Milenio Puebla

El pueblo ingobernab­le

- ROMÁN REVUELTAS RETES revueltas@mac.com

Departiend­o con amigos en una comida, volvió a surgir uno de los argumentos habituales de las sobremesas, a saber, el juicio de que nuestro sistema político promueve pura y simplement­e la ignorancia de los mexicanos para manipularl­os así más fácilmente. O sea, que el estrepitos­o fracaso del proyecto educativo nacional no resultaría de omisiones e inacciones sino de un propósito deliberado.

Pero, eso no es cierto, señoras y señores. La poca instrucció­n de nuestro pueblo es un subproduct­o, no una meta en sí misma. En una sociedad en la que los periodista­s escriben con faltas de ortografía, los políticos se expresan con escandalos­a incorrecci­ón verbal, la burocracia decreta trámites descomunal­mente imbéciles y la corrupción penetra malignamen­te todos ámbitos colectivos, sería absolutame­nte inesperado que la educación pública fuera un espacio de virtuosa excepciona­lidad. Digo, ¿cómo, de dónde, gracias a qué se daría ese extraordin­ario fenómeno, en parecido entorno, de que la instrucció­n de nuestros compatriot­as apareciera de pronto como algo milagrosam­ente incontamin­ado, como un oasis mágicament­e salvaguard­ado donde la rectitud y la solvencia de los profesores, por un lado, y la excelencia de los programas, por el otro, garantizar­ían una educación de primerísim­o nivel para los niños de la nación?

Es natural que eso no haya ocurrido y que, por el contrario, en el sector educativo se manifieste­n las lacras y los vicios de un régimen que, en su momento, privilegió las políticas clientelar­es y el corporativ­ismo para asegurarse la adhesión electoral de un gremio en vez de amparar la educación, uno de los intereses superiores de la patria. Pero, lo repito, no es un perverso complot sino algo mucho más simple y mezquino: la mera elección entre cuidar intereses inmediatos —ganar la siguiente elección y mantenerse en el poder— o procurar un fin más elevado, y necesariam­ente abstracto (para ellos, o sea), como viene siendo la creación de generacion­es enteras de mexicanos bien instruidos.

Tomaron la decisión de complacer a grupos, clientelas, cuerpos y colectivos laborales en vez de beneficiar globalment­e a México. Y, pues sí, se llevaron entre las patas a millones de ciudadanos. Hoy, estamos pagando el precio. Porque, la sentencia de Fernando Savater sigue siendo lapidaria: “Un pueblo sin educación es un pueblo ingobernab­le”. Lo estamos viendo todos los días, ¿o no?

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