Cara a cara
El encuentro en Hamburgo, Alemania, entre el presidente Enrique Peña Nieto y Donald Trump ocurre en el mejor momento que ha vivido la relación en los últimos cinco meses. Las tensiones se han desinflado, los gabinetes avanzan en temas de vital importancia para la agenda bilateral y el equipo mexicano en Washington se va ganando el respeto y, poco a poco, la confianza de sus contrapartes dentro y —más importante— fuera del círculo rojo.
Por si esto fuera poco, la primera reunión cara a cara entre ambos mandatarios desde que Trump asumió la presidencia, no acapara la atención de la prensa internacional gracias al encuentro formal programado en la cumbre G20 entre Rusia y Estados Unidos. Las secuelas de la interferencia rusa en las elecciones estadunidenses han secuestrado la joven presidencia Trump, complicando su agenda legislativa y su capacidad para gobernar eficazmente. La atención del mundo está ahí, no en nuestros temas.
Sin presiones externas y con la inercia de los acuerdos alcanzados en varios frentes, la mesa está puesta para una interacción provechosa. La cancillería tenía le fecha clara en el calendario y ha trabajado para lograr que todo salga de acuerdo con el plan. Una junta en la que ambos líderes puedan presumir resultados.
El problema es que el presidente de Estados Unidos trabaja con una agenda propia. Acostumbrado a tomar decisiones desde un
penthouse en la quinta avenida y sin la necesidad de consultar ni rendirle cuentas a nadie, Trump hace lo que Trump quiere en el momento que lo quiere. Esa es la nueva realidad de la relación bilateral.
Y aunque resulte trágico, esa es la cancha en la que México tiene más experiencia que su vecino. La administración Trump no opera a partir de la institucionalidad, no atiende las recomendaciones de su departamento de Estado, ni de los diplomáticos de carrera. Así hemos funcionado en México, con una diplomacia controlada alrededor y hacia Los Pinos.
El encuentro programado para finales de esta semana, representa un punto decisivo en la historia de la relación bilateral. Es la prueba de fuego para la estrategia diseñada por Videgaray y Kushner. Si no funciona ahora, difícilmente funcionará durante el resto de la nueva administración en Washington. M