uando creía que se iba a quedar con un palmo de narices, el señor Lozoya se creció al castigo y reaccionó con inteligencia. Mientras todos lo estaban buleando por las revelaciones de OGlobo en el sentido de haber recibido diez millones de dólares de Odebrecht para sus chuchulucos (y cómo no se iban a reír de él los Duartes de la patria, cuando se habría dejado maicear por una cantidad francamente aburrida y sin gracia para el promedio de Betito Borge y los Moreira de la moreiriña), el ex director de Pemex sacó fuerza de flaqueza y aplicó el quitarisas al contratar en calidad de abogado a Javier Coello Trejo, mejor conocido en los bajos fondos de los derechos humanos como El
fiscal de hierro, quien de inmediato aplicó su viejo método de cuando estuvo al frente del grupo Tiburón, la PGR y su trabajo con el humanista chiapaneco Absalón Castellanos, solo que en vez de amenazar con una “calentadita” ahora amagó con repartir demandas a todo aquel que hable mal de su cliente. Algo que, sin duda, funciona mejor que el tehuacán con chile piquín.
Digo, está bien que luego luego el gobierno mexicano cobijó a don Emily cual heroína de La rosa de Guadalúmpen, pero la verdad es que sí requería de un buen abogado, rudo, rudo, rudísimo, que defendiera sus intereses de hombre bueno, santo y puro como se autodenomina, al ritmo de las canciones del Julión y las barridas a las espinillas del Rafa Márquez. Como van las cosas, al rato el gran litigante, que le tocó combatir a los pensamientos exóticos, seguro va a terminar acusando a los de “izquierda” de todos los contratiempos que pueda sufrir el amigo Lozoya, como ahora hace Trump para evadir su papel en la resucitación del Ku Klux Klan.
En esas ondas siempre me confundo, y cada vez que veo a los de la capucha blanca, no sé si representan al tapado, al supremacismo o al Frente Nacional por la Familia.
Como quiera que sea, sí me parece admirable que Lozoya dé la batalla por salvar lo que le queda de prestigio, pero al parecer olvidó que el asunto de Odebrecht es un escándalo internacional por el que han caído no solo funcionarios de medio pelo como él comprenderá, sino hasta presidentes de diversos países.
Como no somos salvajes, eso no pasaría en México, pero el susto quién se lo quita. A menos que por confiado la vaya a
cruzazulear, o “mexicanear”, como propone Billy Álvarez, presidente de la Máquina, que se trastoque el término que tristemente está culturalmente arraigado entre nuestros compatriotas. Es más fácil que Mancera llegue a Los Pinos, ahora que anunció que ya mero deja su chamba en la CdMx, donde casi no hay ni cárteles ni inseguridad ni caos ni desorden. Lo bueno es que se va él y llega la producción de la película Godzilla, que seguramente hará menos estropicios.
Lozoya puede estar tranquilo. A menos que le llegue un SMS extorsionador a nombre de Ochoa Reza, que el PRI dice que es falso. ¿Será? M