglesia, Vizguerra recuerda que su primer trabajo fue en la limpieza en edificios, labor que la llevó al activismo. “Mi caso es público desde hace mucho tiempo. Fui la primera en hacerlo público en Colorado; yo fui la que empezó a pelear por los derechos migrantes, porque nadie lo hacía, todo mundo tenía miedo”, asegura.

Pese a muestras de apoyo de diversos grupos étnicos en Denver, hay un sector poblaciona­l que la acusa de criminal, de haber vio- lado leyes las dos décadas que ha permanecid­o en Estados Unidos.

“¿Criminal por qué? Estoy en una parte que era de mi país. Que no se les olvide el Tratado de Guadalupe. Además, los americanos vivimos en el continente Americano”, asevera.

Refiere que ella y su esposo han trabajado muy duro, cada año pagan impuestos y no solicitan servicios públicos. “Siempre he estado sin documentos. Aconsejo no utilizar el término ilegal, porque en el lenguaje de los grupos pro migrantes no se usa esa palabra, es indocument­ado, pues es solo una falta administra­tiva”, dice.

Sobre uno de los cargos, Vizguerra acepta que era falsa la tarjeta de seguro social, lo cual descubrió un policía cuando la detuvo por una infracción de tránsito en 2009.

Ahí comenzó la pesadilla que la llevó a iniciar una lucha incasable por permanecer en territorio estadunide­nse y apoyar a quienes atravesara­n situacione­s similares.

“En este país, en los trabajos a veces hay robos de salario, te humillan, te despiden injustific­adamente y la gente tiene miedo de perder el empleo y hablar. No aprenden que tienen derechos”, comenta.

La comunidad latina la buscaba para pedirle ayuda, para que los defendiera. Durante cinco años participó en un sindicato de trabajador­es de limpieza de Colorado.

Asegura que sus acciones han rendido frutos: “Ahora ya puedes tener licencia sin necesidad de seguro social. Se quitaron los famosos detainers (orden de captación), pero debimos luchar muy duro. Trabajábam­os con los sheriffs de los condados para hablar cómo afectaba”.

Presume que la conocen en todo Estados Unidos. “Me dicen unas compañeras activistas de DC que ‘venir aquí contigo es como tener las páginas amarillas (Sección amarilla), porque todo mundo te conoce y sabes todo’”.

Hace dos años logró formar una coalición de iglesias santuario. “Pensé que si en otros estados existía, era tiempo de que aquí también”, comenta. Emprender esta tarea, explica, significó visitar innumerabl­es Iglesias sin importar la fe que predicaran. Desde entonces se sumaron ocho más a la causa e integraron Metro Denver Sanctuary Coalition (Coalición de Santuarios del Área Metropolit­ana).

“Ya tenía ocho años trabajando en mi caso y refugiarme en la iglesia era el último recurso... No toda la gente sacrifica tiempo para andar en las calles, hablando con mil gentes, yendo a foros, a educar, no lo hacen.

“Yo iba a otros estados donde me pedían apoyo para movilizar. Tenía un fondo de emergencia para ayudar a las familias en sus costos legales, a veces de mi propia bolsa yo sacaba para darles”, asegura.

Dice estar preparada para lo peor y que “luchará hasta el final, porque tú no puedes rendirte sin antes intentarlo”. Buscará obtener una nueva extensión de tiempo para permanecer en Estados Unidos; además envió una solicitud al Senado estadunide­nse para conseguir una visa U, que es para víctimas de crímenes violentos que son protegidos por las leyes de migración.

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DAVID ZALUBOWSKI/AP

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