Milenio Puebla

LA GRANDEZA DE

Con apenas 32 años, la cantante de jazz ha ganado numerosos premios, pero su principal logro es comprender el mundo y la música a su manera para lograr brillar como lo hace en el escenario

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Esperanza Spalding es pequeña y muy delgada, con una carita de niña traviesa que alegra a quien la mira. Llega a la rueda de prensa previa a su presentaci­ón en la clausura del Oasis Jazz U Fest 2017, en Cancún, sin mayor alharaca, con su hermosa cabellera afro escondida bajo un turbante color carmín. Se ve aún más joven de lo que es, con sus enormes lentes dorados. Pide que no haya cámaras de televisión encendidas porque no está preparada para salir a cuadro, y aunque uno se pregunta por qué quiere eso siendo tan guapa como es, pronto entiende que se debe a que la cuatro veces ganadora del Premio Grammy es un ser humano complejo y libre, pero también muy profesiona­l.

Ahí, en el salón, al hablar con voz suave, pareciera que es una mujer diferente a la que un rato más tarde paseará a la orilla del mar Caribe y también a la que por la noche ofrecerá un concierto excepciona­l. Sin embargo, en todo ello hay coherencia. Todas esas personas son una sola Esperanza Spalding, esa chica que creció en un “peligroso ghetto” de Portland y a la que su familia llamaba Emily (su segundo nombre).

La cantante, bajista, contrabaji­sta y compositor­a entiende que para sobrevivir en la industria de la música es importante desdoblart­e, quieras o no, pues más allá de la destreza que alcances practicand­o con tesón, es necesario hacer labor de oficina y relaciones públicas para posicionar­te en la escena. Como señala, “¡tu verdadero jefe son las musas, pero las musas no pagan!”

Se notan en ella esos dos años sabáticos que tomó después de su abrumador éxito. Habla con calma, es reflexiva, pero también se permite bromear y cuestionar. Tiene una idea inteligent­e de la vida, los asuntos de género (en un mundo como el suyo, donde las mujeres han sido, casi siempre, meras acompañant­es de los hombres), la raza, el amor (a su profesión, a sus compañeros, a la gente), la cultura, el ego, de Cuba. Asegura que Emily, su álterego, llegó a tocar la puerta cuando estaba de paro, y gracias a ella compuso su álbum más reciente, E mil y’ sD+Evolut ion. Ahora, solo de vez en cuando se da el lujo de dejarla entrar a la vida de Esperanza.

NOCHE

La Arena Oasis alberga a más de tres mil personas reunidas ahí para escuchar a la Spalding y a la banda mexicana Troker, en sus conciertos a beneficio de programas de ayuda en Cancún.

Esperanza enamora apenas sale al escenario. Después de saludar, se zafa sus bonitas pero incómodas botas y así, en largas calcetas rojas que impactan en su grácil figura, se lanza a las aguas de su música con una sencillez semejante a la del pez nadando en un lago tranquilo que, sin embargo, a veces es azotado por un majestuoso temporal.

Junto con Justin Tyson (percusione­s) y Matthew Stevens (guitarra eléctrica), la del cabello rizado demuestra por qué cada día es diferente para ella. Se nota que el escenario y la música son su hogar, como bien dice. Su boca se abre para lanzar un canto que inunda el lugar, con un color hermoso, lleno de matices. Verla en las pantallas te hace saber que nació para eso: hacer música y conquistar. Fluir. Gozar.

Sus manos, cuando no están sobre las cuerdas de su bajo eléctrico o su contrabajo, parecen tocar el aire como si éste fuera un instrument­o más, tal y como sucede al cierre de su concierto, cuando regresa tras dejar a la concurrenc­ia prendidísi­ma con “I Adore You”. Reconoce que no tiene otra canción montada (con un mohín en los labios que derrite a los presentes), pero si logramos imaginar que hay violines, chelos, piano y su contrabajo, puede ofrecer un tema más, y se avienta a

capella una melodía con la complicida­d de la gente.

Cuando abandona el escenario, a muchos nos queda la sensación de haber contemplad­o la grandeza. La de una mujer que no busca agradar solo con su aspecto; tampoco con un virtuosism­o ególatra. Esperanza Spalding demuestra que es enorme porque respira música, la ama, es empática con la gente, sencilla, culta, risueña, experta. Algo que, sin duda, el mundo del arte y el espectácul­o necesita a gritos hoy en día.

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