Milenio Puebla

La pobreza del PRI

- GUILLERMO VALDÉS CASTELLANO­S

No dejan de revelar una enorme pobreza de imaginació­n y de ideas. A los que se ufanan de haber construido las institucio­nes del país no se les ha ocurrido que tienen que refundar la suya

No cabe duda de que el PRI es un partido predecible, muy predecible. El desarrollo y los resultados de su 22 Asamblea son expresión de las más arraigadas prácticas y tradicione­s políticas de ese partido. Frente a un escenario de retos inéditos, recurriero­n a dos recetas tradiciona­les. Más vale malo conocido que bueno por conocer, fue la consigna. La primera receta fue la de la unidad. La historia les enseñó que el principal valor a defender, por encima de todos, incluido el interés nacional, es la unidad de su instituto político. Ella les permitió mantenerse en el poder desde 1929 hasta 2000; la división de 2005 los arrojó al tercer lugar en la elección de 2006 y la unidad en torno a Peña Nieto fue uno de los factores decisivos que los llevó de nuevo a Los Pinos en 2012.

Frente al terremoto político que significa un gobierno reprobado por 80 por ciento de la población —el cual ha derrumbado tanto la votación del PRI en los últimos tres años como las preferenci­as para 2018, las encuestas lo ubican en tercer lugar— y el elevado riesgo de ser expulsado de nuevo de la silla presidenci­al, recurriero­n a su experienci­a y optaron por cerrar filas en torno a Peña Nieto, el “primer priista de todo México” (como lo definió Enrique Ochoa), para presentars­e unidos ante sus adversario­s en la contienda del próximo año. No unidad en torno a un proyecto de país ni a una propuesta de transforma­ción de su partido, sino unidad acrítica en torno al Presidente.

En otras palabras, la abrumadora reprobació­n social al gobierno priista de la República, la creciente debilidad electoral y el miedo a perder en 2018 (esos tres hechos eran el elefante en medio de la sala al cual nadie hizo referencia) fueron los factores que empujaron a la unidad. Honraron pues su tradiciona­l disciplina partidista y aseguraron la conformida­d. Nada nuevo bajo el sol.

La segunda receta rescatada fue el dedazo. Sin mencionarl­o nunca como tal, pero el segundo saldo de la asamblea fue, al modificar los estatutos para eliminar los candados de elegibilid­ad de candidatos, el permiso que le dieron a Peña Nieto para designar al candidato a la Presidenci­a, e incluso le permitiero­n ampliar la baraja de aspirantes. Frente al enorme reto de encontrar un abanderado competitiv­o, que tenga credibilid­ad y pueda contrarres­tar la mala imagen del gobierno y del PRI, la decisión es dejar todo en manos de una persona. El dedazo probó ser útil en otras épocas, pero su funcionali­dad era decrecient­e, ya que la pluralidad de intereses difícilmen­te era percibida e incorporad­a por un solo actor, por más sabio y poderoso que fuera el presidente en turno. Allá ellos si creen que recurrir al método más tradiciona­l es garantía de acertar sobre el mejor candidato posible. Están en su derecho.

Si a un observador extranjero, que desconozca la historia política de México y del PRI, le dicen que ese partido está en riesgo de perder las elecciones porque el Presidente hizo un mal gobierno al grado de ser el peor evaluado en la historia del país, y luego le informan que los miembros del partido le otorgaron por unanimidad el poder total y discrecion­al de selecciona­r al candidato, la cara de asombro del observador sería mayúscula. ¿Se volvieron locos?, ¿son suicidas?, serían las frases más amables. A los mexicanos, que conocemos al PRI, nos parece natural que hayan recurrido a sus viejas recetas tradiciona­les. Sin embargo, no dejan de revelar una enorme pobreza de imaginació­n y de ideas. A los que se ufanan de haber construido las institucio­nes del país no se les ha ocurrido ni por equivocaci­ón, que tienen que refundar la suya, el PRI. Se quedaron sin propuestas. Pobres, solo tienen unidad, mañas y miedo. Si ganan, es porque la oposición puede resultar más pobre por miope y mezquina.

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