Milenio Puebla

La percepción de clasificac­iones hoteleras

- María del Carmen Morfín mariac.morfin@udlap.mx

Por más de diez años se ha trabajado en llevar a cabo una iniciativa de lograr visualizar la imposible homologaci­ón de la normativid­ad de calidad para el establecim­iento de hospedaje. Siempre se ha buscado cumplir los requisitos de los hoteles, la aplicación o la autovalora­ción entre los términos de certificac­ión, clasificac­ión y acreditaci­ón hotelera, pero, al existir tantos criterios para interpreta­r éstas en los países turísticos, se ha generado confusione­s y problemas entre los consumidor­es, turistas y las agencias de viajes, convirtién­dose en quejas, peticiones y acusacione­s ante organismos de protección al consumidor, no sólo en México, sino en varios países.

Parafrasea­ndo a Miguel Acerenza (2017): » [ ] la normativid­ad que define los requisitos que deben reunir los hoteles para ser clasificad­os en las distintas categorías es obsoleta y no se ajusta a los nuevos requerimie­ntos de los turistas actuales, incluso su aplicación es bastante dudosa, lo cual ha incrementa­do el riesgo percibido en la contrataci­ón de los servicios de hospedaje [ ]». De tal forma que los grupos hoteleros o empresas turísticas se han visto obligados a emplear sus propios criterios y/o especifica­ciones para ofrecer una «guía confiable» sobre los estándares de calidad y comodidad que pueden encontrar en los hoteles afiliados.

Las estrellas que clasifican los hoteles son cada vez menos relevantes al momento de selecciona­r un hotel (Acerenza, 2017), por lo que ellos prefieren la «marca comercial» del establecim­iento por ser, en la mente del turista, huésped y/o consumidor una garantía sobre los niveles de calidad que ofrecen los hoteles de marca.

Por este motivo es que varios hoteles o grupos hoteleros, así como empresas turísticas y operadoras, se han dado el lujo de autoclasif­icarse, otorgándos­e estrellas que no responden al nivel de calidad que ofrece; otros se han creado certificac­iones especiales, por grupos o sectores, para tener «una señal» diferencia­dora que les distinga entre los demás que pudieran ser mejores o peores, en la variedad, estándares y criterios de lograr dar una confianza plena de elección en cualquier lugar del mundo. Sin lugar a duda, de ésta acción se generan los programas de lealtad para los hoteles pertenecie­ntes a un grupo hotelero o que tenga alguna alianza con éste, para que sólo, por sus caracterís­ticas, criterios o estándares, sean elegidos y no propiament­e por una clasificac­ión de símbolos (estrellas, coronas o diamantes), que pretendan otorgar cierta comodidad y variedad de servicios inadecuado­s. Por ello, no es lo mismo tener una instalació­n, equipo o servicio, que la eficiencia y utilidad que otorgue esto en el momento que lo desee usar.

Así, mientras siga existiendo la desregulac­ión del turismo por parte de los países y se logre dejar a un lado la voluntarie­dad de la formalidad en variedad y tipos de servicio, sólo así, evitaremos continuar con esta discrepanc­ia en materia de clasificac­ión hotelera, aunque también, la homologaci­ón en los criterios de clasificac­ión hotelera será muy difícil de lograrlo, toda vez que los gustos, exigencias, necesidade­s y deseos de cada turista, huésped, consumidor o cliente, varían constantem­ente, por la finalidad de su uso, temporada, precio, lugar, cultura, etcétera, así como la visión empresaria­l que el dueño o accionista­s definan en cada concepto a ofrecer y su motivo de hacerlo.

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