¿De qué me suena?
El desbarato de nuestro sistema de partidos no tiene nada de particular. Algo parecido sucede en todas partes (males son del tiempo...). La semana pasada se registró en España Actúa, un partido de izquierda, presentado por una breve colección de personalidades entre las que hay antiguos militantes de varias izquierdas más o menos comunistas: Gaspar Llamazares, Cristina Almeida, Antonio Gutiérrez, el juez Baltasar Garzón, y algunos figurantes del Star
System literario, como Almudena Grandes y Luis García Montero. Se proponen algo tan inconcreto como “la garantía de derechos y libertades, así como los principios de justicia social y democracia”. A ver quién dice que no.
Los partidos políticos tal como los hemos conocido fueron un producto del orden de la larga posguerra. Básicamente, producto del proceso de expansión de lo público: servicios públicos, bienes públicos, empresas públicas, y de la existencia del modelo soviético —y la existencia real de la Unión Soviética. Los partidos se organizaron, en todo Occidente, a partir del eje ideológico de la guerra fría, normalmente a partir de programas que trataban de resolver de alguna manera las muchas contradicciones del sistema de economía mixta, Estado de bienestar, democracia liberal.
El gran movimiento cultural del fin de siglo, lo que por abreviar se llama neoliberalismo, arrasó con lo público en todas partes. Además, la alternativa desapareció en 1989. A partir de entonces, los partidos tuvieron que diluir sus programas, y disimular de algún modo el hecho de que no había opción. A costa de volverse cada vez más grises, borrosos. Siguió el imperio absoluto del mercado, con ilimitadas oportunidades para la corrupción. Y la publicidad.
El descrédito de los partidos es igual en todas partes. E igualmente merecido. Es difícil saber qué representan. Por eso se multiplican los movimientos, los partidos que no son partidos, contra todos, independientes. Ahora, en España, Actúa, que se descuelga de unas cuantas celebridades, y se registra, según explicó Llamazares, para “proteger el nombre” —alguien más quería la marca. En esas estamos, también aquí. Importa el nombre, importan los nombres, y de lo demás ya hablaremos, porque da igual.