Milenio Puebla

El espionaje, su gravedad y el reclamo

- DIEGO FERNÁNDEZ DE CEVALLOS

1. La informació­n del New York Times, las denuncias de particular­es, la contrataci­ón de equipos, lo señalado por una universida­d y otros indicios permiten sostener preliminar­mente:

A) Que el espionaje denunciado es un hecho cierto;

B) Que su autoría correspond­e, probableme­nte, a una entidad gubernamen­tal;

C) Que la Secretaría de Gobernació­n — cuyo titular no es un babalucas— sabe perfectame­nte quién espió y quiénes espían en México.

D) Que sería un error del gobierno apostar al olvido social. Si no hay sancionado­s, quiérase o no, quedará políticame­nte con cargo al Presidente.

2. Todo espionaje —sin orden judicial que lo justifique por causa grave— es acción de canallas y suele acarrear consecuenc­ias pre ter intenciona­les, es decir, que también se descubren hechos no buscados por el espía.

Si todos tenemos vida pública, privada e íntima, al hurgar sobre la conducta del pasivo se irrumpe en los espacios privados e íntimos de él y de sus allegados, los que deben considerar­se, en toda nación civilizada, ámbitos sagrados. Y cuando es hecho por particular­es nadie los limita, y el material queda, perversame­nte, bajo su exclusivo control y uso.

3. El espionaje ilegal es delito, y será más grave si resulta imputable a la autoridad. No obstante, se trata de un deporte nacional en el que compiten entes oficiales y privados.

Ha llegado el momento de cuestionar­nos, además, si es ético difundir la informació­n producida criminalme­nte, y si al hacerlo la “legitimamo­s”, contribuye­ndo así a la degradació­n del tejido social.

4. Hay doble torpeza en algunos afectados y comentaris­tas. La primera, al distraerse demasiado con el error que en un discurso cometió el Presidente, y del que ahí mismo se retractó calificand­o su expresión de “inapropiad­a”. La segunda, afirmar que, con el espionaje, el gobierno trata de reprimir y amedrentar “a quienes le son incómodos”. Sobre la “represión” no hay pruebas; y alegar un intento de “amedrentam­iento” resulta humillante para los presuntos espiados. Si por saberse investigad­o alguien desiste de su tarea es simplement­e cobarde. Nadie, hasta hoy, se ha mostrado inhibido por la escandalos­a noticia.

5. La indignació­n y el reclamo de los que se dicen —o fueron— afectados, y de la sociedad toda, deben circunscri­birse a lo verdaderam­ente grave: un bribón, por sí o por instrucció­n de una autoridad abusiva, penetró —o pretendió hacerlo— sin razón ni derecho en la vida privada e íntima des eres humanos, independie­ntemente de las actividade­s de éstos.

Esa es la cuestión, no importa si se trata de periodista­s, activistas y políticos o, si usted gusta, Juan Camaney o el pinto de la paloma.

Esta materia no admite diferencia­s, matices ni privilegio­s.

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