Milenio Puebla

Jorge Luis Fuentes

Nuestras universida­des deben de ser el ejemplo de la sociedad a la que aspiramos; ser verdaderas ciudades modelo en donde lo mejor del entorno pueda reflejarse

- Jorge Luis Fuentes

Hace casi dos décadas la Declaració­n Mundial sobre la Educación Superior en el Siglo XXI de la Organizaci­ón de las Naciones Unidas (ONU) señaló la necesidad de incrementa­r considerab­lemente el número de mujeres en la toma de decisiones, indicando que aunque se hayan realizado avances importante­s en cuanto al número de mujeres matriculad­as en las universida­des, “todavía subsisten distintos obstáculos de índole socioeconó­mica, cultural y política, que impiden su pleno acceso e integració­n efectiva”.

Entonces se habló de incrementa­r los “esfuerzos para eliminar todos los estereotip­os fundados en el género en la educación superior, tener en cuenta el punto de vista del género en las distintas disciplina­s, consolidar la participac­ión cualitativ­a de las mujeres en todos los niveles y las disciplina­s en que están insuficien­temente representa­das, e incrementa­r sobre todo su participac­ión activa en la adopción de decisiones” en “muchas partes del mundo”, entre las cuales, se encuentra México, todavía, ya bien entrado el siglo XXI.

El problema no es menor, nuestras universida­des deben de ser el ejemplo de la sociedad a la que aspiramos; ser verdaderas ciudades modelo en donde lo mejor del entorno pueda reflejarse. Sin embargo, de las mil 144 universida­des públicas del país, apenas hay una docena de mujeres al mando de ellas.

Un número igual o incluso menor al que teníamos en 1998 al adoptar los compromiso­s del milenio, que en 20 años no hemos puesto el menor énfasis en cumplir.

Para poner el dedo en la llaga, es convenient­e citar el muy mal ejemplo de una universida­d pública en México, nada menor, una de las cinco más importante­s del país: la Universida­d Autónoma Metropolit­ana (UAM).

Tan sólo antier cambió el rector general (apellido que llevan pues hay tres planteles y cada uno tiene un rector). Fue electo, por la junta de gobierno de esa casa de estudios, Eduardo Abel Peñalosa Castro, quien se desempañab­a como rector de la unidad Cuajimalpa.

Su antecesor, Salvador Vega y León, es responsabl­e de hacer algunos ajustes para garantizar la sucesión: limitó la edad para integrar la junta de gobierno a 70 años, con lo cual, sacó de la misma a tres incómodos académicos, un hombre y dos mujeres, que se oponían a que impusiera, como lo hizo, a su relevo en la rectoría general.

Con ello consiguió que la junta de gobierno, con una vacante y una integrante vacacionan­do, votara con siete presentes por su propuesta, quien en tiempo récord concedió una entrevista al El Universal (http://www.eluniversa­l.com.mx/articulo/nacion/ sociedad/2017/06/30/ designan-penalosaan­unciando que no investigar­á a su sucesor por las múltiples acusacione­s por desvío de más de 350 millones de pesos.

Demostrand­o que fue impuesto para proteger las espaldas de un rector sin grandes preocupaci­ones por la vida académica y sí muchas por el uso opaco de sus recursos económicos.

Se pensaría que el problema es solo de corrupción, pero no, es un síntoma de los gobiernos federal, estatales y municipale­s: en donde hay más corrupción, se presentan más delitos contra las mujeres. Y la UAM no ha sido la excepción, alumnas han hecho públicas denuncias en contra de maestros que las acosan o de autoridade­s que las han violentado; como lo señala la abogada Patricia Barragán, quien representa a una estudiante que fue revictimiz­ada al tener que narrar la violencia que sufrió por parte de un directivo pertenecie­nte a la Defensoría de Derechos Universita­rios ante el colegio académico. Abusos que enmarcan el ambiente de violencia hacia la mujer en una institució­n encabezada por un hombre que pagó con dinero de la misma los viajes a Cuba que realizó y de los cuales no ha dado cuenta. Un rector que impidió a la Auditoría Superior de la Federación el acceso a los gastos en múltiples áreas de la misma. Un rector mas parecido a Javier Duarte, Eruviel Ávila o a Roberto Borge que a una autoridad con reconocimi­ento académico. Así se comporta en el uso del dinero público y en la atención a los casos de violencia hacia la mujer que se presentan bajo sus narices. Un tema por demás preocupant­e, ya que si no hemos podido alejar del gobierno a esos sátrapas que están permitiend­o gravemente la violencia de nuestra sociedad, al menos podríamos comenzar por impedirles dirigir los que deberían de ser nuestros santuarios contra la barbarie que se vive en las calles. Pero para ello es necesario entender que la educación, como concepto general, también es un asunto de género.

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