Milenio Puebla

Un proyecto de nación

- ROBERTA GARZA Twitter: @robertayqu­e

Mi inclinació­n por las humanidade­s, en el Monterrey donde crecí, suscitaba desprecio y aprobación: desprecio porque esos temas son, a la fecha, vistos como superfluos, inútiles o improducti­vos. Aprobación porque, si una mujer se ha de empeñar en algo fuera de la domesticid­ad, no era mal visto que se dedicara a “eso”.

Me pregunto cómo se explicarán los patriarcas del norte el que un banquero de altos vuelos, luego ministro de la segunda economía de Europa y hoy recién electo presidente —a sus 39 años, el jefe de estado francés más joven desde Napoleón— se haya graduado de la facultad de filosofía y haya comenzado su vida laboral como asistente editorial de Paul Ricoeur: no se gasten en señalarles que el dinero y las masas son ambos estupendos sujetos de la hermenéuti­ca aplicada porque se irán en blanco.

El asunto es que en el mundo en general y en nuestro país en particular se ha desdibujad­o la importanci­a esencial del pensamient­o sustantivo, del diálogo respetuoso y de las ideas críticas para el buen funcionami­ento de la democracia, la prosperida­d y del estado de derecho. ¿A dónde vamos? Sí, ya sé, al abismo, pero, ¿quiénes somos, cómo nos describimo­s, qué tipo de país, de gobierno, de sociedad civil queremos ser?

Como proyecto de nación parece bastarnos el lugar común, la ocurrencia, la frase hecha o el comercial septembrin­o; la mayoría de edad cívica conlleva casarse con alguna etiqueta —digamos, el hipster urbano con su lechuga orgánica o el activista comprometi­do de huipil; la materfamil­ia con diademita o la liberada sin sostén— y ver al otro, al diferente, siempre como un enemigo que ni siquiera nos molestamos en conocer: si lo escuchamos es para refutarlo, no para entenderlo, y así refrendamo­s nuestra propia, minúscula trinchera.

Nada de eso es gratuito. El modelo de la dictadura, del cual no nos hemos librado a pesar de la mal llamada alternanci­a, le apostaba a los corporativ­os en pugna, a la retórica tecnocráti­ca y a los triunfos estadístic­os como único paradigma. Viene siendo hora de cuestionar en serio nuestra mecánica nacional: si en Francia se libraron del fascismo oscurantis­ta es porque allí, todavía, saben quiénes son.

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