Una enfermedad que no hace excepciones
Las adicciones, así como todas las enfermedades, atacan por igual a todos los seres humanos sin hacer excepciones, sin distinguir edades, sexo, profesión, ideología, nivel económico o sociocultural, raza, religión o valores sociales e individuales.
Como se ha explicado, la adicción es una enfermedad crónica y primaria del cerebro, incurable pero tratable, que se desarrolla por diversas causas individuales, de la personalidad, familiares, sociales, culturales, emocionales, psicodinámicas e incluso de predisposición genética y cuya principal característica es el deseo imperioso de continuar consumiendo drogas (incluyendo el alcohol y el tabaco) o teniendo conductas patológicas, como el juego y las apuestas, habiendo perdido el control a pesar de las consecuencias que hacerlo le causa a la persona y a su alrededor.
En su definición, esta enfermedad no hace excepciones y aunque a nivel de prevención se habla de factores de riesgo que hacen más probable el desarrollo de la adicción, así como factores de protección para disminuir las posibilidades de que aparezca la patología, la realidad es que a lo largo y ancho del mundo es un problema de salud pública que alcanza un universo cada vez mayor.
Baste echarle una leída a las encuestas nacionales de adicciones para darse cuenta de que al menos, en México, la edad de inicio de consumo oscila entre los 11 y 13 años, dependiendo de la sustancia, así como que las mujeres y los hombres son igual de vulnerables y la enfermedad está casi a un 50-50 de la totalidad de los entrevistados. Aunque las edades más riesgosas son de los 14 a los 29 años, existen enfermos adictos de más de 50 años, sin contar factores sociodemográficos.
En lo particular, en 20 años de estar en contacto permanente con alcohólicos y adictos, tanto en grupos de ayuda mutua como en consulta privada, he conocido pacientes en recuperación, que en el mundo “normal” o en la vida “exterior”, como dicen algunos, sería difícil pensar que son personas que han desarrollado la enfermedad de la dependencia de una sustancia psicotrópica.
Sacerdotes, futbolistas profesionales, deportistas destacados, artistas, políticos prominentes, empresarios y grandes capitanes de empresa, profesionales de éxito, desempleados, jardineros, trabajadores y obreros asalariados, jóvenes, adultos mayores, mujeres, hombres, ricos y pobres, a todos, sin igual, he tenido ocasión de verles en una sala de alcohólicos anónimos, narcóticos anónimos, una clínica de rehabilitación o en el consultorio privado.
Quizás por ello en los conceptos básicos de los grupos anónimos, en los reglamentos de las clínicas y en los principios éticos de la consulta privada, existe, además del derecho inviolable al anonimato, el precepto básico de que en la recuperación no existen personalidades, sino sólo pacientes enfermos de adicción con el mismo deseo de tratar su enfermedad.
“El hábito lo dejo afuera, aquí soy solo un enfermo alcohólico que desea recuperarse”, me dijo en alguna ocasión un sacerdote, a quien sus compañeros inconscientemente le daban un lugar especial, como sucede de pronto como parte de la condición humana, cuando en alguna agrupación hay quienes, por algún motivo económico, social o de prestigio, pudiesen querer acaparar la atención del resto.
“¿Buscando prestigio entre los desprestigiados?”, suelen decirse entre sí en los grupos de ayuda mutua, como dejando claro que, así como es una enfermedad que al desarrollarse no hace distinciones, en la recuperación tampoco tiene por qué hacer diferencias entre iguales de un trastorno mental, con la única similitud de querer una vida mejor.