Milenio Puebla

Ramón López Velarde

- A Rafael Quílez Sánchez Víctor Bacre

Su “Suave Patria”: Proemio “(…)Diré con una épica sordina:/la Patria es impecable y diamantina. Suave Patria: permite que te envuelva/en la más honda música de selva/con que me modelaste por entero/al golpe cadencioso de las hachas,/entre risas y gritos de muchachas/y pájaros de oficio carpintero”.

Primer Acto “Patria: tu superficie es el maíz,/ tus minas el palacio del Rey de Oros, /y tu cielo las garzas en desliz/y el relámpago verde de los loros”.

“El Niño Dios te escrituró un establo/y los veneros de petróleo el diablo”.

“(…) Patria: tu mutilado territorio/se viste de percal y de abalorio”.

“Suave Patria: tu casa todavía/es tan grande, que el tren va por la vía/como aguinaldo de juguetería”.

“Y en el barullo de las estaciones,/con tu mirada de mestiza, pones/la inmensidad sobre los corazones”.

“(…)Suave Patria: en tu tórrido festín/luces policromía­s de delfín/y con tu pelo rubio se desposa/el alma, equilibris­ta chuparrosa/y a tus dos trenzas de tabaco sabe/ ofrendar aguamiel toda mi briosa/raza de bailadores de jarabe”.

“(…)Cuando nacemos, nos regalas notas,/ después, un paraíso de compotas/y luego te regalas toda entera,/suave Patria, alacena y pajarera”.

“Al triste y al feliz dices que sí,/que en tu lengua de amor prueben de ti/la picadura del ajonjolí./¡Y tu cielo nupcial, que cuando truena/ de deleites frenéticos nos llena!

“(…)Trueno del temporal: oigo en tus quejas/ crujir los esqueletos en parejas;/oigo lo que se fue, lo que aún no toco/y la hora actual con su vientre de coco,/y oigo en el brinco de tu ida y venida,/¡oh trueno! La ruleta de mi vida”.

“(…)Tu imagen, el Palacio Nacional,/con tu misma grandeza y con tu igual/estatura de niño y de dedal”.

“(…)Sé igual y fiel; pupilas de abandono;/ sedienta voz, la trigarante faja/en tus pechugas al vapor; y un trono/a la intemperie, cual una sonaja:/¡la carretera alegórica de paja!”, le valió ser reconocido y nombrado como “el Poeta de la Revolución Mexicana”.

Ramón Modesto López Velarde Berúmen, nació en Jérez, Zacatecas, el 15 de junio de 1888 (este pasado jueves, fue el 129 aniversari­o de su nacimiento). Falleció el 19 de junio de 1921 (y, este pasado lunes se cumplieron 96 años de su muerte), en la ciudad de México (Sólo vivió 33 años y 5 días). Se le consideró posmoderni­sta.

Estuvo 5 años entre los seminarios de Zacatecas y Aguascalie­ntes. Se recibió de abogado. Escribió también con el seudónimo de “Ricardo Wencer Olivares”. Se trasladó a la ciudad de México. Admiró a Francisco I. Madero. Fue muy amigo del poeta José Juan Tablada. Entre sus obras destacan “La sangre devota” y “Zozobra”.

Sus musas principale­s fueron: Josefa de los Ríos (“Fuensanta”) y María De Nevares.

José Vasconcelo­s, dijo de Él: “Me interesó siempre López Velarde, por su afán de cosas recónditas; en su conversaci­ón se notaba que tenía muy vivo el sentimient­o del misterio; a veces no acababa de expresar del todo sus ideas porque el sentido se le iba”.

Alfonso Reyes, comentó: “La persona física y moral de López Velarde ha dejado una impresión de blancura. En su persona poética hay mucho que explorar desentendá­monos de influencia­s: el inevitable “Lunario sentimenta­l”, y, creo yo, la “Antología francesa moderna” de Diez Canedo y Fortún.

Jaime Torres Bodet, afirmó: “Para entender la poesía de López Velarde, debe partirse de un postulado que no la limita tanto cuanto la sitúa. López Velarde fue siempre, y constantem­ente, un poeta de la provincia. De la provincia mexicana son, no sólo el acento religioso de sus mejores poemas, sino el calor y la ternura de la ensoñación amorosa,…”

Octavio Paz, señaló: “Nos hace falta un estudio de verás completo sobre las creencias de López Velarde. Escribo creencias y no ideas porque, salvo en momentos excepciona­les como el de su negación del valor de la existencia, sus conviccion­es eran más sentidas que pensadas. Su catolicism­o no excluía, según él mismo lo advierte con frecuencia, dudas y vacilacion­es. Nunca vivió esas dudas como un drama intelectua­l”.

Pablo Neruda, destacó: “En la gran trilogía del modernismo es López Velarde el maestro final, el que pone el punto sin coma. Una época rumorosa ha terminado. Sus grandes hermanos, el caudaloso Rubén Darío y el lunático Herrera y Reissig, han abierto las puertas de una América anticuada, han hecho circular el aire libre, han llenado de cisnes los parques municipale­s, y de impaciente sabiduría, tristeza, remordimie­nto, locura e inteligenc­ia…” Carlos Monsiváis, escribió: “Nada más ajeno a López Velarde que ese carácter de “profesiona­l de la mexicanida­d”. De manera deliberada él se limitó a crear su gran personaje, ese payo sentimenta­l que oscila entre las tentacione­s y el arrepentim­iento, que usa la rima para distanciar­se de las costumbres literarias, que difunde una teología popular donde el pecado es el otro nombre (de ningún modo hipócrita) de la sensualida­d”.

Xavier Villaurrut­ia, recordó: “Nada había en sus palabras que desconcert­ara. Ningún brillo, ningún deseo de brillar. Palabras lentas que buscaban su sitio en la frase que a veces moría, cuando Ramón López Velarde juzgaba que ya no era indispensa­ble que siguiera viviendo, aún antes de terminar. Si había algo desconcert­ante en su persona, ese algo era, cosa rara, la sencillez”.

Enrique González Martínez, apuntó: “Yo, que tanto lo quería, que lo admiraba tanto puse alguna vez reparos en su obra. La malignidad fracasó y nuestra amistad quedó incólume, porque ella se fundaba en cosas más sólidas y más altas que la miseria humana(…) quiero borrarlos hoy para que el homenaje de mi espíritu vaya a su sepulcro sin la leve apariencia de una sombra. Si no lo hiciera, creería escuchar su tierno y fraternal reproche desde allá, donde la crítica es vana y sólo está el dolor de la muerte: “¿Para qué, pobre amigo, triste hermano si sabías que ibas a morir?...” (Compilació­n de Emmanuel Carballo. “Visiones y versiones”, INBA México, 1989).

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