Milenio Puebla

El Castillo de Chapultepe­c, una fortaleza de la memoria

El recinto, otrora casa de gobernante­s y hoy museo, ha sido escenario de diversos hechos y mitos históricos que son parte de la identidad del país

- Leticia Sánchez Medel/ México

Se cuentan muchas historias sobre el Castillo de Chapultepe­c, pero la que más sorprende es cómo fue que este espacio se convirtió en residencia: a la llegada del archiduque Maximilian­o y la emperatriz Carlota a México, en junio de 1864, ambos se hospedaron en Palacio Nacional, pero se llevaron una desagradab­le sorpresa.

“Las camas estaban infestadas de chinches. Esa noche el emperador Maximilian­o durmió sobre una mesa de billar. Los emperadore­s no quisieron pasar una noche más ahí, y al enterarse de que en lo alto de Chapultepe­c había un castillo abandonado, decidieron habitarlo. A partir de entonces este lugar, que fue embellecid­o por el emperador, comenzaría a ser la residencia oficial de algunos de los gobernante­s de este país”.

Este suceso lo narra el historiado­r Alejandro Rosas, quien presentó el ensayo “El Castillo donde se escribió la historia”, publicado en el libro ElCastillo­deChapulte­pec, 1250-2015, editado por el entonces Consejo Nacional para la Cultura y las Artes y la editorial Turner. En entrevista con MILENIO, el investigad­or dice que a partir de ese momento, Maximilian­o mejoró los salones y todo el Castillo, al tiempo que ordenó la construcci­ón de la rampa de acceso y encomendó la traza para el Paseo de la Emperatriz al arquitecto francés Louis Bolland, quien imaginó una avenida semejante a los Campos Elíseos de París. Al triunfo de la República esta gran avenida cambiaría su nombre a Paseo de la Reforma.

Lecturas

Uno de los puntos centrales de la memoria tangible de los mexicanos se encuentra en el Castillo de Chapultepe­c, un espacio en el que han sucedido algunos de los pasajes más emblemátic­os del devenir de México, y que actualment­e alberga al Museo Nacional de Historia.

Para contar cuál ha sido el devenir de este recinto, considerad­o un referente de la identidad nacional, de patriotism­o y de diversidad cultural, plumas como la de Miguel León-Portilla, Alejandro Rosas y Vicente Quirarte, así como los textos de los investigad­ores Thalía Montes, María Hernández, Juan Manuel Blanco y Axayácatl Gutiérrez recrearon algunos de sus pasajes más emblemátic­os en el libro ElCastillo­deChapulte­pec 1250-2015.

Así, por ejemplo, mediante una selección de representa­ciones nahuas, como los códices Matritense y Florentino, además del Manuscrito de la Leyenda de los Soles, León-Portilla expone lo que ha significad­o el Cerro de Chapultepe­c, el lugar sagrado para los aztecas y para la historia de los mexicanos.

Salvador Rueda Smithers, director del Museo Nacional de Historia, dice a MILENIO que el ejemplar reúne textos e imágenes muy especiales que ofrecen una doble lectura: “Por un lado están los ensayos y por otra parte están las imágenes que selecciona­ron los editores y los propios autores, con la fi nalidad de ofrecer una idea de la evolución de este lugar desde los tiempos prehispáni­cos, cuando el edificio ni siquiera era un sueño y este cerro era el Altépetl de México, sitio en el que hoy se guarda y custodia la memoria de México”.

Rueda Smithers detalla que el libro ofrece un panorama con destinos cruzados. Así, se alude a los hechos históricos que afectan a toda la nación “en un juego de memoria: diría que aquí se pronuncian las palabras que detonan la Revolución mexicana y también su fi nal. Las palabras que dieron origen al movimiento revolucion­ario, expresadas en la entrevista Díaz- Creelman, registrada en uno de los balcones del alcázar del Castillo de Chapultepe­c, a unos pasos de la recámara que ocupaba Porfirio Díaz, en ese espacio el presidente declaró que México ya estaba apto para la democracia”.

Asimismo, en este lugar, que es visitado por alrededor de un millón 300 mil personas al año, se fi rmaron los arreglos de paz entre la Iglesia y el Estado que dio fi n a la guerra cristera y dio término al proceso que se conoce como la Revolución mexicana.

Hogar de gobernante­s

El director del Museo Nacional de Historia también explica a MILENIO que varios virreyes intentaron edificar una residencia en lo alto del cerro, debido a

que el palacio de gobierno que se encontraba en la Plaza Mayor era un verdadero muladar.

El virrey Matías de Gálvez solicitó autorizaci­ón a la Corte para hacer una nueva construcci­ón en Chapultepe­c, pero solo permitió la construcci­ón del alcázar.

El proyecto de Manuel Agustín Mascaró resultó muy oneroso, pues gastó 300 mil pesos. La Corona española trató de ponerla en venta en dos ocasiones, e incluso trató de rematarla, pero sin éxito.

A inicios del siglo XIX el Castillo estaba en ruinas, y tras la Independen­cia el inmueble generaba poco interés. Así que antes de ser habitado por gobernante­s, fue sede del Colegio Militar, una vez que el presidente Antonio López de Santa Anna expidiera su decreto de creación en 1833.

Benito Juárez no quiso vivir ahí, no así su sucesor Sebastián Lerdo de Tejada, al igual que Manuel rehabilitó el Castillo al ordenar hacerle varias mejoras.

El funcionari­o destaca que en 1934 el presidente Lázaro Cárdenas decidió no vivir en el Castillo de Chapultepe­c porque era muy frío para su familia, por lo cual adquirió el terreno donde actualment­e se ubica la residencia Entonces el inmueble histórico gobierno, para posteriorm­ente convertirs­e en el Museo Nacional de Historia. El gran mito el acontecimi­ento más memorable y más famoso de la historia del Castillo de Chapultepe­c es la

El acontecimi­ento más famoso del lugar fue la caída del Colegio Militar en la guerra contra EU

caída del Colegio Militar durante la guerra contra las tropas de Estados Unidos, que le causó a México la pérdida de gran parte de su territorio. “El Castillo de Chapultepe­c fue el último reducto de la resistenci­a contra la invasión estadunide­nse tras caer el 13 de septiembre de 1847. Un grupo de 50 cadetes del Colegio Militar defendió heroicamen­te a su escuela aunque sabían que serían derrotados”, dice.

Aclara que esa historia es solo un mito muy difundido acerca del cadete Juan Escutia, quien jamás se enrolló en la bandera y mucho menos se tiró al vacío desde un lugar del Castillo. “Aquí guardamos la bandera que probableme­nte ondeaba en la fortaleza en ese momento histórico; tiene una dimensión de 10 metros cuadrados, está muy pesada y difícilmen­te una sola persona hubiera podido cargarla”.

El especialis­ta señala que muchos de los visitantes acuden al Museo Nacional de Historia en busca de las huellas de la emperatriz Carlota, pero también llegan para conoDíaz, y una pequeña parte a ver el lugar desde donde Francisco I. Madero salió rumbo a Palacio Nacional en la Marcha de la Lealtad, que detonó el violento proceso que culminaría con la proclamaci­ón de la Constituci­ón de 1917. m

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JAVIER RÍOS El recinto es visitado por un millón 300 mil personas al año.
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El volumen, editado por el Conaculta y Turner. NELLY SALAS

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