Dos locos con su pelota
P areciera mentira que, en pleno siglo XXI, los jefes de dos países con capacidad inmensurable de muerte y destrucción consideren al mundo una pelota con la que pueden echarse una cascarita ante miles de millones de seres humanos.
Estados Unidos y Corea del Norte tienen líderes con trayectorias diferencias entre sí, pero en lo bruto se igualan.
El segundo es un siniestro asesino que no se tentó el corazón para mandar a fusilar a un correligionario por el grave delito de dormitar momentáneamente durante una ceremonia, y son innumerables los crímenes que ordena sin el menor miramiento. Al estadunidense se le desconocen, hasta hoy, asesinatos, pero afirmó durante su campaña presidencial que podría matar en la calle a un transeúnte inocente sin perder a uno solo de sus seguidores. Esa declaración bastaría a cualquier psiquiatra para recomendar llevarlo a un pabellón de enfermos mentales, no a la Casa Blanca.
Ambos se identifican por impulsivos, incapaces, pendencieros y tramposos, ayunos de humanismo, honestidad y, por supuesto, de cultura democrática, con todo lo que esos vacíos implican.
Pues tales especímenes alardean frente al mundo por su poder bélico nuclear, al tiempo que se amenazan con estallar una conflagración sin precedentes.
Tal vez se trate de simple retórica, pero quién puede “dormir tranquilo”, como aconseja Rex Tillerson, secretario de Estado yanqui, cuando el líder norcoreano, Kim Jong- un, ordena a su gabinete de crisis preparar el ataque a objetivos surcoreanos y estadunidenses, precisamente en Guam donde Estados Unidos tiene dos de sus mayores bases militares, al tiempo que Trump responde que los recibirá “con un fuego, furia y poder como este mundo no ha visto antes”.
Es incuestionable que de materializarse tal tragedia, trascenderá los ámbitos de esos países y repercutirá brutalmente en el concierto de las naciones, por lo que procede preguntar a los demás gobiernos poderosos cuáles son las medidas eficaces que están desplegando para evitar esa catástrofe nada remota.
Pero atrás de esos energúmenos está el poder más bárbaro del mundo, y pronto se escribirá la historia de dos locos que hoy juegan, por cuenta de otros, en una
cascarita, y sin árbitro que los limite, el futuro próximo de la humanidad.