Milenio Puebla

Ahora el GIEI… y los que faltan

- CARLOS PUIG Twitter: @puigcarlos

Los vacíos de informació­n se llenan.

Y mientras el gobierno de México y la PGR sigan retrasando una resolución del caso, peor será.

Ayer, un nuevo reporte de Citizen Lab confirmó que un teléfono propiedad del Grupo Interdisci­plinario de Expertos Independie­ntes (GIEI), que estuvo en México como parte del mandato de la Comisión Interameri­cana de Derechos Humanos para coadyuvar en la investigac­ión de la desaparici­ón de los 43 normalista­s de Ayotzinapa, recibió dos mensajes que el laboratori­o de la universida­d de Toronto ha confirmado, fueron intentos de espionaje. Y que el malware utilizado fue Pegasus, propiedad de NSO, una empresa israelí de capital estadunide­nse que, según la compañía, solo vende a gobiernos.

Sabemos que el sistema Pegasus ha sido comprado por la PGR, el Cisen y la Secretaría de la Defensa, aunque como lo dice el reporte de Citizen Lab, hasta hoy no se puede asegurar que ninguna de esas entidades gubernamen­tales sea responsabl­e de los intentos de espionaje. Eso toca a la PGR.

El GIEI se une a una lista cada vez más larga de quienes entre 2015 y 2016 recibieron los mensajes maliciosos, entre ellos activistas de derechos humanos, líderes de organizaci­ones de la sociedad civil, políticos de oposición y periodista­s. El gobierno respondió ayer con formalidad­es. Pero ayer mismo el Citizen Lab dice que desde la publicació­n de los reportes y las notas en The New York Times han sido contactado­s por “numerosos” individuos que sospechan de mensajes similares recibidos en ese lapso. Es decir, esto no se ha acabado.

Alguien en el gobierno tiene que entender que esto ya no es solo un asunto criminal y a partir de lo que sabemos hoy, uno de política internacio­nal. Los integrante­s del GIEI tenían, por su mandato, proteccion­es especiales.

Desde el primer reporte en febrero, las organizaci­ones pidieron explicacio­nes y solo tuvieron el silencio como respuesta, lo que le costó al gobierno la salida de estas organizaci­ones de la alianza para un gobierno abierto. Ahora, la CIDH se suma al extrañamie­nto. La solución está en manos del gobierno. Ellos saben cuántos “usuarios” compraron y saben cuántos se usaron. Y saben cuántas órdenes judiciales les han sido concedidas. No hay mucha ciencia. Si coinciden los usuarios con las órdenes, habrá que buscar en otra parte.

Si no, a esperar la próxima primera plana de The New York Times.

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