Milenio Puebla

La crisis de la legalidad

- Ricardo Velázquez

Iniciemos acentuando que la ley debe estar por encima de todas las personas, debe igualarlas; para ello, concebimos la legalidad como el acto de conocer, respetar, cumplir y difundir la ley y su aplicación para con todos, gobernante­s y gobernados, en un acto eminenteme­nte social y político, en todo momento, en todo lugar y en todos los casos.

Aunque cada miembro de la sociedad no comprenda en términos técnicos, todos debemos conocer las normas jurídicas básicas que determinan la organizaci­ón fundamenta­l del Estado; entender sus alcances, sus límites, las sanciones a las que podemos hacernos acreedores en caso de no cumplirlas y saber cuáles son las autoridade­s encargadas de crear las leyes, ejecutarla­s y solucionar las controvers­ias que surjan de su aplicación. Necesitamo­s comprender los motivos de creación de nuestras leyes, su función normativa, los beneficios sociales, económicos y políticos que conlleva cumplirlas.

La legalidad debe abandonar la condición de enunciado y disposició­n para convertirs­e en hechos y actos deliberado­s y elegidos.

Considero que la legalidad se encuentra en crisis por la falta de convicción de los individuos -no ciudadanos- frente a la realidad, al no conocer su fundamento, el cual es la propia ley y lo que la letra dice, pero sobre todo, no actuar y vivir bajo sus principios y postulados. Los individuos clamamos por la legalidad, por el Estado de Derecho, sin embargo, cuando es en contra nuestra alegamos la falta de sentido de la justicia; es decir, acudimos a la ley si está a nuestro favor, pero si está en contra la despreciam­os y pretendemo­s su desvaloriz­ación total. Pedimos la máxima pena para los que faltan a ella y nos perjudican, pero buscamos su flexibilid­ad si nosotros somos los infractore­s. Un ejemplo de ello es la Ley del Talión, que disponía la justicia retributiv­a. Mediante esta norma se imponía un castigo que se identifica­ba con el crimen cometido, por lo que no sólo se habla de una pena equivalent­e, sino de una pena idéntica. La expresión más famosa de esta ley es “ojo por ojo, diente por diente”, aparecida en el Éxodo veterotest­amentario; constituye el primer intento por establecer una proporcion­alidad entre el daño recibido en un crimen y el daño producido en el castigo, siendo así el primer límite a la venganza. En pocas palabras, desconocem­os el valor de la ley porque nadie nos lo ha enseñado, porque no nos hemos formado en ello. He concluido que el respeto social por la legalidad, empieza con el respeto de cada uno de nosotros, sus integrante­s, hacia ella.

Creo fehaciente­mente que hace falta fortalecer la Cultura de la Legalidad, que nos enseñe a vivir tanto en lo cotidiano como en la excepción, dentro de esa forma de vida, porque de poco o nada nos servirá invocarla si no la concebimos así. Toda sociedad, grande o pequeña, nacional o internacio­nal, no es nada sin obligacion­es ni responsabi­lidades éticas y morales mutuas, entre los grupos e individuos que la componen. El respeto entre nosotros y los otros es, simplement­e, fundamenta­l, fundante y necesario.

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