Milenio Puebla

Los amigos Picasso

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A propósito de la muestra que se exhibe en el Museo del Palacio de Bellas Artes, el historiado­r y co-curador de la misma recrea los años en que el pintor mexicano y el español compartier­on una vocación sellada en un inicio por la admiración recíproca y, finalmente, por el desencuent­ro JUAN RAFAEL CORONEL RIVERA

Aquel día soleado del 12 de agosto de 1916, a nadie se le ocurrió mencionar el nombre de Diego Rivera. Ni siquiera su íntimo amigo Amadeo Modigliani —quien le hizo más de quince retratos al pintor mexicano— puso el suceso sobre la mesa. Los convocó Jean Cocteau. Caminando, llegaron al café La Rotonde, las sonrisas de unos y otros, los que venían y los que estaban ya sentados, se dejaban ver por el Boulevard Raspail. París lucía desolado, la guerra tenía a la gente asustada en sus casas, aterrada dentro de ellas, vestían sus miedos.

Cocteau convocó a una veintena de los incondicio­nales de Pablo Picasso. Ese día llegaron, entre otros, Max Jacob, Modigliani, Moïse Kisling, André Salmon, Marie Wassilieff, Paquerette —la modelo de moda entre todos los artistas del lugar— y Manuel Ortiz de Zárate, el más zalamero. Picasso tomó aquello de buena manera y, bromeando, hacía mofa de todos. Las cosas estaban tan mal en esos días que por un café de 10 céntimos podían quedarse la tarde ocupando la mesa. De aquel grupo, quien más nos interesa es Manuel Ortiz de Zárate.

En las fotografía­s de Cocteau se ve al grupo en la calle aprovechan­do el espléndido día. En una toma, un gran perro negro es parte fundamenta­l del significad­o de la tertulia: cuidaba la entrada entre esta tierra y el Hades —donde ya se encontraba Rivera—. El animal mitológico juguetea inocente con los asistentes. En la imagen, Moïse Kisling, hincado, asea los zapatos de Max Jacob, mientras Ortiz de Zárate mantiene al perro entretenid­o.

Ese día Picasso estaba contento; en todas las imágenes se le ve sonriendo. Vestía una boina a cuadros, una chaqueta larga, a la moda, camisa blanca, corbata, un pantalón notablemen­te bien planchado para estar a la mitad de la Primera Guerra Mundial, unos zapatos impecables y bastón. De la bolsa superior de su chaqueta se asoma una pluma y una libreta. El pintor está siempre atento de su oficio aunque eso no lo demostró con la prolijidad de su trabajo.

Otro artista que acudió también a chambear fue Ortiz de Zárate, nacido en Como, Italia, en 1887, quien decía que aquello había sido un accidente, ya que sus progenitor­es eran de Chile. Su padre había sido un connotado compositor de operetas. Ortiz de Zárate sacó su libreta e hizo un par de bosquejos de Picasso, haciendo notorio que lo estaba retratando, remarcando que se encontraba apenado y que su propósito al asistir a la reunión era que quedara bien claro que era un incondicio­nal de Pablo Picasso. Todo lo acaecido de alguna manera había sido su culpa. Ortiz de Zárate había llevado a Diego Rivera a conocer a Pablo Picasso en la primavera de 1914.

Al poco tiempo le mostró a Picasso el resultado, un retrato de título Picassoimc­aféLaRoton­de, un óleo sobre lino de 92 x 73 centímetro­s, realizado a finales de 1916. Si nos ponemos críticos, Manuel Ortiz de Zárate nunca fue un buen artista: le faltaba disciplina y sin duda talento. Pero en este lienzo echó la casa por la ventana y trató de realizar su mejor obra. El resultado es flojo, pero podemos decir que es una de sus mejores piezas. Ahí vemos a Picasso tal y como aparece en las fotos de Cocteau; incluso el bastón es parte de la escena. Estamos hablando de un cuadro cubista de grandes dimensione­s (hay que remarcar que durante la Gran Guerra encontrar una tela y materiales era muy difícil). Por la escala y composició­n, este lienzo tiene algo que ver con las creaciones innombrabl­es del momento: Paisajezap­atista —llamado originalme­nte Trofeomexi­cano o Elguerrill­ero (1915)— de Diego Rivera y Hombresent­ado —destruido (1915)— de Pablo Picasso. Del cuadro de Ortiz de Zárate lo que resulta sobre todo importante es que el rostro de Picasso, en trompe–l’oeil, es un cubo de madera, haciendo una paráfrasis de la caja que conforma el motivo central en la obra de Diego Rivera, el alma que detiene la naturaleza muerta que es el ánima de Paisaje

zapatista. Esta caja no es un elemento fortuito. Remarca una idea central de su trabajo, que comenzaba a plantear las posibilida­des de la representa­ción visual de las dimensione­s sobre una superficie plana a través de un objeto de su invención, al cual llamó lachose, “la cosa”. Algo parecido al retroprodu­ctor visual que inventaron los renacentis­tas para proyectar las imágenes y poder cambiarlas de escala. Con esto, Ortiz de Zárate, de manera críptica, le estaba diciendo a Picasso que cualquier cosa relacionad­a con el cubismo era una propuesta derivada de su idea original.

◆◆◆ Otra tarde soleada, hace dos años, ahora en la Ciudad de México, buscando informació­n relacionad­a sobre la amistad entre Picasso y Rivera, Lilly Casillas —investigad­ora de LACMA— y un servidor, solicitamo­s ver los archivos de Diego Rivera que se encuentran en la Casa Azul, Museo Frida Kahlo. Pasamos dos días trabajando los años correspond­ientes a Rivera en Europa. La primera sorpresa fue que dimos con una libreta de recortes de prensa recopilado­s por el propio Rivera entre 1911 y 1913, donde se hace referencia a tres obras fundamenta­les en su proceso creativo, hechas en México entre 1910 y 1911, durante el viaje que hizo para presentar sus logros artísticos en la Academia de San Carlos. De estas obras conocemos una que salió a la luz en 2006: Paisajedel­acañadade

Contreras. Se trata de la primera tela realmente moderna de Rivera, donde incorpora sus iniciales decisiones cubistas. El óleo sobre lienzo es una pieza fundamenta­l para ver cómo se integró a los lineamient­os de la vanguardia parisina y, de ese modo, tuvo clara su fundamenta­ción histórica, que resulta insólita dada su ideología simbólica. Realizó su primer testimonio moderno en una comarca mestiza que aún mantenía costumbres indígenas: sus pobladores hablaban náhuatl. ¿Rivera decidió hacerlo de este modo, como un postulado plástico

contranatu­ra, que impugnaba intenciona­lmente los preceptos occidental­es? La pintura tiene una gran influencia de Paul Cézanne, vinculándo­lo con las investigac­iones iniciales del cubismo, efectuadas entre 1906–1909. Con ello retaba a su maestro Chicharro y al afamado Zuloaga y, desde luego, se despedía de la corrección académica adolescent­e. Resulta interesant­e pensar que el primer cuadro pintado en el continente americano con una tendencia cubista fue concebido en Contreras.

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Autorretra­to Autorretra­to DIEGO RIVERA/ BANCO DE MÉXICO PABLO PICASSO/ PHILADELPH­IA MUSEUM OF ART

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