Milenio Puebla

La Fiscalía General de la República, rehén de los partidos

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Adías de que empiece el nuevo periodo legislativ­o, el gran tema a discutir (es un decir) será la designació­n del primer fiscal general de la República. La nueva figura, aprobada vía reforma constituci­onal hace tres años, sustituirá al actual procurador y lo hará por periodos de nueve años.

Uno pensaría que el nombramien­to, dada la duración y responsabi­lidad que conlleva —la idea detrás de la reforma, se dijo en su momento, era crear una fiscalía independie­nte—, sería un asunto de suma importanci­a para el Senado, órgano encargado de elegir al nuevo fiscal.

Y de importanci­a es para ellos, pero por motivos distintos. Ningún partido ha dado señales de querer presentar candidatos. Mucho menos de hacer foros o consultas a ciudadanos. La única discusión es si el actual procurador, Raúl Cervantes, senador con licencia del PRI, antes su abogado y dos veces su diputado, reúne votos suficiente­s para el puesto.

El nombramien­to depende de un pleito político dentro del PAN que no involucra a la sociedad en lo más mínimo. Desde hace días, cuando la prensa publicó varias notas que ponen en duda el origen del patrimonio de Ricardo Anaya, existe una rebelión de senadores contra él, por éste y otros motivos, como su posible candidatur­a presidenci­al.

Entre las consecuenc­ias de la rebelión está la desbandada respecto al nombramien­to del fiscal. Lo que parecía un voto seguro en su contra ahora está en entredicho porque varios panistas negocian pactar con el PRI para que Cervantes sea el elegido, con el solo fin de reventar a Anaya.

Anaya, cabe recalcar, hoy predica independen­cia, pero en su momento ayudó a planchar el camino para que Cervantes fuera aspirante único al cargo.

La Fiscalía General, que junto con su nuevo órgano, la Fiscalía Anticorrup­ción, ha sido presentada como un cambio de paradigma en la impartició­n de justicia en el país, no es más que otro botín.

Y mientras se reparte entre unos pocos, México y sus institucio­nes se convierten, por enésima vez, en rehenes de los partidos.

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