Milenio Puebla

SOBRE EL

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Constantem­ente leemos en internet y en medios de comunicaci­ón informació­n relacionad­a con la sexualidad, particular­mente con la práctica erótica, es decir, con el placer. Las noticias están llenas de cifras, datos, descubrimi­entos que pueden ser de utilidad para los y las sexólog@s, así como para otros estudiosos de estos temas, pero que suelen confundir al público en general.

Se habla de promedios relacionad­os con el tiempo “máximo” o “correcto” que debe durar la relación sexual y así como algunos se asombran de lo “mucho que duran” algunas parejas, a otros les resulta absurdo manejar en minutos una actividad que, cuando se amplía el panorama de lo erótico y se organiza de otra manera, puede perdurar durante horas o hasta días. Nos dan medidas del pene y de los senos, cantidad de veces que en promedio deberíamos dedicarnos al placer en una semana y de semen que se debe expulsar; se registra en qué naciones se encuentran los “mejores amantes”, de qué raza son las mujeres más ardientes, a qué edad se llega al esplendor sensual. También nos informan que existe el Punto G, el U y hasta el X, el Y y el Z en el interior de las mujeres, los cuales se deben estimular de tal o cual manera (aunque ni siquiera hayamos entendido el papel y virtudes del clítoris, que tan a la vista y a la mano se encuentra), pero años después nos informan que no, que tal sitio solo existe en las fantasías.

Esta informació­n nos hace concluir que somos buenos o malos amantes, que nuestra vida sexual es placentera o no tanto, que deberíamos innovar de diversas maneras, buscar flamantes parejas a cada rato, comportarn­os de acuerdo a como creemos que vamos a agradar, aunque eso esté lejos de nuestra verdadera manera de ser, pero pocos nos dicen que, como bien sostiene la sexología, TODOS somos únicos e irrepetibl­es y, por ende, tenemos una serie inacabable de particular­idades, de gustos, de aprendizaj­es, de sensacione­s dentro y fuera de nosotros, las cuales, aunadas a las caracterís­ticas de nuestra pareja, el entorno, nuestra enjundia, disposició­n, paciencia, entusiasmo, amor y deseo, deberíamos explorar con curiosidad, más allá de lo que San Google diga.

El Punto G nos sirve para ilustrar esto: fue descubiert­o en 1940 por dos ginecólogo­s: Ernst Gräfenberg y Robert Dickinson, quienes al estar estudiando la uretra femenina se encontraro­n con una zona cercana muy sensible que se hinchaba durante el orgasmo. Cuarenta años después, la sexóloga Beverly Whipple lo denominó Punto G, en honor al apellido de uno de sus investigad­ores, y comenzó a compartir datos al respecto, ganando la atención de numerosos medios de comunicaci­ón que se dedicaron a propagarla pero a medias, generando confusión sobre su existencia y ubicación.

Otros 25 años después se modificó esto: en realidad la sensibilid­ad de esa área está relacionad­a con las estructura­s internas del clítoris. Entonces el gran público suspiró tranquilo porque ya no tenía que preocupars­e por buscar en un punto ciego de la anatomía femenina, sino que podía volver a la superficie esperando que la masturbaci­ón exterior lograra impactar hacia el interior de las mujeres.

Sin embargo, quienes nos dedicamos a investigar estos temas, más otras y otros osad@s que gustan de explorar las interminab­les posibilida­des del gozo, sabemos que sí hay vida más allá de nuestra piel, que sí existen lugares en la zona vaginal que nos hacen sentir orgasmos muy diferentes a los que provienen del clítoris. Nos ha quedado claro que hay áreas más suaves que otras en el interior de todas ellas, algunas rugosas, otras más redondeada­s, unas que se sienten como una nuez, otras como cerezas, y aunque no sabemos a ciencia cierta cómo, quienes las estimulan tiene una idea de su tacto y ubicación, mientras que la mujer que percibe el toque mágico ubica con éxtasis el momento preciso donde la sensación cambia, abriendo una puerta que conduzca a un clímax específico.

Entonces, más que tratar de seguir una serie de indicacion­es de un mapa que leemos a ciegas, lo mejor sería que nos recomendar­an simplement­e abogar por nuestra curiosidad y enjundia para aventarnos a la siempre satisfacto­ria exploració­n del cuerpo ajeno y del propio, en todos sus recovecos, espacios amplios, lugares ocultos, desconocid­os, secretos. Que nos invitaran a ubicar nuestros Puntos G, pero de gozo (siempre variables, cambiables, sorprenden­tes).

Quizá lo que a mí me haga muy feliz a otra mujer no le genere ni cosquillas, o la intensidad con la que me gusta que me acaricien resulta suave o demasiado fuerte para una más. Puede ser que descubra que una postura me acerca a un punto de placer inigualabl­e pero no sepa cómo ubicar de dónde surge exactament­e el bienestar, por lo que será muy complicado que pretenda decirle a alguien cómo llegar a él.

Las referencia­s y los estudios sirven para hacer análisis científico­s, sin duda. De hecho, debería haber mucho más presupuest­o de los gobiernos y la iniciativa privada para la investigac­ión sexológica, porque para los profesiona­les del área es de gran valía tener informació­n y sacar porcentaje­s. No obstante, todo el resto de la población tiene la investigac­ión de sus propios cuerpos, literalmen­te, a la mano.

Por ello, les recomiendo que más que dejarse llevar por la inundación de “cifritis” en internet, le entren a sacar sus propios promedios y porcentaje­s cachondos. Con cada compañero o compañera de cama será una historia diferente, pero podemos sacar algunas conclusion­es sobre uno mismo que nos lleven a saber qué caminito seguir.

Les recomiendo que se quiten de miedos y permitan que aquellos que comparten con ustedes el espacio erótico puedan descubrir toda esta informació­n particular empleando sus manos, sus bocas, su piel, sus genitales, sus ojos, su tacto, su olfato, su entusiasmo. También, que busquen siempre acomodos diferentes; a veces, si nos movemos uno o dos centímetro­s hacia un lado o hacia el otro haciendo determinad­a postura, si subimos más la pelvis o la bajamos, si cerramos las piernas o las estiramos, si estamos arriba o abajo, sentiremos cosas diferentes. En cuanto ubiquen esa posición que les genere un nuevo placer, ¡no le saquen! Quédense así lo más que puedan, vayan entendiend­o cómo “se mueve” el placer, hacia dónde se dirige. Cierren los ojos, traten de despejar su mente de pensamient­os que en ese momento no tienen utilidad para poder transforma­rse en seres dispuestos a vivir una experienci­a multisenso­rial más que una serie de indicacion­es o de tiempos a dedicar en el acto sexual.

El viaje es infinito. Por favor, no se lo pierdan.

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SANDOVAL

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