ara como están las cosas, me extrañó que mientras recibían la copa de campeones, los jugadores de las Chivas —que le pasaron encima a uno de los equipos más sobrevalorados, con el técnico más sobrevalorado, los Tigres— no se dieran un minuto para gritar al unísono “¡López Obrador es un peligro para México y los chivahermanos!”, habida cuenta de la bendita proliferación de esta clase de mensajes en todos los medios de comunicación. Tan así que de pronto no sé qué suena más en la radio, si la voz de Ochoa Reza arguyendo en algo remotamente parecido al español que AMLO es más rata que todos los góbers priistas acusados de ratas, o el clásico del momento, “Des-pa-cito”.
Y pasas de una estación a otra y escuchas, curiosamente, el mismo discurso diseñado por los anti-López del mundo, bajo las misma ópticas y semejantes valoraciones que se reducen a un solo discurso que parece sacado de un manual diazordacista de histeria colectiva anticomunista. Y ves las cabezas de las notas de un diario a otro y observas con delectación, como debe de ser, el anuncio virtual del apocalipshit si el proyecto lopezobradorista llegara a triunfar por un error en la matrix. Todo en una demostración de unidad que solo se puede apreciar, bien a bien, en las reguetoneras rolas de Maluma, que no sabes si son de él o de Shakira o de Ricky Martin o de Marc Anthony o de Paquita la del Varo.
Así, hasta te dan ganas de ponerte neurotiquito como André Pierre Gignac y comenzar a gritarle al Peje que es el nuevo Santa Anna, que por su culpa nos van a sacar del TLC, que los huachicoleros son unos humanistas a su lado y que es peor que los gemelos diabólicos Duarte.
No se había visto tanto uniformado desde aquellos tiempos del #NoEraPenal y de Trump haciéndose pipí en los jardines de Los Pinos.
Después del cierre de campaña de Alfredo del Mazo, que fue como una iluminación que me hizo desear ser mexiquense en vez de chivahermano de clóset (eso ya está más de moda que comparar al Peje con Maduro, con argumentos pasados por la technocumbia), aunque no haya certeza financiera sobre cómo van a pagar las tarjetas rosas —a menos que en Atlacomulco hagan una coperacha—, supe que votar por el partido tricolor no solo significa salvar a la patria, sino salvar al PRI de la extinción.
Digo, ningún otro partido nos haría desear vivir en el idílico Ecatepec, en la idealizada Naucalpan, en todo ese espléndido territorio donde la inseguridad, el desempleo y el feminicidio hace mucho que fueron desterrados o forman parte del universo deleznable de las fake news.
Además, ¿quién más se vanagloriaría de sus éxitos al apañar a Duarte, a pesar de no haber hecho nada para evitar que se robara todo lo que se robó?
Y es que vivir sin PRI es morir de amor, es traer el alma herida, melancolía, como cantaría Camilo Sesto.