La quinta versión del yihad
John L. Esposito ha planteado que si hay cuatro invitados musulmanes a un programa de televisión para responder qué es el yihad cada uno dará una respuesta diferente. Uno afirmará que es el esfuerzo por llevar una vida buena, rezando y ayunando; el segundo no vacilará en decir que es la labor de difundir el mensaje del islam; otro verá un apoyo a la lucha de los pueblos musulmanes oprimidos en Palestina, Cachemira, Chechenia o Kosovo, y uno más, citando a Osama Bin Laden, asegurará que es la tarea para derrocar gobiernos y atacar a Estados Unidos. Pese a las diferencias, escribe el autor de
Guerras profanas (Paidós 2002), todas estas interpretaciones atestiguan la importancia del yihad para los musulmanes, una creencia fundamental, elemento clave de lo que significa ser creyente y seguidor de la voluntad de Dios, a partir del Corán y su precepto de “esforzarse”, sentido literal de la palabra, y no lucha armada o guerra santa, como es ahora la interpretación de uso común.
Pero un quinto invitado a esa imaginaria mesa televisiva podrá ir más allá de Bin Laden, pues los extremistas religiosos y los terroristas han secuestrado el término yihad y lo declaran libremente para justificar los atentados y los asesinatos de todos los que discrepan con ellos. Ya no con el ícono de “terrorista moderno”, pues los sofisticados fusiles automáticos, bombas y aviones-misiles han dado paso a métodos mucho más austeros urdidos por el monstruo en turno, el Estado Islámico: los vehículos contra multitudes en las principales ciudades de Europa occidental.
A diferencia de otros episodios de terror, ayer el Estado Islámico no dejó mucho margen de tiempo para acreditarse el atentado en Barcelona, un doble ataque con furgonetas en Las Ramblas, que inevitablemente trajo a la memoria aquel ataque en la estación de Atocha en Madrid en marzo de 2004, perpetrado por el monstruo de entonces, Al Qaeda, con saldo de 193 muertos y una ominosa primera respuesta del presidente José María Aznar, quien llamó a los medios de comunicación para exigirles atribuir la matanza a la ETA, fallido y deleznable intento de obtener beneficio político en medio de la desgracia.