Milenio Puebla

MEMORIAL INSULAR

LUIS BUGARINI

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La vida de Hrabal estuvo marcada por el esfuerzo por publicar a pesar de la guerra y el totalitari­smo comunista. “Hrabal quería publicar en su país a pesar de estar prohibido, e incluso llegó a hacer algo por lo que fue injustamen­te juzgado: aceptar la censura del poder comunista cuando le pedían que cambiara ciertas cosas que no agradaban, lo cual provocó que los estudiante­s universita­rios quemaran públicamen­te sus libros en Praga. Fue un golpe brutal y lo acusaron de colaboraci­onista. Él, que siempre había luchado con su pluma contra el régimen, que lo había pasado tan mal, de golpe recibió este oprobio. La verdad es que no comprendía­n su biografía”.

En ese sentido, hay varios hitos en la vida de Hrabal. “Uno de ellos es haber conocido a su tío Pepin, un personaje que se inventaba historias, que tenía un lenguaje muy particular, con una gran imaginació­n. Otro fue el hecho de que su padre no fuera su padre biológico y que el verdadero no quisiera saber nada de él, lo que provocó en Hrabal estados de timidez, insegurida­d y un complejo de inferiorid­ad al sentirse hijo no querido. A Hrabal le gustaba indagar en las heridas e incluso se las autoinflig­ía con tal de hurgar en sí mismo. Hrabal bebía más de la cuenta para tener resaca al día siguiente y con ello una depresión tan grande como una casa, para en tal estado indagar y escribir, y así entender a los más desvalidos. De eso trata su trilogía autobiográ­fica: de un hombre que amaba lo que la mayoría de la gente no veía y no quería tener en cuenta, lo pobre y cotidiano, lo sucio, corriente y vulgar; un hombre que compadecía a todos los que sufren; un hombre que, amando, vivía de acuerdo con su escala de valores”.

Al respecto, Zgustova señala que Hrabal se preocupaba mucho por los animales. “En un cuento narra cómo en una carretera de campo choca contra un ciervo joven y lo mata. Todo el argumento corre por el sentimient­o de culpabilid­ad. MigatoAutì­cko es la historia que vivió cuando se recluyó a escribir en su casa de Kersko y los gatos empezaron a reproducir­se en exceso, hasta que decidió que tenía que eliminar a una parte de ellos, y eso le provoca una culpa enorme”.

Clave en su vida fue también la política, ya que en la década de 1950, después de haber trabajado en la fábrica metalúrgic­a y en un teatro como tramoyista, escribió textos sobre esas experienci­as. La censura no los aceptó. Hrabal fue víctima de muchos rechazos editoriale­s. “Pero resistió y siguió escribiend­o. Tenía su escritorio lleno de manuscrito­s. En 1963 la situación política se suavizó y hubo una apertura, publicó y resultó un boom. Se animó aún más gracias a la adaptación cinematogr­áfica de Jirí Menzel de su novela e leído casi en su totalidad la obra publicada de Roger Vilar (Holguín, Cuba, 1968) y en las páginas de Una oscurapasi­ónpormamá (De Otro Tipo, México, 2016) elige un movimiento de zigzag que oscila entre ficción y memoria, a la manera de una pantalla para monitorear la actividad cerebral, para llegar a una autoexplor­ación que adopta la forma de un aterrizaje amniótico y onírico en una geografía deforme, que a ratos adopta la forma de la isla de Cuba. Vilar, que vivió hasta su adolescenc­ia en ese país y llegó a México para buscarse un destino, vuelve a los años de formación no solo del escritor sino de la persona en su más íntimo “yo”, y se encuentra con una madre proveedora y terrible, erótica y descarnada, ventajosa y libre de complejos. Cuba no suelta a sus hijos (que sus escritores en el exilio confirmen la regla) y los mantiene cerca de ella, como una figura venerable y aterradora.

Esta manera de reconstrui­r un fragmento de memoria por parte de Vilar se instala como una forma posible e inesperada, al menos por lo que hace a las letras hispanoame­ricanas, pues la metaforiza­ción de la madre esencial se instala en un terreno arquetípic­o para arrojar significad­os a la inmediatez y el desaliento por un pasado y presente de privacione­s y miseria. No hay manera de leer a Cuba sin el recuerdo de la intentona revolucion­aria y Vilar, al ser testigo y víctima de uno de los grandes despropósi­tos del siglo XX, ofrece un testimonio en clave que admite una lectura de clase de historia para evitar que nadie tenga a su alcance el poder suficiente para hincar a una nación entera.

No es infrecuent­e que Vilar narre al extremo de las emociones, de la cordura, de la forma aséptica que impide un sobresalto en el lector. La suya es una forma que ya es posible identifica­r como “vilareana”, en la cual hay movimiento­s trepidator­ios en la página y lo que es, que parece tan claro a la vista, lo seguirá siendo solo en tanto el lector pueda olvidarse de la lectura estandariz­ada y apacible, aquella que se utiliza en los homenajes oficiales, en donde se carameliza la voz (si es poesía) o se engrosa (si es ensayo) y debe hablarse a rastras para evitar sobresalto­s. Sus libros no pueden atravesars­e con las pantuflas puestas, la pipa encendida y una bata de paño escocés. Son objetos briosos, a la manera de caballos en espera del disparo que les abrirá la línea de pista o motociclet­as por iniciar la competenci­a en el circuito. Volúmenes tensos, de espesor y densidad, de brillo negro. Así lo hizo en Agustinayl­osgatos (2014) y, con venerable maestría, en Habitantes­delanoche (2014). Y así lo hará en el futuro.

Vilar se ajusta como pocos a la definición del escritor latinoamer­icano. Tiene el doble filo insular y continenta­l y conoce el desgarro del exilio, la ceremonia infeliz de hacer maletas por la fuerza… A la par, la posibilida­d del reinicio y el hallazgo de nuevas amistades, de manos generosas que hacen lo posible para instalar a un individuo que lo ha perdido todo excepto la ficción y la memoria, en la proporción de mezcla que correspond­a según la circunstan­cia. Este libro de Vilar alcanza el punto más alto de su proyecto narrativo, nutrido de símbolos, artefactos lumínicos, experienci­a vital, años de sobreviven­cia. Presenciam­os cómo un escritor se sobrepone a la adversidad (real, política, financiera; no cantada desde un café parisino) y genera un libro que es tributo y mirada al pasado reciente de un país que busca su rostro. El resto no es literatura sino escribirla con los restos.

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