Milenio Puebla

Raúl, retrato de familia

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A yer, muy temprano por la mañana, en La Habana muchos abrieron la ventana, la puerta del balcón o solo hicieron a un lado las viejas persianas de madera apolillada. Sacaron la nariz entre los tenues rayos de sol, echaron fuera los ojos, otearon en el horizonte. Pero solo encontraro­n la humedad de siempre, la brisa del mar, el aroma a tabaco y ron. En Cuba todo lo que se refiere a ciertos temas es solo chisme casi prohibido, rumor desbocado. Dicen que Raúl agoniza entre las estrechece­s de una clínica secreta bajo la Plaza de la Revolución. Que está en terapia intensiva mientras repasa en soledad cada segundo de sus 86 años recién estrenados. Oficialmen­te nada se sabe. Tampoco extraofici­almente. Es solo un rumor que corre entre los autos viejos, los muros que se caen a pedazos, los tendajones con mostradore­s vacíos plagados de moscas.

El chisme lo echó a andar hace unos días Guillermo Fariñas, un disidente que desde hace años ha vivido cárcel, amenazas y huelgas de hambre. Publicó en una de sus redes sociales que el anciano gobernante cubano sufre de graves “trastornos hepáticos, neurológic­os y cardíacos”, atendidos de urgencia por un puñado de especialis­tas. Quienes huelen en el viento lo que sucede en la política local asumen que Raúl solo se levanta para ir ahí cerquita a encabezar las inevitable­s ceremonias protocolar­ias.

Si de verdad agoniza, alguien debe estar con el mandatario cubano velando sus horas difíciles. Si está bajo los cuidados del Cangrejo estará seguro. El

Cangrejo es Raúl Guillermo Rodríguez Castro, el hijo de Deborah, la primogénit­a de Raúl. Grandote, encorvado, sombrío, tiene un aspecto un poco siniestro. Parece un cuervo enorme cuando se viste de negro. A cargo de la seguridad personal de Raúl, cuidó al abuelo durante las reuniones entre representa­ntes del gobierno colombiano y los guerriller­os de las FARC, durante la visita del Papa a la isla, y cuando viajó a Francia a comienzos de 2016. Su desempeño en tierras galas quedó para la posteridad en un video que anda vagabundea­ndo por las redes sociales. Ahí se puede ver cómo manda al cuerno al presidente Hollande en persona y a su edecán militar, con tal de no separarse ni tantito de Raúl. Se convirtió en la burla de los franceses. Pero ni a quien le importe. Dicen que Raúl está muy contento con sus encimosos cuidados y que a veces lo elogia en público con expresione­s descomunal­es como: “Mi nieto es una belleza de mármol, un coloso con cara de niño”. Eso dicen.

Hace unos días, Raúl se habría arrancado de golpe las tripas de hule que le suministra­n oxígeno, suero, tranquiliz­antes. Saltó de la cama y salió de su sepulcro faraónico para correr ahí cerquita a brindarle su sonrisa a otra rama de la familia. Recibió con una sonrisa algo diabólica a Jean Asselborn, ministro de Asuntos Exteriores y Europeos, de Inmigració­n y Asilo del Gran Ducado de Luxemburgo. El diario oficial del Partido Comunista cubano, el Granma, informó que “durante el encuentro dialogaron sobre las positivas relaciones que existen entre Luxemburgo y Cuba, así como coincidier­on en la voluntad de impulsar las esferas de interés común. Igualmente, intercambi­aron (comentario­s) sobre temas de la agenda internacio­nal”.

Pero las relaciones de Cuba con Luxemburgo van más allá de un simple encuentro bajo la cálida brisa habanera. Prácticame­nte a salto de mata por Europa en medio de los ajetreos bélicos de la revolución castrista, la ricachona cubana María Teresa Mestre Batista fue a dar a Ginebra, donde conoció a Enrique de Luxemburgo, entonces el Gran Duque Heredero de Luxemburgo. Se enamoraron y se casaron. Hoy reina en el pequeño país europeo como María Teresa de Luxemburgo. Para llegar a donde está, la monarca aguantó de todo por su origen caribeño. Su aristocrát­ica suegra, la Gran Duquesa Josefina Carlota, fallecida en 2005, la miraba a menudo de arriba a abajo mientras la llamaba con mucho desprecio la pequeña cubana. Se burlaba de ella susurrando a su oído la frase insidiosa: “Tú lo que quieres es regresar a Cuba”.

Luego de un viaje privado casi secreto a la isla en 2002, María Teresa agarró aire fresco y se atrevió a elogiar en público los lazos que unen a los cubanos. También habló en voz alta de los agravios que recibió durante largo tiempo de su suegra por sus orígenes habaneros. No se reunió entonces con Fidel Castro. Tal vez con Raúl sí y ahora le hace recordar que no está mal tener más o menos cerca a una figura destacada en uno de los países más ricos de la Unión Europea.

Está claro que Raúl sabe lo que hace. Mientras los cubanos otean en el horizonte en busca de alguna noticia.

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