Des- encuentros con el amor
El amor es un concepto con el cual yo tengo severos problemas. Vivimos un tiempo pintado de opacidad. Como individuos, somos fragmentos navegantes, desconectados de nuestro propio ser, navegamos en los espacios revestidos de espectáculo de toda índole; compramos chocolates, autos, viajes, dispositivos tecnológicos, metros cuadrados de cariño e ilusiones reducidas a meros instantes. Lo paradójico es que el tiempo de las “revoluciones” cognitivas se nos acercan nuevamente, sin embargo, dichas revoluciones solo son posibles cuando están bien sentadas en la consciencia. Y es aquí, cuando me refugio en el amor como una forma de revolucionar nuestro propio ser.
En torno al amor, unos tenemos miedo, otros tenemos esperanza, otros tantos lo perciben con terror o indiferencia. Al respecto, no puedo evitar recordar aquel grafiti de mayo de 1968 en la Sorbona de París que versaba: “Seamos realistas, pidamos lo imposible”, pues dicha consigna no solo demandaba el fin del capitalismo, la muerte de la sociedad de consumo y la destrucción del autoritarismo en la enseñanza, sino también la clarificación de lo que realmente queremos de los otros ¿Acaso el amor es una opción que transparenta nuestras verdaderas intenciones?
Con franqueza, sigo pensando que el amor es un maravilloso engaño recíproco. Y por ello, escribí en torno al amor, esperando que puedan estimularte a vivirlo. Por ejemplo; aprender a besar con la mirada y mirar con los labios, enfrentar a la pareja que más nos ha lastimado con una sonrisa; ahuyentándola, lidiar diariamente con las preguntas de una pareja ansiosa a la que amas profundamente pero que, en algún momento te hace pensar: ¿y que chingaos hago aquí?, viajar dos mil kilómetros sin dinero, cargando las cenizas de tu padre para llevarlo al océano y sentir que su sueño no tenía tamaño, recordar el dolor del lecho de tu abuelo, imaginar a Rousseau en la penumbra leyendo a Kant.
Podrías también maldecir a Sócrates por no escribir nada, parar el tráfico en viaducto gracias al berrinche de una dama, subir al santuario Machu Picchu sabiendo que a tu regreso te espera un cuerpo lleno de goce, abrazar un árbol para cargarte de “energía” con tal de saber que te darán un beso francés por hacerlo, disfrutar el aroma petricor casi como un orgasmo, imaginar que eres un enmascarado luchador rudo odiado por las masas, tomar una cerveza a la orilla de una playa desierta junto a tu verdadero amor y confirmar que no te equivocaste. Pero sobre todo, darte cuenta que amar es sufrir y que no amar, también implica cierta dosis de sufrimiento ¿Acaso esto no es amor?