¡Es el Mal, idiotas!
Un amigo periodista intentó ayer hacerme ver un video terrorífico, filmado por sicarios de la organización criminal Los Zetas, en que cuatro mujeres son salvajemente asesinadas. No lo quise mirar porque la realidad del horror me parece tan suficientemente abominable que no puedo, encima, convertirla en una experiencia personal. Pero, en fi n, no pude menos que enterarme de los detalles: están de rodillas, con las manos atadas detrás, tres de ellas con los pechos descubiertos y la otra, la mayor, ataviada de un vestido. Fueron capturadas porque trabajaban para el cártel del Golfo, y el montaje del suplicio, por lo que parece, no sólo es un castigo para quienes colaboran con un grupo rival sino que sirve de advertencia directa al enemigo: todos los miembros de la organización que les disputa territorios y plazas terminarán por sufrir la misma suerte. Y vaya que es espeluznante la ejecución: al terminar el violento interrogatorio al que son sometidas, uno de los verdugos se acerca a la más joven, con un hacha. Suelta varios golpes y, al final, rueda la cabeza. A las otras las degüellan con machetes y acaban desmembrándolas. La cámara lo registra todo, para que la sanguinaria bestialidad de los carniceros quede debidamente consignada.
Pues bien, enfrentado el Estado mexicano a estas auténticas fuerzas del mal, ¿qué puede hacer? ¿Promover la profesionalización de las policías municipales? ¿Supervisar el desarrollo de los procesos electorales para que, en aquellas zonas del territorio nacional donde es mayor la amenaza de la delincuencia organizada, sean elegidos alcaldes honorables y bondadosos? ¿Fortalecer a la Policía Federal para que, debidamente acotadas sus atribuciones y estrictamente reglamentados sus marcos de acción, se enfrente con una exquisita prudencia a los delincuentes? ¿Promulgar leyes para que sea remotísima la posibilidad de que ocurran abusos a los derechos humanos en la “guerra” contra los narcotraficantes?
Estamos hablando de un auténtico problema de seguridad interior, señoras y señores, y el circunstancial acontecer de espantosas atrocidades es solamente una parte de una ecuación compuesta de inquietantes factores: la descomposición social de regiones enteras, la complicidad de muchas autoridades con los cárteles, el miedo, la inseguridad…
¿Por dónde empezamos?