Un proyecto de nación
Mi inclinación por las humanidades, en el Monterrey donde crecí, suscitaba desprecio y aprobación: desprecio porque esos temas son, a la fecha, vistos como superfluos, inútiles o improductivos. Aprobación porque, si una mujer se ha de empeñar en algo fuera de la domesticidad, no era mal visto que se dedicara a “eso”.
Me pregunto cómo se explicarán los patriarcas del norte el que un banquero de altos vuelos, luego ministro de la segunda economía de Europa y hoy recién electo presidente —a sus 39 años, el jefe de estado francés más joven desde Napoleón— se haya graduado de la facultad de filosofía y haya comenzado su vida laboral como asistente editorial de Paul Ricoeur: no se gasten en señalarles que el dinero y las masas son ambos estupendos sujetos de la hermenéutica aplicada porque se irán en blanco.
El asunto es que en el mundo en general y en nuestro país en particular se ha desdibujado la importancia esencial del pensamiento sustantivo, del diálogo respetuoso y de las ideas críticas para el buen funcionamiento de la democracia, la prosperidad y del estado de derecho. ¿A dónde vamos? Sí, ya sé, al abismo, pero, ¿quiénes somos, cómo nos describimos, qué tipo de país, de gobierno, de sociedad civil queremos ser?
Como proyecto de nación parece bastarnos el lugar común, la ocurrencia, la frase hecha o el comercial septembrino; la mayoría de edad cívica conlleva casarse con alguna etiqueta —digamos, el hipster urbano con su lechuga orgánica o el activista comprometido de huipil; la materfamilia con diademita o la liberada sin sostén— y ver al otro, al diferente, siempre como un enemigo que ni siquiera nos molestamos en conocer: si lo escuchamos es para refutarlo, no para entenderlo, y así refrendamos nuestra propia, minúscula trinchera.
Nada de eso es gratuito. El modelo de la dictadura, del cual no nos hemos librado a pesar de la mal llamada alternancia, le apostaba a los corporativos en pugna, a la retórica tecnocrática y a los triunfos estadísticos como único paradigma. Viene siendo hora de cuestionar en serio nuestra mecánica nacional: si en Francia se libraron del fascismo oscurantista es porque allí, todavía, saben quiénes son.