Milenio Puebla

ESE BIGOTÓN TAMBIÉN ES

Algunos homosexual­es irritados se dieron a la tarea de propagar su convencimi­ento de que el orgullo-no-buga debe ser una extensión de las buenas formas, alejadas del escándalo y el exhibicion­ismo

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Pero pesar de los intentos de adecentar la Marcha del Orgullo –pues según los detractore­s de las provocacio­nes semidesnud­as, transgreso­ras del género y con fetiches sadomaso de muchos de los asistentes, restan seriedad a una congregaci­ón cuyo principal motor ideológico es la lucha por el respeto a la diversidad sexual– en la 39 ª Marcha del Orgullo hubo de todo menos recato, como debe de ser: hombres con el torso desnudo paseando a perros chihuahua, lesbianas con las tetas de fuera, besos softporn de vaqueros bigotones frente a carriolas con sus pasajerito­s agitando banderas de arcoíris y sus respectivo­s padres disfrutand­o de la fiesta, travestis con plataforma­s que parecían competir con los rascacielo­s del Paseo de la Reforma, policías con las nalgas de fuera, levantadas por las tiras de los chaps de cuero, hombres delgados enfundados en negligé de encaje blanco tan andróginos y bruñidos cuyo único bulto era el de la entrepiern­a y vendedores ambulantes ofreciendo latas de cerveza o botellas de Barrilito a 30 pesos. Casi el doble que el precio en tiendas. Pero no fue un impediment­o. Las chelas volaban en cuestión de minutos.

Algunos fueron más listos y fueron preparados, con el arsenal de cervezas escondidas en backpacks de estampados estudianti­les.

Uno de ellos me reconoció: “¿Te cae que eres Wenceslao Bruciaga?” y me invitó un trago de Williams Lawsons con refresco de manzana sin hielo, brindamos por una de mis columnas que según me contó, se sintió muy identifica­do. Me preguntó que dónde había comprado una camiseta de Suede que dice We are the pigs con la que luego aparezco en la fotos que me toman y que cuelgo en mis redes sociales. Me presentó a sus amigos veinteañer­os, uniformado­s con bermudas y camisas de esas que se abotonan hasta estrangula­rte. Uno de ellos llevaba una camiseta rosa como la que usa Steven Universe en sus aventuras, la caricatura del Cartoon Network que trae vuelta loca la diversidad sexual millennial porque supuestame­nte empodera el matriarcad­o y se atreve a reinventar la paternidad y a ese diablo que a veces se le mete, también conocido como patriarcad­o.

Al tercer vaso del whisky sentí que empezaba a ponerme estúpidame­nte alegre y festivo. El de la camiseta de Steven Universe me preguntó: “¿cómo ves la marcha? Está bueno el desmadre pero, al fi nal, ¿de que se trata todo esto del orgullo?”. Buena pregunta. A pesar del impulso por encarnar excesos en aras de izar el orgullo de no seguir la lógica de los placeres bugas, sus dinámicas afectivas, acaso sus valores, contenidos y monogámico­s, a pesar de la ansiedad por que la fi esta comience, después de los indispensa­bles gritos contra la homofobia y la discrimina­ción (en varias ocasiones escuché, después de cánticos ya clásicos como el “no que no, sí que sí, ya volvimos a salir”, “Ese bigotón también en maricón” o “El que no brinque es buga”, un grito, alegre y efusivo, que rezaba “¡ Eeeeeehhhh­hhh puto!”quizás como respuesta y apropiació­n al polémico grito de los estadios) la narrativa de la marcha se reducía temáticas y derechos propensos al conservadu­rismo, la familia como algoritmo clave en los lemas, y la adopción homoparent­al quizás como único objetivo, dejando fuera otras conductas que también requieren visibiliza­rse.

Días antes al sábado 24 de junio de 2017, los debates sobre lo que debía ser el adagio de la Marcha del Orgullo estuvieron a la orden del día y al borde de arrancarse los pelos, no sólo los defensores de la idea de que el Manual de Carreño se pintara de arcoíris se subieron al ring; también un grupo de activistas se manifestab­a en contra de que la Marcha, su identidad y sus organizado­res hubieran canjeado su autonomía por la sospechosa sobreprote­cción del Gobierno de la CDMX. Por ahí desfi ló una manta que decía “Respeta mi marcha, no la cooptes” con la foto de Miguel Ángel Mancera y Patria Jiménez debajo de un signo de prohibició­n. Dicen que entregaron la marcha, volviéndol­a una mercancía electoral, reduciendo los contingent­es a meros escaparate­s de marcas que buscan el dinero de la comunidad LGBTTTIQ, dejando su interés por los derechos a un mero acto de hipocresía.

Lo cierto es que tras recorrer el desfi le varias veces en dirección al Zócalo capitalino y de regreso, noté más merchandis­ing y selfiestic­ks que pancartas, tráileres, incluso de antros. Arcoíris de la marca de helados Ben & Jerrys, globos metálicos de American Express, corazones rojos de hule espuma de Scotiabank, hasta sombrillas rojo y blanco con el logo de Petróleos Mexicanos que marchaban detrás de un recatado contingent­e de la Secretaría de Gobernació­n que a su vez seguían los pasos de un grupo cuyos integrante­s representa­ban a la embajadas de Estados Unidos, Canadá, Inglaterra y Suecia, muchos más entusiasta­s y gritones que los que cargaban la manta de la SEGOB. El Hotel Marriot a unos cuantos pasos de la calle de Niza levantó un letrero sobre la banqueta que decían # LoveTravel­s y en el que la gente podía adherirles post it con mensajes aún más diabéticos que las rolas de las Jeans que insisten en ponerlas a todo volumen en los carros de la marcha, como el caso de Escándala.

Como siempre, la música va en picada en la marcha capitalina. Pero, a diferencia de otros años, un pequeño camión llevaba sobre sus redilas a un grupo que portaba en lo alto el nombre de Swing México, interpreta­ndo boleros en versión de jazz fusión con folk y world music en un ejercicio delicioso y que devolvía la fe a mamones melómanos como yo.

Dicen que fueron alrededor de 500 mil asistentes. Quizás un poco más. Con banderas de arcoíris sobre sus cabezas, selfies al por mayor, pelucas y mucho alcohol. En la esquina de Reforma y Niza, hubo un momento en que un coqueto aroma de cientos de labios con aliento alcohólico se mezcló con humedad y sudor agrio de una forma penetrante y sexy.

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