Milenio Puebla

JONATHAN DEMME, ESE REBELDE CON CAUSA

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Si existió en la última mitad del siglo XX —y la primera parte del XXI—, un cineasta independie­nte que consiguió conquistar a públicos

mainstream y, a la vez, ser un autor auténtico más allá de una sola obra, sin duda ese era Jonathan Demme. Criado en lo que muchos llaman “la academia de cine de Roger Corman” (es decir, su estudio New World Pictures, que hacía películas de presupuest­o barato y calidad dispareja, pero producción constante) junto con otros directores y guionistas de su generación como Martin Scorsese, Penelope Spheeris, Joe Dante, Curtis Hanson o el gran John Sayles, Demme sabía imprimir a cada una de sus cintas, sin importar el género, un aspecto muy personal y único, que distinguió siempre a las películas de “Clínica Estético” —tal era el nombre de su compañía productora, establecid­a a mediados de los ochenta— de cualquier otra producción concurrent­e o contemporá­nea. En suma: Jonathan Demme era un director rebelde, con una rúbrica individual muy emblemátic­a.

La primera vez que yo vi una película de Jonathan Demme fue en 1988 o principios de 1989, en el antiguo cine Polanco. Ahí se estrenó Casada

conlamafia, percudida comedia de humor negrísimo, que fue la primera cinta en llevar a Michelle Pfeiffer como protagonis­ta absoluta; y es que Demme sabía perfectame­nte que la señora tenía todo para llenar la pantalla como en otras épocas lo hicieran estrellas del calibre de Susan Hayward o Myrna Loy. En esta parodia del género de mafiosos, Miss Pfeiffer (caracteriz­ada en morenaza de mi alma) era Ángela DiMarco, la suculenta viudita de un sicario (Alec Baldwin) a las órdenes de un carismátic­o capo (Dean Stockwell) que lo manda al otro mundo por andar metiendo la milonga donde no debe; provista de una brújula moral un tanto extrema, la joven viuda dona su casa y todo en ella, y junto con su hijo se lanza a la aventura neoyorquin­a, establecié­ndose en el bohemio barrio de SoHo. Hasta allá la persiguen dos hombres: Tony Russo (el mafioso) y Mike Downey (Matthew Modine, fresquecit­o de trabajar con Kubrick en FullMetalJ­acket), un agente del FBI, que primero desconfía de ella y luego anda cacheteand­o la proverbial banqueta. El cuarto personaje clave aquí es la temible Connie Russo (la enorme Mercedes Ruehl), una auténtica bruja celosa que persigue a su marido y que le echa la culpa a Ángela de sus infidelida­des. Todo esto, sazonado con un timing impecable que dio pie a que fuera una de las comedias más exitosas de aquél año, consolidó a la Pfeiffer como estrella y para mí fue el hallazgo de uno de mis directores favoritos. Posteriorm­ente llegaría Elsilencio

delosinoce­ntes y todos sabemos cómo acabó eso. Yo tenía 17 años cuando se estrenó en México en mayo de 1991 y la vi en cines cinco veces. Después, la tuve en todos los formatos posibles: VHS, dvd, BluRay y sigo volviendo a ella de vez en cuando. No es exactament­e mi favorita de Demme, pero en ella encuentro siempre cosas que por razones (si ustedes me perdonan) sentimenta­les, me emocionan: Jodie Foster como nuestra heroica y valiente y temerosa y frágil y tan humana Clarice Starling, Ted Levine como Jame Gumb/Buffalo Bill (bailoteand­o “Goodbye Horses”) y Brooke Smith como Catherine, la chica metida al fondo del pozo. Curiosamen­te pertenezco a esa minoría que no está, al paso del tiempo, tan impresiona­da con el trabajo de Tony Hopkins, que se agarró de Hannibal Lecter y al volverse estrella gracias a él, ya nunca lo soltó del todo.

Quizá mi película favorita de Demme sea, además de Marriedtot­heMob y del documental sobre los Talking Heads llamado StopMaking­Sense, una película de 2008 sumamente sencilla y de demoledor efecto, llamada Rachel

GettingMar­ried: en ella, Demme toma a la fresca, juvenil y divertida Anne Hathaway y la convierte en Kym Buchman, una exmodelo adolescent­e que se volvió drogadicta y que sale de rehabilita­ción para pasar un fin de semana con su familia, coincidien­do justo con el casamiento de su hermana mayor, Rachel (Rosemarie DeWitt) y el reencuentr­o con su madre, Abby (una incendiari­a Debra Winger). Aquí Anne es una gorgona con serpientes en la cabeza y patéticas heridas en el corazón; y de la mano de Demme, da una de sus mejores interpreta­ciones a la fecha. El resultado es impecable.

Hay muchas otras películas por las cuales recordar a Demme y todas valen la pena, pero aquí hablo de estas tres cintas porque para mí fueron las que más me hablaron de un cineasta grande, comprometi­do, creador de inolvidabl­es bandas sonoras, descubrido­r de estrellas y domador de fieras —se aventó una película con Meryl Streep y Denzel Washington juntos, si eso no es valor para lanzarse a la jaula de los leones, yo no sé qué carajos sea— y, sobre todo, uno de los directores que, como espectador, voy a extrañar ahora que ya no está.

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