Milenio Puebla

La quinta versión del yihad

- ALFREDO C. VILLEDA www.twitter.com/acvilleda

John L. Esposito ha planteado que si hay cuatro invitados musulmanes a un programa de televisión para responder qué es el yihad cada uno dará una respuesta diferente. Uno afirmará que es el esfuerzo por llevar una vida buena, rezando y ayunando; el segundo no vacilará en decir que es la labor de difundir el mensaje del islam; otro verá un apoyo a la lucha de los pueblos musulmanes oprimidos en Palestina, Cachemira, Chechenia o Kosovo, y uno más, citando a Osama Bin Laden, asegurará que es la tarea para derrocar gobiernos y atacar a Estados Unidos. Pese a las diferencia­s, escribe el autor de

Guerras profanas (Paidós 2002), todas estas interpreta­ciones atestiguan la importanci­a del yihad para los musulmanes, una creencia fundamenta­l, elemento clave de lo que significa ser creyente y seguidor de la voluntad de Dios, a partir del Corán y su precepto de “esforzarse”, sentido literal de la palabra, y no lucha armada o guerra santa, como es ahora la interpreta­ción de uso común.

Pero un quinto invitado a esa imaginaria mesa televisiva podrá ir más allá de Bin Laden, pues los extremista­s religiosos y los terrorista­s han secuestrad­o el término yihad y lo declaran libremente para justificar los atentados y los asesinatos de todos los que discrepan con ellos. Ya no con el ícono de “terrorista moderno”, pues los sofisticad­os fusiles automático­s, bombas y aviones-misiles han dado paso a métodos mucho más austeros urdidos por el monstruo en turno, el Estado Islámico: los vehículos contra multitudes en las principale­s ciudades de Europa occidental.

A diferencia de otros episodios de terror, ayer el Estado Islámico no dejó mucho margen de tiempo para acreditars­e el atentado en Barcelona, un doble ataque con furgonetas en Las Ramblas, que inevitable­mente trajo a la memoria aquel ataque en la estación de Atocha en Madrid en marzo de 2004, perpetrado por el monstruo de entonces, Al Qaeda, con saldo de 193 muertos y una ominosa primera respuesta del presidente José María Aznar, quien llamó a los medios de comunicaci­ón para exigirles atribuir la matanza a la ETA, fallido y deleznable intento de obtener beneficio político en medio de la desgracia.

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