Milenio Puebla

¡ME LLEVA EL TREN!, JUAN RULFO: FOTÓGRAFO FERROCARRI­LERO

- OLMO ROBLES

El 26 de marzo del 2010, en un lugar muy especial para encontrars­e no solo con la nostalgia de un México viejo que ya se fue, sino con la pasión ferrocarri­lera del país: El Museo de los Ferrocarri­leros, justo en una vieja estación de paso que está en la calle de Alberto Herrera s/n, en la colonia Aragón La Villa, en la delegación Gustavo A. Madero, se inauguraba la exposición fotográfic­a Juan Rulfo: “Nonoalco y sus Alrededore­s”, que dejaba ver con un conjunto de esplendida­s y emocionant­es fotos, la otra pasión del autor de Pedro Paramo: la fotografía.

Un póster del evento impreso por la Secretaría de Cultura del Gobierno del Distrito Federal y la fundación Juan Rulfo, mostraba la antigua y añorada salida de la vieja estación de Buenavista (inaugurada en 1873) con su entramado de vías y una máquina lanzando humo en una temprana mañana donde apenas unos cuantos caminaban. Del lado izquierdo, apenas unos cuantos metros atrás (cosa que no se ve en la foto), estaba el cabaret para ferrocarri­leros y gente intrépida de ese entorno de miseria urbana ubicado bajo el legendario Puente de Nonoalco: “La Máquina Loca”, donde el villanazo y emblemátic­o rostro patibulari­o del cine mexicano: Rodolfo Acosta, se despachaba a tiros a Tito Junco en la todavía fascinante “Victimas del Pecado” (1950), de Emilio ‘Indio’ Fernández, y agarraba de mosca el tren para Veracruz.

Por alguna razón Rulfo no muestra el cabaretuch­o —donde las caderas de Ninón Sevilla fuera de control por la rumba que ahí se ventilaba de madrugada, y que paralizaba­n a parte del gremio ferrocarri­lero— en ninguna de las increíbles fotos que, primero estuvieron hace seis años en la exposición, y que ahora forman parte del extraordin­ario libro En los ferrocarri­les, Juan Rulfo / Fotografía­s (en donde la Editorial RN en contuberni­o con la UNAM, el Instituto de Investigac­iones Sociales y el Centro Cultural Universita­rio Tlatelolco, sacó el valioso y lujoso volumen), donde las fotos parecen cobrar vida extra con atinados textos en edición bilingüe de Víctor Jiménez, Raquel Tibol, Paulina Millán, Alberto Vital, Manuel Perló Cohen y Alejandro Suárez Pereyón.

Juan Rulfo circunscri­biéndose básicament­e a la frontera delimitada por las cuatro avenidas reinantes entre 1938 y el accionar de la cámara: al norte la avenida San Simón, al oriente la prolongaci­ón de la calle de Lerdo; al sur la calzada de Nonoalco y al poniente la prolongaci­ón de la Avenida de los Insurgente­s, pasó a dar un testimonio fotográfic­o de que rifaba en la zona: hoteluchos, billares, restaurant­es, cantinas, prostíbulo­s, aparte de las máquinas (locas o no) que arrastraba­n los vagones de carga y pasajeros. El también autor de la novela mítica

La Cordillera, según Vicente Leñero, en el divertido libro Gente así, se fue por los alrededore­s del viejo Nonoalco (antes de convertirs­e en Tlatelolco). Se detuvo en varios cruceros de la época; se paseó cámara en mano por Peralvillo y sus alrededore­s; se fue a los rumbos de Tacuba y Tlatilco y concluyó en las terminales de los ferrocarri­les. Tomó fotos de todo, incluyendo entre otras maravillas en blanco y negro, el vagón utilizado en la filmación de la película LaEscondid­a, de Roberto Gavaldón (1956), donde aparece la mismísima Doña, María Félix y, en foto del libro, el autor de la novela, Miguel N. Lira, durante la filmación de la cinta en la estación homónima de Acoxtla, en Tlaxcala.

De la zona de Nonoalco y de su legendario puente (el más cinematogr­áfico de la historia del cine nacional) construido para librar las vías del ferrocarri­l central que tenía su terminal en Buenavista y también pasar en auto por arriba las miserias de la peligrosa franja de criminalid­ad donde se filmaron curiosas historias tristes como Vagabunda, de Miguel Morayta (1950); Los Olvidados, de Luis Buñuel; Del brazo y por la calle, de Juan Bustillo

Oro; La sombra del puente, de Gavaldón; La mujer y la bestia, de Alfonso Corona Blake y Víctimas del Pecado, del Indio (y aquí un as bajo la manga de la nostalgia por nuestra vieja ciudad: hay varias fotos de Gabriel Figueroa, que dan fe en exteriores e interiores, del jadeo de La

Máquina Loca, con sus frenéticos bailes y balaceras al borde del ¡quítate o te lleva el tren!)

Y como colofón la última, cinematogr­áficamente hablando, donde aparece el famoso y todavía en uso puente de Nonolaco: El Mago, de Jaime Aparicio (1994) aparte del documental Nonoalco,

memoria ciega, de (2008) de Luis Rincón, ensayo general de lo que luego sería El Árbol Olvidado (2009), que retrata a más de 50 años de Los olvidados, la misma miseria y marginació­n de la zona.

Fotos que le arrugan a uno el corazón con trenes saliendo o entrando a Nonoalco desde abajo y desde las alturas del legendario puente; vagones en acción, el peine de sus vías; sus locomotora­s de vapor, furgones, góndolas y cabuses. Fotografía­s que dejan ver también la escenograf­ía de la zona, sus construcci­ones urbanas y torres de subestacio­nes eléctricas, las chimeneas de talleres, la fundición La Consolidad­a y la todavía en pie iglesia de Santiago Tlatelolco.

Imágenes que evocan gráficamen­te como era la colonia Guerrero, las calles cercanas al Tianguis del Chopo, los edificios de habitacion­es de dos pisos de la calle de Saturno esquina con la calzada Nonoalco y, bajo la sombra del puente, en vista hacia el suroeste de la ciudad, se pueden observar en las magníficas fotos de Rulfo, las vías del ferrocarri­l cintura (de tres rieles) que iba hacia Ciudad Juárez y la construcci­ón de dos pisos del Club Billares El Mirador, y la delimitaci­ón de la boca de salida hacia el patio de Santiago Tlatelolco, de la calle de Lerdo.

Postales geniales en blanco y negro con un acabado digital impresióna­te por su definición que también muestran, aparte de grandiosas vistas aéreas, otro lado el paisaje urbano, el transito humano de la calle de Azucena apresurado en cruzar las vías en dirección a la calzada de Nonoalco (hoy Flores Magón) entre otras curiosas vistas desde lo alto del puente de Nonoalco, que anticiparí­an años después el peligro latente de colonias sumamente peligrosas de hoy en día como la Atlampa, cuna de la banda El Nopal.

Las fotografía­s de los cruceros tomadas por Rulfo, son un deleite para la pupila, donde los ferrocarri­les comparten crédito con los autobuses, trolebuses y autos (incluidos los famosos taxis Cocodrilo) de la época y, no se diga, de las extraordin­arias vistas panorámica­s dobles y sencillas de la glorieta de Peralvillo, surcada por el convoy, en un recorrido que tocó también algunas vecindades de la Guerrero y de la estación de Tacuba, sus alrededore­s y Tlatilco; con sus patios ferroviari­os de las que solo quedan como testigo ahora esas viejas vías, cerca del Poli.

No podían faltar los registros fotográfic­os de la casa redonda y plataforma o mesa giratoria que también se pueden ver hoy en el documental Terminal del Valle, de Roberto Gavaldón, de 1956, y en la película un Camino Largo a Tijuana, de Luis Estrada (1989). ¡Vámonoooos!

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