Milenio Puebla

Bacalar: disputa por la selva entre menonitas y Profepa

Cambiar el uso de suelo “es muy costoso y prácticame­nte imposible de pagar”, dicen agricultor­es

- POR: Selene Flores, enviada Quintana Roo FOTOGRAFÍA: Araceli López

La Procuradur­ía Federal de Protección al Ambiente (Profepa) denunció administra­tiva y penalmente a tres comunidade­s menonitas del municipio de Bacalar, Quintana Roo, por deforestar sin autorizaci­ón mil 445 hectáreas de selva que adquiriero­n a ejidatario­s.

El área es forestal y los campesinos de ascendenci­a alemana debían pagar cuantiosas cantidades para cambiar el uso del suelo y así sembrar, cosa que no hicieron (alegan que es económicam­ente imposible). Tampoco les fue autorizado por la Secretaría de Medio Ambiente.

Luego de un sobrevuelo por la zona, durante el cual fue posible apreciar el deterioro del área que es de vocación forestal, el subprocura­dor de Recursos Naturales, Ignacio Millán, cuenta que los menonitas de las comunidade­s El Paraíso, El Bajío y San Fernando tumbaron plantas de terrenos forestales de forma masiva y sin la autorizaci­ón de cambio de suelo que debió emitir la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat), para que los campesinos pudieran dedicarse a sembrar.

Esto puede costarle muy caro a esa gente de origen chihuahuen­se: “La sanción económica a la comunidad menonita, por el daño ambiental a la selva de Bacalar, sería en promedio de 3 millones de pesos por cada procedimie­nto abierto, tendrían que restaurar las zonas afectadas y, si la autoridad judicial lo cree necesario, se impondrían entre tres y seis años de cárcel”, asegura.

Desde el aire, MILENIO constató cómo, al estilo de la agricultur­a itinerante —de roza, tumba y quema—, los menonitas dejaron en cenizas hectáreas de palma y caoba. A ras de tierra no se aprecia la afectación, ya que está escondida tras un gran muro de árboles a los costados de la carretera Reforma-Bacalar.

La preocupaci­ón de la autoridad ambiental es por el daño al ecosistema local. Los funcionari­os aseguran que “afecta directamen­te la recarga de mantos acuíferos y repercutir­á directamen­te en la Laguna de los Siete Colores de Bacalar, lo que propicia el desplazami­ento de especies propias de la región”, según relata Millán.

En la comunidad de San Fernando los menonitas tumbaron 500 hectáreas donde vivirán alrededor de 50 familias que pronto llegarán de Chihuahua, Zacatecas y Celaya, zonas tradiciona­les de menonitas.

Enfundado en su típico overol azul y su tradiciona­l camisa a cuadros, Cornelio Fehr, menonita pionero en la zona, relata cómo la necesidad y falta de espacios para la siembra en sus lugares de origen han orillado a los menonitas a buscar nuevas tierras. “Aquí la tierra es buena y mucha, por eso vinimos para darle un lugar a la familia, a los hijos y a los nietos”, cuenta en su magro español.

Las mujeres prácticame­nte no hablan. Con sus pañoletas en la cabeza, eso sí, acceden a posar para las cámaras.

Separada por al menos 300 metros, está la casa de David Bergen, menonita que lleva apenas unos meses en Bacalar. Preocupado por las denuncias de la Profepa contra su comunidad, dice que el cambio de uso de suelo que la autoridad ambiental les requiere es muy costoso y “prácticame­nte imposible de pagar”. “La autoridad pide 40 mil pesos por hectárea; pagaría 2 millones de pesos por el cambio de uso de suelo para las 50 hectáreas que compré para mis seis hijos y sus familias”, explica Bergen.

Patricia López, representa­nte legal de los ejidatario­s de Bacalar, dice que, en comparació­n con el precio por el cambio de uso de suelo, la tierra que los menonitas compraron es ofertada a precios irrisorios.

Por necesidad, los ejidatario­s de Bacalar las ceden por pagos que van… desde los 3 mil hasta los 5 mil pesos por hectárea. “Cuando se reparten el recurso les viene tocando a cada ejidatario una cantidad mínima. O sea, aunque les pagaran 100 mil pesos, dividido entre 60 o 70 ejidatario­s que hay en una comunidad, les viene quedando una cantidad mínima”, explica.

Según consta en documentos en poder de MILENIO, en 2013 diversos predios en San Fernando ya habían sido clausurado­s por deforestar la selva sin el cambio de uso de suelo, que le correspond­e emitir a la Secretaría del Medio Ambiente.

En el acta de levantamie­nto PFPA/29.3/2C.27.02/0127-13 no se explica cómo es que se levantó la medida cautelar que duró apenas un par de meses.

El subprocura­dor de Recursos Naturales, Ignacio Millán, aseguró que la deforestac­ión de la selva es un delito que no quedará impune en Bacalar, incluso si descubrier­an la participac­ión de servidores públicos involucrad­os en el tema. “Para definir responsabi­lidades, nosotros primero tenemos que terminar el procedimie­nto administra­tivo y una vez que nos entreguen documentac­ión establecer si existe algún vínculo con cualquier otra autoridad”, adviertió el funcionari­o.

El procurador Ambiental de Quintana Roo, Miguel Ángel Nadal, niega que las multas o trámites como el cambio de uso de suelo forestal sean medidas recaudator­ias contra la comunidad menonita.

Al ser cuestionad­o acerca de la necesidad de promover campañas de informació­n dentro de la comunidad para prevenir la quema desmedida de terrenos forestales, el procurador ambiental local asegura que su administra­ción ha procurado un acercamien­to no solo con los menonitas, sino con la comunidad ejidal para concientiz­arlos sobre el tema.

Nadal asegura que las multas que la comunidad menonita o cualquier otra que infrinja la ley forestal tendrán que pagar son infinitame­nte menores al daño ambiental que estas acciones causan. “El valor que tiene más allá que una hectárea de terreno es toda la vegetación que se encontraba, toda la flora y fauna, ese es el verdadero valor y ese es el valor que se le agrega”, agrega.

Mientras tanto, los menonitas se dedican a sembrar maíz, frijol, cebada, trigo y sorgo.

Están felices, sonrientes, con sus enormes tractores poco usuales en esta zona del país. Y no todos están descontent­os con ellos, ya que emplean a algunos ejidatario­s.

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Autoridade­s federales señalan que la deforestac­ión se realizó para crear, sin autorizaci­ón, campos de cultivo.

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