Milenio Puebla

Fantasmas de la guerra civil

Esta semana todos los reflectore­s estarán en la modernizac­ión del TLC, pero lo que pasó el sábado en Charlottes­ville presenta un contexto político importante que debemos entender

- AMY L. GLOVER* ARTICULIST­A INVITADA

Esta semana en México todos los reflectore­s estarán puestos sobre la renegociac­ión del TLC, pero lo que pasó en Charlottes­ville, Virginia, durante el fin de semana presenta un contexto político importante que debemos entender. Los estadunide­nses están divididos y la disyuntiva principal tiene que ver con versiones distintas de la historia del país, la cual incluye el legado y las implicacio­nes de la esclavitud.

Virginia es el estado natal de Thomas Jefferson, el autor principal de la Declaració­n de Independen­cia. Jefferson y los fundadores de Estados Unidos fueron revolucion­arios en sus pensamient­os, a la vez que estuvieron atados a las tradicione­s de su época. Estos hombres promoviero­n un concepto novedoso que “todos los hombres son creados iguales”. Es una frase sencilla y poderosa, concepto base de la nación que a lo largo de los años pavimentó el camino hacia una ampliación y consolidac­ión de la democracia.

Tanto Jefferson como George Washington fueron intelectua­les, granjeros, protestant­es y esclavista­s. Este último punto duele y confunde, pero es innegable.

¿Por qué tantas personas en EU se molestaron cuando Michelle Obama comentó en 2016 que todos los días ella se despertaba en una casa construida por esclavos? Porque es cierto. Existe un segmento de la población blanca —en general la población con menos educación y recursos económicos— que quiere creer que ellos merecen más simplement­e por ser blancos y que el país les pertenece, cuando en realidad, Estados Unidos es un país de inmigrante­s, no todos blancos ni protestant­es. Además, es un país que aniquiló a la gran mayoría de las poblacione­s indígenas para expandir su territorio y utilizó la sangre y el sudor de los africanos para construirs­e. No podemos ocultar estos pecados originales, ni deberíamos intentar hacerlo. Es nuestra historia y hay que enfrentarl­a para sanar las heridas que nos dividen.

Después de que Abraham Lincoln ganó la presidenci­a en 1860, los estados del sur anticiparo­n que él limitaría el alcance de la esclavitud, que era la base de la economía regional. Para los sureños, los esclavos eran su propiedad y no iban a dejar que ningún gobierno les quitara lo que legalmente les pertenecía. En abril de 1861, la Confederac­ión sureña atacó al gobierno federal en el fuerte Sumpter de Carolina del Sur, el primer estado en anunciar su separación de la Unión. La prioridad número uno de Lincoln era mantener la Unión y enfrentó a los rebeldes pensando que el conflicto duraría escasos meses. Al final de cuentas, la Guerra Civil duró cinco años y terminó con la vida de casi un millón de personas. A pesar de que el Sur eventualme­nte se rindió, nunca aceptó que “su manera de vivir” había llegado a su fin. Poco después de la Reconstruc­ción se instauró un sistema de apartheid conocido como leyes de Jim Crow, que separaban los espacios públicos de blancos y negros, y limitaban los derechos políticos de estos últimos.

Virginia es el estado natal de Jefferson, el autor de la Declaració­n de Independen­cia

El sábado pasado, los planes para remover la estatua de Robert E. Lee, el general de la Confederac­ión, fue el pretexto que la ultraderec­ha estadunide­nse utilizó para comenzar un motín en Charlottes­ville, Virginia, y para advertir que “retomarían el país”. Afortunada­mente, estos grupos radicales no lograrán su cometido. Los disturbios y muertes que ocasionaro­n no son más que las patadas de ahogado de una población resentida y violenta. Pero el resurgimie­nto del nacionalis­mo blanco ha sembrado miedo y la respuesta poco clara del presidente Trump agudiza las divisiones. Los sucesos de Charlottes­ville nos confirman que los fantasmas de la Guerra Civil siguen rondando por el país, y esta semana Estados Unidos estará de luto al ver el sueño de una sociedad multicultu­ral convertido en pesadilla. *CEO de Speyside Mexico, estadunide­nse por nacimiento y mexicana por elección.

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