DERRUMBANDO AL ÍDOLO
“El placer de derribar ídolos es directamente proporcional a la necesidad de tenerlos”: Eduardo Galeano
El 11 de mayo se celebra el natalicio del artista catalán Salvador Dalí, uno de mis principales ídolos, y como un homenaje especial, acorde al estilo surrealista, lo celebraré derribándolo de su pedestal.
No me había dado cuenta de cuan fan de Dalí me había convertido, hasta que en 1992 una amiga me regaló un póster con el retrato fotográfico del afamado bigotón. Entonces me percaté de que ya tenía una considerable colección de libros, pósters, litografías y hasta una gorra.
Cuando descubres un ídolo te vuelves un consumista de sus productos: calcomanías, historietas, postales, libretas, juguetes, etc. A la menor oportunidad hablas de ellos y por años tratas de demostrarle al mundo tu fidelidad hacia tus gustos sagrados (como si al mundo le interesara un pepino).
A partir de entonces me propuse conocer el Museo Dalí y caminar por las calles de Cadaqués, playa donde se inspiraba. No conocí el museo (pues por dormir borracho en Barcelona me robaron la cartera) pero en el Alto Ampurdán rayó su firma sobre los vidrios de mis lentes, autógrafo que selló la amistad entre una Estrella y su admirador.
Tras sumergirse mucho tiempo en la obra de un ídolo, es menester pasar a otra cosa. Me resulta tonto que muchos chavorrucos y momillias sigan escuchando el mismo casete de la prepa y portando la misma camiseta, presumiéndose como fans de Bukowski, Sonic Youth, Superman, etc.
A diferencia de muchos contemporáneos yo ya no me identifico con ídolos que representan épocas pasadas (aunque para quienes los descubran por primera vez, les parezcan que pertenecen a un tiempo eterno). Cargar con mis ídolos ya me pesa; prefiero tirarlos, pero siempre admirando su obra (donde existen muchos otros, dignos de descubrirse).
Mis ídolos me mostraron aspectos de la vida fascinantes, y antes de arrojarlos a un barranco le doy un aplauso al humorista español Enrique Jardiel Poncela, a Woody Allen, Groucho Marx, Martin Scorserse, John Waters, Jim Jarmush, Marilyn Monroe, Juan Orol, Steve Martin, Óscar Pulido, Alejandro Jodorowsky, Bettie Page, Los Toreros Muertos, James Brown, Beastie Boys, Ramones, Fatboy Slim, Dámaso Pérez Prado, Igor Stravinsky, Antón Chéjov, Charles Bukowski, José Agustín, Rafael Bernal, Antonio Helú, Patricia Highsmith, Alessandro Baricco, Angélica María, David Lynch, Maharishi Mahesh Yogui, Maimonides, Rumi, Baal Shem Tov, Nasrudín, Monty Python, Batman, Daredevil, Chanoc y el Santo.
La Biblia y el Corán condenan la idolatría (aunque, paradójicamente, los cristianos idolatren a Cristo y los mahometanos a Mahoma), no tanto porque los feligreses pierdan su tiempo rezándole a deidades balines, sino porque se ve muy pendejo un pagano con una playera con el letrero “¡Arriba el Dios Uür!”.
Cualquiera que parezca un fanático inspira desconfianza, pues uno no sabe cómo pueda reaccionar, ya que este tipo de personas suelen tomarse muy en serio la veneración hacia sus deidades. Si uno habla mal del Pachuca en plena liguilla, se arriesga a llevarse un balazo en medio de las cejas.
La idolatría está bien para los jóvenes, que buscan guías y modelos dentro del mundo que están descubriendo. A ellos, los clásicos ofrecen sus cuellos para que les hinquen el diente: Gibran Galil Gibran, King Crimson, Nietzche, Einstein, Freud, los Beatles, Marilyn Monroe, Gandhi, Stravinsky, Simone de Beauvoir, etc. Al quedar impactados por estas personalidades, lógicamente sentirán la tentación de ponerles un altar, y les mantendrán una idolatría por años, quizás hasta la muerte, o quizás les pase lo que a un servidor y cuando escuchen nombrar a Lou Reed, simplemente sonrían y digan: “¡Buenísimo!”, sin llamativos brincos de entusiasmo, izando su bandera.
Les he perdido fidelidad. Incluso algunos pueden dejar de gustarme, pues es natural que con los años uno cambié de gusto.
En este derribe del rígido monumento a mi maestro y amigo Salvador Dalí, permitiré que el primer martillazo se lo dé simbólicamente el pionero del surrealismo, André Bretón, quien lo bautizara con el simpático mote de Ávida Dollars. Luego, pediré ayuda a sus detractores para tumbarlo, entre gritos: “¡Era un farsante! ¡Un impostor! ¡Monárquico anti-izquierdista! ¡No aportó nada al arte español como Goya, Velázquez, Picasso, Miró! ¡ El Gran Masturbador, LaPersistenciadelaMemoria y el Torero Alucinógeno son cuadros preciosistas sin ningún valor estético!”.
¡Brinquemos enrojecidos de vigor sobre los fragmentos del ídolo, hasta convertirlo en polvo de oro, para echarlo al inodoro de Marcel Duchamp a ritmo de Alice Cooper! Gabba gabba hey!