Lo han hecho todo mal
Los pobres de este país, miren ustedes, votan por el partido de siempre aunque, en los últimos tiempos, se han dejado engatusar por esos priistas de viejo cuño que, disfrazados de gente con preocupaciones sociales e intachable moralidad, les han ofrecido la consoladora esperanza de que los colosales problemas de este país se pueden arreglar de un plumazo.
Pero, a ver, ¿merecen nuestros actuales gobernantes todos los denuestos y las invectivas que les puede dedicar un opositor abusivo e inescrupuloso?
Pues, por lo pronto, hay que decir que ellos mismos han dejado de hacer los deberes: han consentido una rampante corrupción — como si los organismos de fiscalización del Estado fueran totalmente inoperantes— y han llevado también al país entero a una situación de escalofriante inseguridad: tienen, en estos dos renglones, una responsabilidad directísima.
Muy bien, a partir de ahí ¿se puede plantear que ya nada funciona, que el “sistema” nos ha llevado a un total fracaso y que el futuro renacimiento de la nación mexicana tendrá que ser encabezado por la figura de un supremo salvador? Ya he escrito, en estas líneas, que ese redentor de los bondadosos mexicanos no provendrá de Marte sino que… ¡fue militante del PRI! O sea, que su posible pureza espiritual está ya algo contaminada.
Muy bien, asociado el hombre a otros declarados dinosaurios como Manuel Bartlett y perfectamente dispuesto a acoger en sus filas a los más conspicuos representantes de ese “aparato” que tantos ciudadanos de a pie repudiamos —pero que se trasmuta en una entelequia perfectamente decente en el momento mismo en que sus antiguos heraldos agitan la bandera de Morena (el partido de Obrador, esto es)—, ¿podemos acaso otorgarle el crédito que nos solicita? ¿Debemos sumarnos a esos otros votantes, como decía, que se creen que hay que volver a comenzar todo de cero, obnubilados por un discurso de planificados rencores y calculados revanchismos?
Tenemos que saber que todo esto —la exacerbación del resentimiento social, la desaforada descalificación de las instituciones y la consecuente promesa de que todo va a ser diferente a partir del momento mágico en que el nuevo caudillo tome las riendas del poder— es una estrategia perfectamente planificada. Pues eso.
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