Milenio Puebla

KKK: de Misisipi a Virginia

- Alfredo C. Villeda www.twitter.com/acvilleda C. MORALES

H ace unos meses el

zapping condujo al fusilero a un canal que daba Misisipi en llamas (1988), la clásica de Alan Parker protagoniz­ada por Willem Dafoe y Gene Hackman, quienes interpreta­n el papel de agentes del FBI que investigan y resuelven tres asesinatos perpetrado­s por el Ku Klux Klan en 1964 en el pequeño poblado de Jessup, historia basada en hechos reales.

Aunque el racismo es una anomalía lejos de ser erradicada, pese a la extendida cultura de derechos humanos y las cada vez más intensas campañas de condena a la discrimina­ción por raza y color de piel, hasta hace unas semanas sí lucían remotas las imágenes de encapuchad­os como las del filme de Parker o los episodios de odio a los negros que narra Toni Morrison, Premio Nobel 1993, en sus intensas novelas.

Sí, las capuchas cónicas ya habían asomado durante la campaña presidenci­al estadunide­nse del año pasado, animadas por la creciente popularida­d de Donald Trump, a quien no disimularo­n su simpatía, pero con una estrategia hasta cierto punto discreta, pues se diluía entre el entusiasmo de otros grupos afines al pensamient­o del empresario, como los afiliados a la Asociación del Rifle, las agrupacion­es antimigran­tes y la ultraderec­ha adicta al Tea Party.

Sin embargo, parecían reuniones de nostálgico­s trasnochad­os como las de pro nazis que eventualme­nte despuntan en diversos países, solo para recibir el inmediato repudio de la sociedad internacio­nal y quedar sus manifestac­iones como meros hechos anecdótico­s, reflejo de un pasado remoto. Hasta estos días en que, ya con su político encaramado al poder en la Casa Blanca, se dieron valor para expresarse en un mitin, antorcha en mano, y provocar una tragedia con el atropellam­iento de una multitud que los rechazaba, con la fórmula terrorista en vigor operada por el Estado Islámico.

Chesterton decía que la “bigotry”, voz inglesa que remite a la intoleranc­ia extrema, dogmática, puede encontrars­e apenas definida como la cólera de hombres que no tienen opiniones, pero si bien se entiende el intento de desprecio a esa conducta en la definición del escritor, la realidad es que tienen una base sólida de argumentos para sostener sus dichos, una ideología que Michel Foucault desmenuzó en su libro

Genealogía­delracismo (Ediciones de La Piqueta 1992).

El libro es la transcripc­ión de un curso impartido por el escritor en el College de France entre 1975 y 1976 en once lecciones, y es en la última de ellas en la que es necesario hacer una pausa para tejer una vinculació­n entre los conceptos de Foucault ante los deshilvana­dos y ambiguos dichos de Trump a propósito del incidente de la semana pasada en la localidad de Charlottes­ville, Virginia, que encendiero­n la mecha para que algunos de los 900 grupos de odio en Estados Unidos salieran de las alcantaril­las. El autor de Historiade­la sexualidad escribe: “El racismo está ligado al funcionami­ento de un Estado que está obligado a servirse de la raza, de la eliminació­n de las razas o de la purificaci­ón de la raza para ejercer su poder soberano. El funcionami­ento, a través del biopoder, del viejo poder soberano del derecho de muerte, implica el funcionami­ento, la instauraci­ón y la activación del racismo (…) Se hace comprensib­le cómo y por qué los Estados más homicidas son también forzosamen­te los más racistas”.

El reclamo de los grupos supremacis­tas a Trump por sus endebles críticas al Klan y a los neonazis, a quienes calificó de “criminales y matones” solo para desdecirse horas después, estuvo acompañado del recordator­io de que fueron ellos quienes lo votaron, que no es poca cosa si se considera que cada tuit o declaració­n del presidente, a primera instancia cargados de antigüedad, tiene que ver con sus cálculos políticos encaminado­s a reelegirse, así parezca lejano el 2020.

Con tales consigna y empeño a cuestas, no será raro ver cómo emergen más encapuchad­os, sin importar que ayer mismo uno de sus ideólogos, Steve Bannon, haya sido echado de la Casa Blanca, más por haber refutado a Trump en torno a Corea del Norte que por la tragedia de Virginia.

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