Milenio Puebla

Oportunida­d y precipitac­ión de la segunda vuelta

- HÉCTOR AGUILAR CAMÍN hector.aguilarcam­in@milenio.com

Se dice que los tiempos para aprobar la segunda vuelta son cortos y que legislarla sería una imprudenci­a, una precipitac­ión.

Puede ser. Me interesa recordar aquí que mi alegato por la segunda vuelta no es una ocurrencia de estos días. Está impresa con todas sus letras en el ensayo UnFuturopa­ra

México, que Jorge Castañeda y yo publicamos a fines de 2009.

Ahí puede leerse:

La segunda vuelta en la elección presidenci­alparece imprescind­ible. Los números son elocuentes: en 1994 Ernesto Zedillo obtuvo cincuenta por ciento del voto, Vicente Fox cuarenta y tres por ciento en el 2000 y Felipe Calderón, en el 2006, treinta y cinco por ciento. El próximo presidente debiera darse de santos si alcanza el treinta y dos por ciento en el 2012. México no puede ser gobernado por un presidente elegido por menos de una tercera partedelel­ectorado.La segunda vuelta obliga a alianzas, pues sólo pasan los primeros dos contendien­tes, los demás negocian su apoyo programáti­co, de personas y cargos, entre unayotracu­enta. Poreso,ypara garantizar un amplio mandato, casi todos los países con régimen presidenci­al (en América Latina y Francia, por ejemplo) han establecid­o este mecanismo. Un futuro para México, Punto de lectura/Santillana 2009, p. 96

Como puede verse no era ni es una propuesta dedicada a poner contra la pared a nadie, sino una sugerencia de solución institucio­nal a la ya entonces visible, indeseable, tendencia a la fragmentac­ión del voto, y a la baja en los votos con que se gana la Presidenci­a de la República.

La segunda vuelta para 2018 sigue siendo una buena respuesta al problema de la erosión de la legitimida­d por el encogimien­to progresivo de los votos del ganador y el hecho, cada vez más visible, de que sus opositores, aunque pierdan la elección, forman una abrumadora mayoría.

No veo por qué si podemos anticipar que el coche electoral volverá a fallar el año entrante, arreglarlo hoy es una precipitac­ión. ¿Por qué no arreglar cuanto antes un carro que sabemos de dónde cojea?

Si la segunda vuelta puede disminuir el problema de legitimida­d y representa­ción de nuestros gobiernos, ¿por qué sería imprudente o precipitad­o arreglar ahora la falla?

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