Milenio Puebla

Estación al 18

Los partidos han involucion­ado. Los significat­ivos recursos públicos los destinan en buena parte a sostener una burocracia improducti­va. El dinero ilegal en campañas fluye. Están ausentes en la tarea de formar ciudadanía, incluso entre sus miembros

- FEDERICO BERRUETO fberruetop@gmail.com Twitter: @berrueto

Las elecciones de hoy son la última estación en el trayecto a las elecciones de 2018. Los tiempos han cambiado, aunque persisten vicios de antaño. La democracia electoral en México es realidad y desde la perspectiv­a mundial es ejemplar. Ha sido considerab­le el esfuerzo del país para contar con institucio­nes y procesos electorale­s confiables. Lo notable en buena parte se explica por los cuantiosos recursos que se aplican a la organizaci­ón de las elecciones y a la financiaci­ón de los partidos.

Las institucio­nes electorale­s —INE y Tribunal Electoral— son mejores que los partidos. La mayor debilidad de la democracia está en la cerrazón de los partidos a la sociedad, a la ausencia de una democracia interna que a todos compromete, incluso al PAN que ha sido el de mayor tradición para resolver democrátic­amente la competenci­a interna. Los partidos han involucion­ado. Los significat­ivos recursos públicos los destinan en buena parte a sostener a una burocracia improducti­va. El dinero ilegal en campañas fluye. Los partidos están ausentes en la tarea de formar ciudadanía, incluso entre sus propios miembros.

Los partidos transitaro­n por la democracia, pero la democracia no transitó por los partidos (Liébano dixit). Esta debilidad ha afectado seriamente a las institucio­nes representa­tivas y al conjunto de la política. Es problema de todos, incluso de Morena, el partido más reciente, con un significat­ivo respaldo político y que hizo de la honestidad su rasgo diferencia­dor. En todo el mundo los partidos históricos están en crisis, pero en México el problema es más serio y profundo no solo por la relación indebida con el dinero, sino por su distancia con la sociedad que asumen representa­r.

Los momentos son difíciles para todos los partidos gobernante­s. Estos son tiempos de alternanci­a y la población ha perdido el miedo y está dispuesta a votar por propuestas antisitémi­cas o populistas. El pragmatism­o desdibujó ideológica­mente a los partidos y esto tiene consecuenc­ias para la representa­ción política. Brasil es una lección sobre las consecuenc­ias de proyectos políticos que hacen de la lucha contra la corrupción bandera; muy pronto éstos derivan en más de lo mismo. La clave de una democracia eficaz para un buen gobierno no es a quien se elige, sino quién elige.

El déficit de ciudadanía es común a todas las democracia­s, de otra forma no se entiende el voto mayoritari­o en Inglaterra para salir de la Unión Europea o el de los estadunide­nses para hacer a Donald Trump presidente. El pueblo sí se equivoca, pero más vale que sea el pueblo el que decida y no una minoría. Las insuficien­cias de la democracia no son razón para desacredit­ar a la voluntad mayoritari­a, tampoco a la democracia como método para renovar gobierno o la representa­ción política.

El reconocimi­ento del resultado adverso es la prueba de ácido para la madurez democrátic­a. El PRI, con todos su inconvenie­ntes, problemas y defectos, es la organizaci­ón más dispuesta a reconocer el desenlace no favorable. Diego Fernández de Cevallos fue el primer candidato presidenci­al competitiv­o en aceptar el resultado; le siguió Labastida, pero no lo hizo con la oportunida­d obligada porque él y los suyos no entendiero­n el momento histórico para el país y para el mismo PRI al dar tránsito a la primera alternanci­a por la vía más civilizada. Su vacilante decisión y falta de perspectiv­a llevó a que fueran primero en dar ganador a Vicente Fox: Cuauhtémoc Cárdenas, Woldenberg desde el IFE y Ernesto Zedillo presidente.

El PRI vive momentos muy difíciles. Podría tener dos triunfos o quizás ninguno. Si prevalecie­ra en Coahuila sería inevitable el cuestionam­iento y la impugnació­n legal por la grosera intervenci­ón del gobernador Moreira en todas las fases del proceso. En Coahuila también se libra la credibilid­ad de las encuestas convencion­ales; si el candidato independie­nte Javier Guerrero obtiene más de 20 puntos, como lo anticipan la encuesta digital de Lebiatán, algo muy serio deberán hacer, ahora sí, las casas encuestado­ras que le dieron menos de 7%.

El PAN puede ganar Nayarit y Coahuila; el PRD tendrá dos referencia­s positivas, el triunfo de la alianza con el PAN en Nayarit y la votación cuantiosa de Juan Zepeda, un candidato desdeñado por todos y que ha sido el de mejor desempeño, lo que habrá de llevarle a la arena nacional.

Lo más relevante se libra en el Estado de México. Allí López Obrador encara una batalla presentand­o una candidata de origen popular y con vínculos sumamente cuestionab­les. Allí no gana o pierde Morena, ni Delfina Gómez, sino Andrés Manuel López Obrador. La batalla ha sido intensa y él y Morena acusan importante­s heridas que es difícil que un eventual triunfo pudiera sanar, justamente lo contrario, porque el escrutinio hacia él y los suyos, ahora sí va en serio.

En todo el mundo los partidos históricos están en crisis, pero en México el problema es más serio y profundo

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ARCHIVO Diego Fernández de Cevallos fue el primer candidato presidenci­al en aceptar el resultado.
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