KKK: de Misisipi a Virginia
H ace unos meses el
zapping condujo al fusilero a un canal que daba Misisipi en llamas (1988), la clásica de Alan Parker protagonizada por Willem Dafoe y Gene Hackman, quienes interpretan el papel de agentes del FBI que investigan y resuelven tres asesinatos perpetrados por el Ku Klux Klan en 1964 en el pequeño poblado de Jessup, historia basada en hechos reales.
Aunque el racismo es una anomalía lejos de ser erradicada, pese a la extendida cultura de derechos humanos y las cada vez más intensas campañas de condena a la discriminación por raza y color de piel, hasta hace unas semanas sí lucían remotas las imágenes de encapuchados como las del filme de Parker o los episodios de odio a los negros que narra Toni Morrison, Premio Nobel 1993, en sus intensas novelas.
Sí, las capuchas cónicas ya habían asomado durante la campaña presidencial estadunidense del año pasado, animadas por la creciente popularidad de Donald Trump, a quien no disimularon su simpatía, pero con una estrategia hasta cierto punto discreta, pues se diluía entre el entusiasmo de otros grupos afines al pensamiento del empresario, como los afiliados a la Asociación del Rifle, las agrupaciones antimigrantes y la ultraderecha adicta al Tea Party.
Sin embargo, parecían reuniones de nostálgicos trasnochados como las de pro nazis que eventualmente despuntan en diversos países, solo para recibir el inmediato repudio de la sociedad internacional y quedar sus manifestaciones como meros hechos anecdóticos, reflejo de un pasado remoto. Hasta estos días en que, ya con su político encaramado al poder en la Casa Blanca, se dieron valor para expresarse en un mitin, antorcha en mano, y provocar una tragedia con el atropellamiento de una multitud que los rechazaba, con la fórmula terrorista en vigor operada por el Estado Islámico.
Chesterton decía que la “bigotry”, voz inglesa que remite a la intolerancia extrema, dogmática, puede encontrarse apenas definida como la cólera de hombres que no tienen opiniones, pero si bien se entiende el intento de desprecio a esa conducta en la definición del escritor, la realidad es que tienen una base sólida de argumentos para sostener sus dichos, una ideología que Michel Foucault desmenuzó en su libro
Genealogíadelracismo (Ediciones de La Piqueta 1992).
El libro es la transcripción de un curso impartido por el escritor en el College de France entre 1975 y 1976 en once lecciones, y es en la última de ellas en la que es necesario hacer una pausa para tejer una vinculación entre los conceptos de Foucault ante los deshilvanados y ambiguos dichos de Trump a propósito del incidente de la semana pasada en la localidad de Charlottesville, Virginia, que encendieron la mecha para que algunos de los 900 grupos de odio en Estados Unidos salieran de las alcantarillas. El autor de Historiadela sexualidad escribe: “El racismo está ligado al funcionamiento de un Estado que está obligado a servirse de la raza, de la eliminación de las razas o de la purificación de la raza para ejercer su poder soberano. El funcionamiento, a través del biopoder, del viejo poder soberano del derecho de muerte, implica el funcionamiento, la instauración y la activación del racismo (…) Se hace comprensible cómo y por qué los Estados más homicidas son también forzosamente los más racistas”.
El reclamo de los grupos supremacistas a Trump por sus endebles críticas al Klan y a los neonazis, a quienes calificó de “criminales y matones” solo para desdecirse horas después, estuvo acompañado del recordatorio de que fueron ellos quienes lo votaron, que no es poca cosa si se considera que cada tuit o declaración del presidente, a primera instancia cargados de antigüedad, tiene que ver con sus cálculos políticos encaminados a reelegirse, así parezca lejano el 2020.
Con tales consigna y empeño a cuestas, no será raro ver cómo emergen más encapuchados, sin importar que ayer mismo uno de sus ideólogos, Steve Bannon, haya sido echado de la Casa Blanca, más por haber refutado a Trump en torno a Corea del Norte que por la tragedia de Virginia.