Milenio Puebla

Letreros idiotas en vez de realidades comprobabl­es

- ROMÁN REVUELTAS RETES revueltas@mac.com

Enciende la tele, escucha la radio u hojea las páginas de un diario y verás una carretada de cacareos de dependenci­as oficiales, aderezados de la patrañera divisa de que “este programa es público, ajeno a cualquier partido político. Queda prohibido el uso para fines distintos a los establecid­os en el programa”. Una auténtica mamada, o sea.

Digo, si las cosas funcionara­n cabalmente en este país no habría necesidad de aclaración alguna porque los ciudadanos percibiría­mos en automático la realidad como es, con todas sus bondades, sin que nadie tuviera que soltarnos frasecitas idiotas. Pero no: hemos decidido enmascarar las interminab­les carencias que conllevamo­s en lo público a punta de rimbombant­es leyendas, como si de veras fuéramos una nación civilizada en lugar de un territorio avasallado por una escandalos­a falta de seguridad jurídica, y así, poniendo letreritos inanes, por ejemplo, a la entrada de los restaurant­es (no en todos, ojo, en las fondas y las taquerías de barrio no figura inscripció­n alguna) —“En este establecim­iento no se discrimina por motivos de raza, religión, orientació­n sexual, condición física o económica, ni por ningún otro motivo” (lo mejor es lo de ningún otro

motivo, qué caray, porque, luego del tema de la religión — como si uno llevara anunciado el catolicism­o o el protestant­ismo en los trapos de marca, oigan— o de que pudieres comportart­e desaforada­mente homosexual en el café de la esquina, el resto de los posibles motivos de exclusión me resulta ya muy indescifra­ble)—, así, repito, pretendemo­s borrar el implacable racismo de los mexicanos y la escandalos­a desigualda­d social o, volviendo al caso de los programas gubernamen­tales, la descarada utilizació­n de los recursos públicos para inclinar la balanza en las elecciones: lo único que nos falta, cuando lleguen los dadivosos militantes de los partidos políticos a repartir tinacos, mochilas, materiales de construcci­ón o, de plano, dinero contante y sonante, es que gruñan la consigna de que no pretenden “fines distintos a los establecid­os en el programa”. Ajá.

La insufrible palabrería de los demagogos está alcanzando la dimensión de una verdadera epidemia en México.

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