Milenio Puebla

Un espía, por favor

El Presidente como una víctima más del espionaje llamó poderosame­nte la atención de Gilga. Ayudemos entonces al Presidente y busquemos a quienes lo espían: quizá sean Aristegui, Pardinas y Loret de Mola. Sherlock Gamés investiga

- Gils’enva

Gil se siente ninguneado. Lo hacen de menos y ese es su coraje. Gamés siente feo: su nombre no aparece entre los periodista­s, defensores de derechos humanos y activistas contra la corrupción. Nada, solo pesos pesados de la informació­n (ción- ción), el honor y el coraje (no vayan a empezar, no hay ni pizca de ironía en estos sustantivo­s). Ni siquiera una mención a esta página del directorio como instrument­o periodísti­co que al mismo tiempo amenace al Estado. Gil caminó sobre la duela de cedro blanco con el orgullo periodísti­co en los pies y un sacudidor para quitarle el polvo a la valentía de “Uno hasta el fondo”.

Señores y señoras del espionaje, lleguemos a un acuerdo, ustedes espían a Gilga dos o tres días: se enteran de asuntos de interés nacional, como la tintorería donde parten todas la semanas los trajes de Gil, la lista exclusivís­ima de vinos y licores adquiridos en La Europea, las camisas finísimas que compra Gamés en tiendas prestigios­as. ¿No consideran todo esto de interés nacional? Anden: comisionen un espía para averiguar la vida de Gilga; ahora mal sin bien, si no es con Pegasus, aunque sea con un vaso pegado en un muro exterior del amplísimo estudio para oír la forma en que Gilga conspira: manches, wey, el gol del Chucky Lozano fue de una valentía digna de un defensor de los derechos humanos. O bien esto otro que pondría a temblar al Estado mexicano: en mi humilde opinión, el equipo nacional jugó mal, aunque ganó. Se le eriza la piel a Gil, le entra un miedo terrible pensando en las consecuenc­ias políticas de estos rotundos conceptos. Gil les recuerda que hay cuatro vidas: la pública, la privada, la secreta que decía García Márquez y la indecible que siempre quiere olvidar el protagonis­ta. Confusión Gil se encuentra casi tan confundido y descompues­to como lo estuvo el presidente Peña: de qué se quejan, a todos nos espían, incluso a mí. El Presidente como una víctima más del espionaje llamó poderosame­nte la atención de Gilga.

Ayudemos entonces al Presidente y busquemos a quienes lo espían: quizá sean Aristegui, Pardinas y Loret de Mola. Sherlock Gamés investiga. El Presidente estaba muy enfadado y entonces anunció que se investigar­ía a quienes sostenían que habían sido espiados. Aigoei.

Luego resultó que Gilga no entendió lo que había entendido y que el propio Presidente espiado ordenaba una indagatori­a ( gran palabra) sobre los hechos de espionaje que no existían unos minutos antes, de modo que los fiscales investigar­án algo inexistent­e. Gamés espera noticias en breve de algo que no existe. “Me confundí en la última parte, creo que me expresé inadecuada­mente, por eso he querido aclarar este punto con ustedes. ¿Por qué habría de tener alguna acción en contra de la libertad de expresión? Todo lo contrario, estamos para generar las mejores condicione­s a favor de la libertad de expresión y de respeto a la misma”. Total, un lío grande, un Presidente enojado y confundido, un sistema de espionaje carísimo y unos prominente­s personajes de nuestra vida pública espiados con todo y familia. Gil lo dice de nuevo: inadmisibl­e.

En el campus, la vida es más sabrosa La UNAM exigió una investigac­ión a fondo por la presunta existencia de células del cártel de Tláhuac dedicadas a vender drogas en los campos y los circuitos de la universida­d. Gil lo leyó en su periódico El Universal.

La Procuradur­ía General de la República ha informado “que se han venido realizando acciones en colaboraci­ón con autoridade­s de la UNAM sobre el fenómeno del narcomenud­eo”. Pequeño gran problema: ¿cómo realizará la policía sus investigac­iones sin violar la sagrada autonomía universita­ria? Ahí está el detalle, diría el clásico. En el campus, la vida es más sabrosa y la libertad para vender drogas es casi absoluta. Eso no está mal, total, que cada quien haga de sus partes un papalote, pero que bandas delictivas se escondan en los circuitos universita­rios es un delito solo protegido por la autonomía.

Gil se llevó los dedos índice y pulgar al nacimiento de la nariz y caviló: ¿a nadie se le ha ocurrido que los residentes del ex auditorio Che Guevara o ex Justo Sierra, o como se diga, pueden ser activos traficante­s de drogas? En ese caso, el nido está dentro de la UNAM. Esos señores, con sus señoras, sus hijos y sus abuelitos llevan ahí 17 años. Leyó usted bien. Síganlos dejando.

Anuncio: mañana Gil dedicará esta página del directorio a los mirreyes, unos seres salidos directamen­te del libro de Ricardo Raphael: Mirreynato: la otra desigualda­d. Los jóvenes del Cumbres y los jóvenes del Irlandés y los guaruras de unos y otros escenifica­ron tremendo zafarranch­o.

Tierno Galván camina sobre la duela de cedro blanco: Todos tenemos nuestra casa, que es el hogar privado; y la ciudad, que es el hogar público.

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RENÉ SOTO/ARCHIVO Que bandas se escondan en los circuitos de la UNAM es un delito protegido solo por la autonomía.
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