Ramón López Velarde
Su “Suave Patria”: Proemio “(…)Diré con una épica sordina:/la Patria es impecable y diamantina. Suave Patria: permite que te envuelva/en la más honda música de selva/con que me modelaste por entero/al golpe cadencioso de las hachas,/entre risas y gritos de muchachas/y pájaros de oficio carpintero”.
Primer Acto “Patria: tu superficie es el maíz,/ tus minas el palacio del Rey de Oros, /y tu cielo las garzas en desliz/y el relámpago verde de los loros”.
“El Niño Dios te escrituró un establo/y los veneros de petróleo el diablo”.
“(…) Patria: tu mutilado territorio/se viste de percal y de abalorio”.
“Suave Patria: tu casa todavía/es tan grande, que el tren va por la vía/como aguinaldo de juguetería”.
“Y en el barullo de las estaciones,/con tu mirada de mestiza, pones/la inmensidad sobre los corazones”.
“(…)Suave Patria: en tu tórrido festín/luces policromías de delfín/y con tu pelo rubio se desposa/el alma, equilibrista chuparrosa/y a tus dos trenzas de tabaco sabe/ ofrendar aguamiel toda mi briosa/raza de bailadores de jarabe”.
“(…)Cuando nacemos, nos regalas notas,/ después, un paraíso de compotas/y luego te regalas toda entera,/suave Patria, alacena y pajarera”.
“Al triste y al feliz dices que sí,/que en tu lengua de amor prueben de ti/la picadura del ajonjolí./¡Y tu cielo nupcial, que cuando truena/ de deleites frenéticos nos llena!
“(…)Trueno del temporal: oigo en tus quejas/ crujir los esqueletos en parejas;/oigo lo que se fue, lo que aún no toco/y la hora actual con su vientre de coco,/y oigo en el brinco de tu ida y venida,/¡oh trueno! La ruleta de mi vida”.
“(…)Tu imagen, el Palacio Nacional,/con tu misma grandeza y con tu igual/estatura de niño y de dedal”.
“(…)Sé igual y fiel; pupilas de abandono;/ sedienta voz, la trigarante faja/en tus pechugas al vapor; y un trono/a la intemperie, cual una sonaja:/¡la carretera alegórica de paja!”, le valió ser reconocido y nombrado como “el Poeta de la Revolución Mexicana”.
Ramón Modesto López Velarde Berúmen, nació en Jérez, Zacatecas, el 15 de junio de 1888 (este pasado jueves, fue el 129 aniversario de su nacimiento). Falleció el 19 de junio de 1921 (y, este pasado lunes se cumplieron 96 años de su muerte), en la ciudad de México (Sólo vivió 33 años y 5 días). Se le consideró posmodernista.
Estuvo 5 años entre los seminarios de Zacatecas y Aguascalientes. Se recibió de abogado. Escribió también con el seudónimo de “Ricardo Wencer Olivares”. Se trasladó a la ciudad de México. Admiró a Francisco I. Madero. Fue muy amigo del poeta José Juan Tablada. Entre sus obras destacan “La sangre devota” y “Zozobra”.
Sus musas principales fueron: Josefa de los Ríos (“Fuensanta”) y María De Nevares.
José Vasconcelos, dijo de Él: “Me interesó siempre López Velarde, por su afán de cosas recónditas; en su conversación se notaba que tenía muy vivo el sentimiento del misterio; a veces no acababa de expresar del todo sus ideas porque el sentido se le iba”.
Alfonso Reyes, comentó: “La persona física y moral de López Velarde ha dejado una impresión de blancura. En su persona poética hay mucho que explorar desentendámonos de influencias: el inevitable “Lunario sentimental”, y, creo yo, la “Antología francesa moderna” de Diez Canedo y Fortún.
Jaime Torres Bodet, afirmó: “Para entender la poesía de López Velarde, debe partirse de un postulado que no la limita tanto cuanto la sitúa. López Velarde fue siempre, y constantemente, un poeta de la provincia. De la provincia mexicana son, no sólo el acento religioso de sus mejores poemas, sino el calor y la ternura de la ensoñación amorosa,…”
Octavio Paz, señaló: “Nos hace falta un estudio de verás completo sobre las creencias de López Velarde. Escribo creencias y no ideas porque, salvo en momentos excepcionales como el de su negación del valor de la existencia, sus convicciones eran más sentidas que pensadas. Su catolicismo no excluía, según él mismo lo advierte con frecuencia, dudas y vacilaciones. Nunca vivió esas dudas como un drama intelectual”.
Pablo Neruda, destacó: “En la gran trilogía del modernismo es López Velarde el maestro final, el que pone el punto sin coma. Una época rumorosa ha terminado. Sus grandes hermanos, el caudaloso Rubén Darío y el lunático Herrera y Reissig, han abierto las puertas de una América anticuada, han hecho circular el aire libre, han llenado de cisnes los parques municipales, y de impaciente sabiduría, tristeza, remordimiento, locura e inteligencia…” Carlos Monsiváis, escribió: “Nada más ajeno a López Velarde que ese carácter de “profesional de la mexicanidad”. De manera deliberada él se limitó a crear su gran personaje, ese payo sentimental que oscila entre las tentaciones y el arrepentimiento, que usa la rima para distanciarse de las costumbres literarias, que difunde una teología popular donde el pecado es el otro nombre (de ningún modo hipócrita) de la sensualidad”.
Xavier Villaurrutia, recordó: “Nada había en sus palabras que desconcertara. Ningún brillo, ningún deseo de brillar. Palabras lentas que buscaban su sitio en la frase que a veces moría, cuando Ramón López Velarde juzgaba que ya no era indispensable que siguiera viviendo, aún antes de terminar. Si había algo desconcertante en su persona, ese algo era, cosa rara, la sencillez”.
Enrique González Martínez, apuntó: “Yo, que tanto lo quería, que lo admiraba tanto puse alguna vez reparos en su obra. La malignidad fracasó y nuestra amistad quedó incólume, porque ella se fundaba en cosas más sólidas y más altas que la miseria humana(…) quiero borrarlos hoy para que el homenaje de mi espíritu vaya a su sepulcro sin la leve apariencia de una sombra. Si no lo hiciera, creería escuchar su tierno y fraternal reproche desde allá, donde la crítica es vana y sólo está el dolor de la muerte: “¿Para qué, pobre amigo, triste hermano si sabías que ibas a morir?...” (Compilación de Emmanuel Carballo. “Visiones y versiones”, INBA México, 1989).