¿Cómo amar sin morir en el intento?
“El amor es dar lo que no se tiene a quien no lo es” parece ser una de las ideas más populares y difundidas en torno al amor. Su confusión se remonta a sus orígenes ¿Lacan o Platón? En esa tónica, los sujetos actuales se encuentran cada vez más restringidos ante una dieta de hambre reflexiva, lo cual contrasta con el engrandecimiento de su trivialidad, narcicismo y simulación. Por doquier, observamos viles payasos decadentes de la era posmoderna, cuya notable fragilidad de memoria es al mismo tiempo, su único consuelo. Así, la escaza reflexión intelectual se venga de los predicadores del neoliberalismo; la montaña de datos crece, pero el conocimiento real disminuye, cuánto más informaciones existen.
La condición humana, igual que el amor, es una condición compartida, y por ello, el amor opera como una especie de antídoto contra el dolor natural de la vida. La psicología falaz supone que el amor y la felicidad son los motores de la humanidad, siempre y cuando se mantengan bajo ciertos límites, nada de hedonismo exacerbado o satisfacción carnal de impulsos. La paradoja es que, si el amor se busca o anhela, es porque precisamente se carece del mismo. El amor no se encuentra; se construye.
Así, amar, por ejemplo bien pudiera ser, ahuyentar a tu enfermedad degenerativa con una sonrisa burlona, diciéndole: “Te gané otro día desgraciada”, lidiar todos los domingos por la mañana con la metafísica pregunta ¿qué desayunamos?, ver la foto de tu padre y sentir que su sueño no tenía tamaño, lamer una lágrima del rostro de un amor ocasional, mientras en el fondo se escuchaban los tonos de Adagio en sol menor de Giazotto, contemplar el sol desangrándose en el Cusco, no arrodillarte ante los símbolos religiosos en una misa y reforzar tu fe atea, caminar descalzo sobre el pasto recién cortado en las islas de CU-UNAM, darte cuenta que amar es sufrir.
He amado, cuando subí entusiasmado el camino del inca y al llegar a Machu Picchu lloroso y lastimado; grité mi nombre devorado por el viento, cuando recibí un mensaje de un viejo amor, aceptando que ella se equivocó, cuando recordé que, estando el metro detenido en un túnel, una mujer hermosa y desconocida acarició mi mano o cada vez que puedo elegir el gratificante protagonismo de los primeros o la elegante belleza contemplativa de los segundos. He amado, cuando buscando la verdad, me consolé con la belleza, porque la primera es sublime y se siente, mientras que la segunda tan solo se observa. Amamos cuando entendemos a tiempo que si una relación amorosa se termina, apenas empieza el verdadero viaje. Amamos cuando asumimos al amor como posible respuesta ante el abismo del universo, cuando optamos por el amor aunque nos vuelva imbéciles.