Milenio Puebla

LYNCH, EL ENANO Y LA MEDITACIÓN TRASCENDEN­TAL

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“Es mejor no saber mucho sobre el significad­o de las cosas, debido a que el significad­o es algo muy personal”: David Lynch

En el Festival de Canes se estrenó la tercera temporada de la serie televisiva Twin Peaks, de David Lynch, un director del que mucha gente habla pero al que en realidad pocos conocen. La mayoría de los cinéfilos lo recuerdan por su inolvidabl­e aportación al arte cinematogr­áfico: el enano que baila, sin que venga al caso, en el final de Twin Peaks.

En 1984 Lynch vino a filmar a México escenas de su película Dunas, en el desierto de Coapiaxtla, Tlaxcala. Desde entonces ya había escuchado historias que contaban personas que trabajaron en la filmación, como que Lynch tenía en su oficina a tres pájaros carpintero­s de madera sentados en un sillón.

Cuando las personas del Centro de Invencibil­idad Maharishi México AC querían convencert­e para que practicara­s la meditación trascenden­tal, te decían que había tres celebridad­es que la practicaba­n: Paty Chapoy, José Gordon y David Lynch (este último, aparte, patrocina talleres de meditación trascenden­tal en universida­des y escuelas públicas de todo el mundo, a través de la Fundación David Lynch).

Siendo un artista excéntrico y enigmático, creador de una obra que, además de transporta­rnos a mundos inquietant­es, revela siniestros aspectos sexuales, resulta raro que Lynch practique una técnica sutil para hallar la paz interna.

Yo soy meditador y sidja por el Centro de Invencibil­idad Maharishi AC. Mi maestro de sidhis es el chileno Rafael de la Puente (amigo de Maharishi y David Lynch), con quien aprendí las técnicas avanzadas en el Palacio de Paz construido con el estilo arquitectó­nico hindú tradiciona­l de la Stapia Veda (para absorber energía), en la sierra de Chihuahua, en diciembre del 2008. Durante el internado, recuerdo un par de preguntas que le hice a mi maestro: “¿Por qué no nos quedamos en el nivel de felicidad al que llegamos al meditar, porqué tenemos que volver al mundo consciente?”. Me respondió: “Por juego”. También le pregunté: “¿Cómo puede David Lynch hacer ese tipo de películas, después de recibir tanta iluminació­n?”. Me respondió: “Una vez le pregunté eso y me respondió: muy fácil. No me involucro”.

Lo que más me atrajo de la obra de David Lynch (como la de todos los surrealist­as) es su sentido del humor, en un timming congelado, tipo Andy Kaufman, los hermanos Kaurismäki y Jim Jarmusch (que me inspiraron para el sketch del chantaje en el WC en Un Mundo Raro, dirigida por Armando Casas, 2000).

Cabezadebo­rrador me parece una de las mejores comedias de todos los tiempos. Desde que empieza, no paro de reír. Me encanta sobre todo la cena de Harry con la familia de su novia. Twin Peaks tiene imágenes muy graciosas con el agente Dale Cooper (Kyle MacLachan), quien pregunta pendejadas sobre el aroma de los árboles cuando llega al pueblo donde tiene que investigar el crimen de Laura Palmer, o la escena con una gigantesca e inexplicab­le cabeza de alce en una oficina donde realiza interrogac­iones, mientras come donas de sabores. Uno se pregunta: “¿Meditación trascenden­tal? ¿No es cosa de gente vestida de blanco que come vegetales y todo le parece bien? ¿Qué tiene que ver esa gente con David Lynch? ¿Con la meditación no perderá sentido del humor? ¿No perderá erecciones? ¿No será como los alcohólico­s anónimos que renuncian a su libertad de ponerse pedos, por pendejos?”.

Recuerdo una entrevista (de hace como treinta años) que le hicieron a John Cleese (comediante de Monty Python): “Ahora que toma psicoanáli­sis, ¿no teme perder su sentido del humor?”. Respuesta: “¡Al diablo con mi sentido del humor! ¡Lo que quiero es sentirme bien!”.

Otro caso desconcert­ante es del cómico Andy Kaufman, quien también practicó la meditación trascenden­tal de Maharishi Mahesh Yogui. Kaufman hizo sketches performanc­e con dosis de agresivida­d que mezclaban la realidad con la ficción. Nadie imaginaría a Kaufman en posición de flor de loto.

Un prejuicio extendido es que todos los genios son atascados de los vicios y ajenos al cuidado espiritual, sin ponerse a pensar que la espiritual­idad es lo que le da sentido al arte, que puede ser muy cabrón, pero que finalmente es una expresión civilizada y estética de un instinto, apreciable en cualquier sala del mundo.

Puedes poner una distancia entre el artista y su obra. Hacer una película sobre un violador y no ser un violador. “No me involucro”, como dice el maese Lynch.

Lo cierto es que el método de meditación de Maharishi te lleva a un nivel muy profundo y te conduce a un océano de conciencia pura, del que regresas feliz, como si te hubieras comido una tacha.

Se puede ser meditador y disfrutar tanto del arte de David Lynch como de una película

palomera o una porno. Lo importante es percibir la vida de manera armónica con el mundo. Una buena guía son los Yoga Sutras de Patanjali, pero cualquier libro espiritual es bueno. Como los discos de jazz y música clásica, no hay falla.

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KARINA VARGAS

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