De paso por París
Comparadas con las extremas medidas migratorias gringas en sus aeropuertos, las francesas lucen discretas, aun laxas, pese a dos importantes detalles: Donald Trump estaba en París el 14 de julio, invitado por el presidente Emmanuel Macron con motivo de la conmemoración nacional, y la amenaza latente de atentados del Estado Islámico, que no han dado reposo a Europa desde hace por lo menos dos años.
Sí había un ordenado despliegue policiaco en las calles por el aniversario de la Toma de la Bastilla y porque, además, estaba en curso el Tour de Francia, la célebre competencia ciclista, y ambos asuntos, sumados a la presencia del jefe de la Casa Blanca, no dejan de ser atractivos para quienes promueven y operan el terrorismo. Las medidas funcionaron a la perfección.
Sin embargo, el fenómeno que sí ha crecido en París y se multiplica en épocas de turismo masivo, como el verano, es el de los carteristas, y no vaya a creerse que por la llegada incesante de migrantes africanos, que también continúa, sino que son, según la versión de habitantes de esa ciudad y guías turísticos, naturales de Francia, que aprovechan las aglomeraciones de visitantes para confundirse entre ellos y robarlos.
Los senegaleses son los migrantes que predominan en las calles en la venta de mercancía para el turismo, los souvenirs. Llaveros y relojes de la Torre Eiffel, sobre todo, pero siempre atentos al origen de los visitantes. En cuanto ubican al mexicano sacan su repertorio de palabras, nombres y personajes para atraer clientela: “¡José!”, “¡ María!”, “¡ Chapo Guzmán!”, “¡ López Obrador!”, “¡Rosa Salvaje!”, “¡ Chicharito!”. Hará cosa de 20, 22 años, los franceses preguntaban por Marcos, Hugo Sánchez y Jorge Campos.
Y en estos días en que empieza a bajar la polvareda por el triunfo de Macron, su popularidad también toma ese rumbo y en el área cultural se le exige definición, pues en la última década es la derecha la que ha tomado el tema para defender la identidad y los valores franceses, al tiempo que se recuerda, con no poca nostalgia, que en épocas de De Gaulle el número dos del gabinete era André Malraux, el gran escritor que fue su ministro de Cultura.
El temor, hoy, es que Macron devenga otro Homo economicus.